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Todos recordamos aquel caluroso domingo del 1 de agosto de 2004. El supermercado de la familia Paiva, el Ycuá Bolaños, pasó a ser una trampa mortal con puertas cerradas, que apagó cientos de vidas. Las avenidas Artigas y Santísima Trinidad se convirtieron en alfombras de cuerpos quemados. Las imágenes de todo esto siguen frescas en la memoria de todos los paraguayos.
Como cada año, las víctimas que sobrevivieron y los familiares de los muertos preparan una serie de actividades en conmemoración de la fecha. Liz Torres, víctima y una de las caras más visibles de la organización “Ycuá Bolaños Nunca Más”, explicó a ABC Color que en la página de Facebook irán comunicando cualquier cambio en la agenda.
A las 09:00 de hoy se instalará un micrófono abierto para que todas las personas, organizaciones e instituciones expresen su solidaridad con la causa. A las 09:30, en el memorial (ubicado en el mismo edificio siniestrado, sobre Santísima Trinidad casi Artigas), se presentará un libro sobre la historia del Ycuá Bolaños escrito por víctimas, adelantó Torres.
A las 10:00 se presentará el llamado a concurso de ideas para ver qué se puede hacer en el predio siniestrado. Desde que ocurrió la tragedia, hace 11 años, se viene discutiendo y proponiendo varios planes sobre qué se puede hacer en el lugar. Lo cierto es que nada se ha concretado hasta el momento, a pesar del interés de varios artistas plásticos, como el fallecido Germán Guggiari, y arquitectos.
Sin embargo, esta vez, esperan que ningún proyecto se trabe porque finalmente el predio ha sido expropiado y puede así disponerse del mismo a través de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC). Actualmente, el lugar es usado como refugio para inadaptados, está abandonado y en ruinas. La estructura del edificio permanece visible, inclusive con señales del incendio.
La última actividad programada para el sábado 1 de agosto será a las 11:00, también en el memorial. Se leerá un manifiesto de las víctimas por los 11 años y se desarrollará una celebración ecuménica, anuncian los organizadores.
El 1 de agosto de 2004 es una fecha que ningún paraguayo podrá olvidar. Aquel domingo, cerca de las 11:20, se inició un incendio al momento en que estaban en el supermercado más de 800 personas, abarrotado como cada fin de semana. Según el informe del Cuerpo de Bomberos, se produjo una explosión en el sistema de gas de la cocina del patio de comidas, se propagó hacia la cafetería y arrasó con las dos plantas del edificio, incluyendo el estacionamiento.
El fuego vino como una bola a una velocidad impresionante, cuentan los sobrevivientes. Los cuerpos calcinados hallados lo prueban, ya que muchas cajeras estaban sentadas en sus puestos, otros estaban empujando sus carritos y otros abrazando a sus familias. Es decir, no hubo salida para muchos.
Otros se agolparon hacia las salidas, que estaban cerradas. El recinto se llenó de humo y se produjo entonces un apagón. Según declaraciones vertidas durante el proceso criminal, las puertas fueron cerradas por órdenes de los superiores, con el fin de no dejar que nadie saliera sin pagar. Para extinguir el fuego fue necesaria la presencia de más de 50 carros bomba y más de 1.000 bomberos, que fueron ayudados a su vez por miembros del Ejército y de la Policía.
La extinción completa tomó cerca de cuatro horas, durante las cuales los primeros heridos fueron derivados a distintos hospitales de la capital. El sistema sanitario se vio superado por la magnitud de la tragedia. Los familiares desesperados, en medio de todo eso, recorrían los alrededores donde se amontonaban los cuerpos, o los hospitales, en el caso de los que sobrevivieron.
Fue determinante el hecho de que el edificio del supermercado no cumpliera con todos los recaudos y medidas para la prevención de incendios y seguridad. Los informes periciales lo calificaron con posterioridad como una “bomba de tiempo”, ya que no contaba con medidas de extracción del material altamente inflamable acumulado en la cocina, lo que terminó convirtiendo al lugar en una trampa mortal, junto con el cierre de las puertas.
Se criticó duramente en su momento a la Municipalidad de Asunción, que bajo la administración del colorado Enrique Riera no se molestó en verificar y mucho menos sancionar a los dueños. El predio había sido inaugurado tres años antes de la tragedia. Tenía una superficie de 12.000 metros cuadrados, un estacionamiento para más de 350 vehículos, oficinas y un restaurante.