Los rostros de la desesperación

Lo poco que tienen se ha visto amenazado por la crecida del río Paraguay. Hoy, se ven forzados a abandonar sus casas y sus vidas para tratar de encontrar un emplazamiento temporal a la espera de mejores situaciones.

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Un grupo de niños disfruta de la pequeña cancha de fútbol en la plaza San Isidro Labrador del barrio Republicano. Una maltrecha pelota sirve como herramienta para la dispersión.

Algunos corren detrás del balón con sus zapatillas, otros consiguieron ponerse algún calzado cerrado mientras que otros corren descalzos sobre el duro piso.

Un poco más al fondo, un grupo de niñas se acuesta a descansar un poco sobre un maltrecho colchón. Hasta que llega una más pequeña que no está muy de acuerdo con la idea de una siesta y comienza a saltar utilizando un banco como plataforma.

Enseguida se le suman las demás. En otra zona, algunos niños más pequeños se niegan a soltar la mano de sus padres, ese mágico rincón donde sienten que no importa lo que pase, ellos estarán bien.

No parecería ser una escena fuera de lo ordinario de un día normal en cualquier plaza de la ciudad.

Pero, mientras los niños juegan a su alrededor varias decenas de familias levantan improvisadas casas con el poco material que cuentan a su disposición.

Retazos de madera terciada hacen las veces de paredes, algunos restos de palets de columnas y vigas; mientras que bolsas de hule o chapas, en el mejor de los casos, constituyen el techo de estas viviendas.

Son vecinos del Bañado Sur que han visto cómo las aguas de un río Paraguay en crecimiento han llegado hasta sus casas y los obligaron a salir a buscar alguna zona alta.

“Es una situación caótica la que estamos pasando”, señala Fidelino Méndez, uno de los coordinadores del grupo de familias que se encuentran en el lugar y que se acercó a conversar con nosotros cuando llegamos.

El hombre es poblador de la zona desde hace unos 40 años y desde hace casi dos semanas trabaja con otros vecinos para tratar de sacar a las familias del agua que va ganando cada vez más terreno.

Fidelino recuerda que cuando el agua comenzó a llegar a las primeras casas, ya se elevó un pedido a la Municipalidad de Asunción para buscar alguna solución, algún lugar al que los afectados pudieran ir de forma temporal.

Se recurrieron –asegura el hombre- a todas las instancias correspondientes sin que su clamor fuera escuchado. Al mismo tiempo, el agua iba llegando cada vez más lejos.

“Nosotros necesitamos mucha ayuda, pero el intendente no nos hace caso, se hace el desentendido y no nos dan prácticamente nada”, afirma Méndez.

Cansados de la falta de respuesta comunal, hace unos cinco días decidieron ubicarse en algunas plazas de las zonas aledañas.

A bordo de motocargas, los pobladores levantaron las pocas cosas que podían transportar y comenzaron a instalarse en estos espacios públicos. “Hicimos lo que pudimos”, manifiesta don Fidelino y reconoce que tuvieron que entrar a la fuerza a la plaza.

Cuando los vieron llegar, miembros de la comisión vecinal y efectivos de la Policía trataron de detenerlos. Pero la desesperación pudo más y consiguieron comenzar a levantar sus improvisadas casas en el lugar.

¿Ayuda municipal? “Migajas lo que nos dan”, afirma tajante Fidelino apenas le consultamos si ya habían recibido algún tipo de asistencia.

Las familias se vieron forzadas a desarmar parte de sus casas en la zona baja para levantar las que ahora los resguardan en cierta manera del frío. Algunos no tienen aún ni techo y mientras conversamos en el cielo se levantan negros nubarrones, amenazantes.

“Lo que tenemos es un camión que trae las cosas pero hasta cierta hora nomas y después ya se va otra vez”, agrega.

“Estamos haciendo todo a pulmón, tratamos de hacer lo mejor para ayudar a los vecinos pero no damos abasto porque desde hace varios días que estamos así”, sentencia.

En ese momento, un grupo de personas le pide ayuda para tratar de acelerar algunas tareas. La lluvia parecía estar a dispuesta a hacer su entrada en cualquier momento.

A unas cuantas cuadras de allí, un grupo de familias comienza con los trabajos de instalación en la plaza Japón.

El gentío, compuesto mayoritariamente por mujeres, utiliza palos de madera como mojones improvisados y con un poco de hilo o cinta delimitan los espacios que serán utilizados por cada casa.

