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Más precisamente, en la seccional 11 del populoso mercado, donde Santi Peña fue a tratar de darse un baño de pueblo, mezclarse con las masas y ganarse su favor, porque todos los analistas dicen que eso es lo que falta, contacto con las bases.
Para llegar allí, el presidente y su pretendido sucesor subieron escalones flanqueados de rosas rojas.
Santi, de campera roja acolchada, hundido en su sillón se confunde con el tapizado de su trono. No parece estar incómodo rodeado de tanto oropel. Cruza las manos en pose de infante educado en una casa real. A su diestra, el padrino, Cartes, hace un gesto tipo pensador de Rodin. Algún asesor de imagen se lo habrá sugerido para hacerlo parecer más profundo.
Y a su diestra, en tronos menores, Víctor Bogado, Darío Filártiga y Javier Zacarías Irún se dejan adorar.
A todos ellos los separa del populacho una fila de guardaespaldas de aspecto un tanto famélico y los alargues de pelo de una mujer teñida de rubio.
La decoración, de un pretendido barroco, reboza rojo por todos lados. Cortinados, alfombras, sillones. Todo fulgura. Casi lastima la vista. Y contrasta con el entorno, un barrio de trabajadores que comienzan la jornada antes de que salga el sol.
En ese rojo contexto, Cartes pronunció su discurso. "Hay que cuidar al hurrero", dijo. (Pero que no pisen con sus pies sucios la alfombra roja, habrá pensado la decoradora).