Cargando...
La Policía dijo en aquel entonces que Lucía Sandoval desenfundó un arma para defenderse y la imputación está basada principalmente en el testimonio que dio su hija de 8 años, quien dijo en la cámara gesell que su madre le disparó a su papá por la espalda.
A tres años de aquella tragedia, Lucía revela el drama de una madre víctima de violencia doméstica y cuenta su versión de los hechos.
La historia que terminó con una bala atravesada en el pecho de Huber Marciano Martínez Villasboa, comenzó veinticuatro años atrás.
Lucía Sandoval Escobar proviene de una familia campesina y a los 19 años comenzó un noviazgo con Huber, con quien nueve años más tarde se concubinó, tuvo dos hijos y después se casó.
Él siempre fue de tomar, pero inicialmente era solo algún que otro trago los fines de semana, recuerda. Con el tiempo los problemas se agudizaron. Hubo estirones de cabello, empujones, groserías, pero la esperanza del cambio, la idea de priorizar a la familia y la presión social ejercida a través de los familiares de ambos, fueron las razones perfectas para aferrarse a él”, dice.
“Siempre luché por mi hogar hasta lo último porque pensé que él iba a cambiar. Capaz que ese fue mi error, porque difícilmente las personas cambian”, cuenta Lucía, sentada en un pupitre, a la luz de un ventanal en el penal del Buen Pastor.
Recuerda que lo denunció en más de una ocasión, pero ella misma volvía a aceptarlo en la casa, a pesar de todo. Una noche Huber llegó borracho, y enojado porque Lucía no calentó la comida, la estiró del cabello y la tiró a la cama ante la mirada de su hijo menor, quien con una zapatilla replicó un golpe contra su padre, recuerda.
“Él le empujó a su hijo, eso es como que le asustó también, se dio cuenta de lo que hizo, pero a mí me asustó más porque me di cuenta de que no solamente yo estaba en riesgo”, se quiebra.
Esa noche ella se llevó a sus hijos a la casa de su comadre, donde se quedó a dormir y al día siguiente radicó la última denuncia contra su marido, quien en ese lapso salió de viaje al interior.
Pidió que le otorguen la restricción, la que supone una medida de urgencia, pero el juzgado tardó dos días en ordenar la medida. El 28 de enero de 2011 le entregaron la orden a Lucía, para que ella se lo entregase a su marido.
“Ellos me entregan a mí para que yo le entregue a él (la orden de restricción), no es que ellos le mandan a la comisaría y que de la comisaría se le lleve a él, porque se supone que ese tiene que ser el procedimiento. Si en ese momento ellos actuaban, si la justicia actuaba, yo no iba a estar acá y él no iba a estar muerto”, se lamenta, llora. Sabe que ahora solo queda la impotencia.
Una semana después el marido volvió a la casa. Era un sábado de noche del mes de febrero, ella lo dejó dormir porque él estaba borracho, recuerda. Al amanecer del domingo 6 de febrero cuando estaba recuperado, le entregó la orden de restricción. Él se fue en su camioneta, ella se fue con sus hijos a Ypané, a la casa de una amiga donde permaneció el día entero y solamente volvió a su casa a eso de las 23:00, rememora.
Las luces estaban apagadas, todo en el mismo orden en que lo dejó, pero al entrar encontró a su marido. Trató de actuar normalmente, cuenta. Llevó a los niños a acostarse porque venían dormidos en el auto. Cuando salió del cuarto de los niños, Huber estaba parado sosteniendo el arma que su hermano le había vendido.
El arma que fue comprada para cuidar a su familia, estaba ahora en su mano derecha para amenazar a su esposa por haberle entregado una orden de restricción por violencia doméstica. Era cerca de la medianoche y en el sopor de un clásico febrero paraguayo, hubo un forcejeo y el arma se disparó.
Con ayuda de los vecinos, alarmados por el disparo, alzó a su marido a la camioneta y lo llevó a un sanatorio privado, pero Huber murió en el camino y días después Lucía terminó en la cárcel.
El informe de los médicos forenses del Ministerio Público indica que hubo un disparo. La bala ingreso por el pecho en el lado izquierdo y tuvo orificio de salida en la espalda en la región dorso lumbar. El tórax presentaba lo que los forenses llaman tatuaje, una marca que queda cuando el cañón del arma está muy cerca del cuerpo, explica el abogado Amado Sandoval, uno de los defensores de Lucía.
A criterio de Lucía, la historia del disparo por la espalda es la versión que los familiares de su marido les contaron a sus niños ya que no es lo que indica el informe de los médicos, y además la prueba de nitrito dio negativo para ambas manos de Lucía y positivo para la mano derecha de él.
“Este va a ser un caso paradigmático dentro del contexto de la violencia doméstica”, dice el abogado Amado Sandoval, que representará a Lucía junto con el abogado Jorge Bogarín en el juicio que se llevará a cabo el 1, 2 y 3 de julio.
“Quiero que se lleve a cabo ya mi juicio, no pido que se me regale nada, no pido victimizarme, solamente quiero demostrar, de hecho que puedo demostrar lo que realmente sucedió y que se sepa, porque vos una vez que venís acá ya sos una delincuente más”, reflexiona Lucía, quien no pierde las esperanzas de salir en libertad y luchar por sus hijos.
“Yo le culpo al sistema de lo que me pasó porque hice como se debe, hice mis denuncias, pedí ayuda a tiempo y ellos no me protegieron”, sentencia la ahora futura abogada, pues mientras espera el veredicto, estudia derecho, es encargada de la biblioteca del penal y participa de todas las actividades que puede para ocupar su mente, pues pretende salir sana para “servirle” a sus hijos.