Obligados por la crecida del río, que alcanza los 7,88 metros a su paso por la capital, muchos habitantes de los Bañados, como se conoce a los barrios ribereños de Asunción, se han instalado en zonas más altas de la ciudad hasta las que se han mudado con sus familias, sus animales y algunos objetos domésticos.
Es el caso de los vecinos del barrio Ricardo Brugada, conocido como la Chacarita, que han cambiado las callejuelas de uno de los vecindarios más antiguos de Asunción por las plazas en torno al Congreso Nacional, la Catedral o el Cabildo, varios metros más arriba, ya en el casco histórico de la capital.
Los nuevos barrios funcionan como pequeñas ciudades autogestionadas, y cuentan con sus propias despensas, bares, pizzerías y hasta piscinas desmontables gracias a las que los niños, en plenas vacaciones de verano, soportan el calor.
A la puerta de su vivienda, ubicada al pie de un monumento que recuerda las gestas más importantes sobre las que se fraguó la independencia de Paraguay, Guzmán Acosta cuenta a Efe que ha vivido en la Chacarita desde que tiene recuerdos, y dice que la historia de su barrio ha ido siempre ligada a las idas y venidas del río.
“Ya mis padres, y los padres de mis padres, vivían así, teniendo que desplazarse porque se inundaban sus casas. Las crecidas venían cada cinco o diez años, ellos dejaban las casas, y luego bajaba el río y estaban otra vez tranquilos”, relata.
Sin embargo, advierte de que en los últimos años las inundaciones son “cada vez más frecuentes”, hasta el punto de que en 2015 se han registrado dos grandes inundaciones.
“Esto de tener inundaciones cada seis meses es inusual. Yo creo que es porque el ser humano está destruyendo los árboles, y no deja respirar a la tierra. Y la naturaleza está enojada”, observó.
También apunta a otros factores, como el cambio climático o la apertura a fines de noviembre de las compuertas de la gigantesca represa de Itaipú, sobre el río Paraná, como responsables de la subida de los niveles de los ríos y su posterior desbordamiento.
Pese a que las migraciones forzosas forman parte del panorama cotidiano de los chacariteños, Acosta se resiste a creer que su barrio no pueda encontrar una solución a las riadas.
“Es lo que se hizo en Holanda, por ejemplo, que también son tierras bajas y las ciudades estaban todas inundadas. Pero consiguieron un sistema para que las casas no tuvieran agua y la gente pudiera vivir”, remarcó.
Su vecina Nancy Cabaña, que reitera que ha criado sola a sus seis hijos con lo que gana cuidando coches aparcados en el centro de Asunción, anhela que el Estado ejecute una esperada obra de infraestructura que proteja a los vecinos de la Chacarita del desbordamiento del río y les permita conservar sus hogares.
Uno de los hijos de Cabaña, Víctor Palma, cree sin embargo que el Estado no quiere proteger a los chacariteños sino desalojarlos, dado que asocia el barrio a la delincuencia, el consumo y tráfico de drogas, o la prostitución.
“Si desalojan la Chacarita y la trasladan a otro lugar, se van a repetir los mismos problemas. Pienso que la única solución es dividir el barrio entre la mayoría de personas que somos honestas y trabajamos, y separarlas de los pocos que son delincuentes, como pasó con algunas favelas de Brasil”, apunta.
En grupos, tomando tereré, infusión de yerba mate con agua fría, a la puerta de sus viviendas o escuchando música en altavoces para festejar el nuevo año, los chacariteños evocan ejemplos de otras ciudades y teorizan sobre los futuros posibles de su barrio, al que esperan regresar pronto, en cuanto las aguas encuentren de nuevo su cauce.