El 23 de marzo, los combatientes kurdos y árabes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) proclamaban la victoria contra el EI, después de haber conquistado su último feudo en el este sirio, al cabo de una ofensiva feroz apoyada por la coalición internacional liderada por Washington.
En su “califato” autoproclamado en 2014 en vastas regiones conquistadas en Siria y en Irak -un territorio del tamaño de Reino Unido-, el grupo ultrarradical había establecido sus propias instituciones: producía petróleo, acuñaba su moneda y tenía una “policía de la moral”.
Ahora, se está lejos de ese proto-Estado, donde miles de extranjeros se habían unido a la organización yihadista más temida del mundo, responsable de sangrientos ataques en varios continentes.
Pero los yihadistas del EI, actualmente dispersos en el desierto que se extiende del centro sirio a la frontera iraquí, constituyen todavía una amenaza con células durmientes que continúan cometiendo ataques.
Como los ataques perpetrados en 48 horas esta semana por el EI contra las fuerzas del régimen sirio en el Este. En total, 38 muertos, el balance más alto desde la derrota del grupo.
Unos días antes, un doble atentado del EI dejó 13 muertos en Raqa, en el norte.
“El EI es todavía una amenaza. Los ataques disminuyeron, pero el grupo todavía es capaz de cometerlos regularmente cada semana”, declaró Tore Hamming, experto de los movimientos yihadistas en el Instituto Universitario Europeo.
La organización yihadista “es muy activa y lo seguirá siendo.
El efectivo reducido de fuerzas estadounidenses no va a resolver completamente” esta cuestión, dijo en alusión a la decisión de Estados Unidos de mantener unos 400 soldados de los 2.000 desplegados en Siria.
Según el analista Nicholas Heras, del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense, existe una “red de agentes que pueden ejecutar órdenes” del EI en el terreno.
“La estrategia de resurgimiento del EI depende en gran parte del mantenimiento de relaciones fuertes con algunas tribus locales en el este sirio y el oeste iraquí”, apuntó.
El destino de miles de yihadistas detenidos por las FDS y de sus familias es un rompecabezas para estas fuerzas y la comunidad internacional.
“Hemos reclamado la formación de un tribunal internacional para juzgar a estos terroristas: sus crímenes, su asesinatos, los secuestros, las destrucciones, fueron cometidos en esta región”, abogó Abdel Karim Omar, encargado de Relaciones Exteriores en la administración autónoma kurda que controla regiones del norte y noreste sirio.
Los yihadistas sembraron el terror con mortíferos atentados.
Multiplicaron los abusos, reduciendo a esclavas sexuales a las mujeres yazidíes, grabando el asesinato de homosexuales o la decapitación de periodistas.
“Nuestra prioridad es juzgar a los criminales”, insistió Omar, y recordó que su administración cuenta con la cooperación de la comunidad internacional.
En un principio, las autoridades kurdas reclamaron devolver a sus países de origen a los yihadistas extranjeros. Una petición ampliamente ignorada por los occidentales.
Pero en una operación inédita en Europa, por su magnitud, Kosovo anunció la repatriación de Siria de 110 de sus ciudadanos, en su mayoría esposas o hijos de yihadistas del EI.
Para el experto Hamming, “ni Siria ni Irak tienen los recursos o la estabilidad política para ocuparse como es debido de tal cantidad de prisioneros” yihadistas.
El gabinete de análisis de seguridad Soufan Center advierte de la transformación de los centros de detención es “terreno fértil” para más radicalización, y del “riesgo mayor” de los “intentos de evasión orquestados por el EI”.
Los kurdos quieren la ayuda internacional para establecer prisiones adaptadas al riesgo.
Reclaman también ayuda para responder a las necesidades en los campos de desplazados, donde se hacinan decenas de miles de personas que huyeron de los combates contra el EI.
“La contribución de la comunidad internacional, de las agencias de la ONU y de las ONG es muy escasa. Apenas representa un 5% de las necesidades”, lamentó Omar.
Solo en el campo de Al Hol (noreste) hay más de 73.000 personas, según la ONU.
Las oenegés alertaron de las duras condiciones: malnutrición aguda en los niños, falta de cuidados médicos. Además, los campos acogen a 12.000 extranjeros, 4.000 mujeres y 8.000 niños de yihadistas encerrados bajo alta vigilancia, dijo Omar.
“Si estos niños no son reenviados a sus países, reeducados y reintegrados en la sociedad, pueden convertirse en futuros terroristas y bombas de relojería”, alerta.