En medio del grupo de gente, sobresale la figura de una mujer, probablemente la mayor de todos los que se encuentran en el lugar, que trata de colaborar para asegurar las estacas al suelo.

“Aretereima (hace mucho)”, es la respuesta que nos da cuando le preguntamos hace cuanto tiempo que vive en la zona del Bañado. Tratando ser un poco más precisa, señala que se estableció en el barrio hace unos 40 o quizás 45 años.

Doña María Burgos, de 58 años, es madre de diez hijos y todos ellos crecieron en el “bajo” como ella misma lo describe.

Hasta el momento, el agua no había llegado del todo a su casa pero ya se comenzaba a filtrar por el piso motivo por el cual junto a su numerosa familia decidieron marcar y comenzar a levantar un emplazamiento temporal.

A sus diez hijos, habrá que sumarle las esposas de cada uno y sus nietos que ya son 18.

Doña María ya se encontraba viviendo en la zona cuando la inundación de 1983, año el que el río Paraguay marcó su crecimiento histórico más alto.

En aquellos vivía en una casa ubicada en 36 proyectadas y Pa’i Pérez. La mujer recuerda que el nivel del agua fue tal en ese lugar que al lado de su casa se veían pasar lanchas.

Tuvieron que salir de su hogar, en aquel entonces como hoy, y establecerse en las adyacencias del colegio Delfín Chamorro.

Relata que en aquellos días se encontraba embarazada de uno de sus hijos, que hoy tiene ya 31 años. Cuando volvió a su pequeña casa, todo estaba lleno de barro y allí dio a luz al pequeño.

Hasta el momento no consiguieron sacar sus pertenencias de mayor valor, pero asegura que esa es la intención. “Vamos a tratar de traer todo lo que se pueda y lo que no ¿mba’e jajapota? (qué podemos hacer)”, afirma con un tono de resignación.

Pero no todos están muy de acuerdo con la llegada de los vecinos temporales.

En varias de las casas alrededor de la plaza Japón, varios propietarios observan con cierta preocupación lo que ocurre.

“Es tratar de tapar el sol con cinta scotch”, afirma Antonio Caner quien vive en la zona hace unos 25 años. El hombre asegura no tener nada en contra de los ocupantes sino que más bien pretende apuntar a los problemas que han obligado a estas personas a pasar por esta clase de situaciones.

La situación se repite en una gran cantidad de puntos en la zona. Plazas, parques y hasta terrenos baldíos sirven como lugar para establecer un techo para resguardarse y resguardar a la familia.

Todo con tal de tratar de evitar la desesperante situación pues ya no solo se trata del agua y las enfermedades sino también de las alimañas que aparecen en esta clase de situaciones.

Es el caso de don Máximo Díaz, un padre de familia que vive en la zona hace unos diez años junto a su esposa y sus tres hijos, el más pequeño de ellos de apenas cinco meses de edad.

Cuando esta semana el agua llegó a su casa, decidió decirle a su esposa que llevara a sus hijos a algún lugar en mejores condiciones para pasar la noche. Más aún desde que comenzaron a aparecer víboras.

Durante el día, su esposa permanece en el lugar pero a la noche se dirige a otro para poder tratar de descansar junto a sus niños. “No puede tenerles en esas condiciones ahí”, afirma Máximo.

El hombre es el único que pasa la noche en su casa. O al menos es una forma de decir para alguien que a las 03:00 ya debe partir para dirigirse a su puesto de trabajo con la intención de brindarle a su familia todo lo que se encuentra a su alcance.

Cuando encontramos a Máximo y un grupo de vecinos eran ya las 16:00 y hasta el momento no habían comido nada en todo el día pues desde la mañana se encontraban tratando de ubicarse en un terreno baldío cuyo propietario trató de desalojarlos.

Máximo indica que sus pertenencias siguen aún en su hogar, pero debido a la situación de los caminos es imposible que algún tipo de vehículo llegue a la zona, por lo que tendrá que sacar todo en bolsas.

Las historias que se escuchan son una más desgarradora que la otra. Cada vez son más los afectados por la crecida en los barrios periféricos de Asunción y muchos de ellos no han visto aún ningún tipo de ayuda estatal.

Fotos: Fernando Romero - Juan Carlos Lezcano, ABC Color. EFE

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