¿Quiénes protestan contra los tijeretazos en la educación brasileña?

RÍO DE JANEIRO. Perdieron becas de estudio, no saben si sus instituciones tendrán luz para funcionar hasta fin de año o recursos para concluir investigaciones contra el cáncer.

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¿Quiénes son los estudiantes y profesores que protestan este miércoles contra los cortes presupuestarios anunciados por el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil?

Arthur Caser, de 33 años, es profesor de Historia en el Colegio Pedro II, una de las escuelas públicas más tradicionales de Rio de Janeiro. Esa venerable institución federal, fundada en 1837, tiene unos 13.000 alumnos y sufrirá el congelamiento de un 36% de sus recursos no obligatorios.

“El propio funcionamiento de la institución puede verse amenazado”, advierte Caser.“Son recursos para pagar luz, agua, empresas tercerizadas que cuidan de la limpieza, la seguridad, la portería”, así como becas de apoyo a estudiantes de baja renta, explica a la AFP el profesor, que teme un deterioro en la calidad de la educación de referencia que brinda el Pedro II, con actividades de tiempo integral y de investigación para jóvenes. Pero constata: “La educación nunca fue una prioridad en Brasil”.

“Existe un problema que se está profundizando ahora, pero no es exclusivo de este gobierno. Siempre que hay problemas y es preciso reducir gastos, el presupuesto de Educación es uno de los primeros examinados”, asegura.

Según Caser, el gobierno promueve una “des-educación": una “educación por obediencia y no para la crítica o el protagonismo de los ciudadanos”.

Desde hace algunos añosm grupos de derecha promueven una cruzada contra lo que denominan “marxismo cultural” e incitan a los alumnos a grabar en video a sus profesores para luego denunciarlos por “adoctrinamiento”.

Esta práctica, promovida por el propio Bolsonaro, acaba empobreciendo el debate en las clases, afirma Caser, que ha tenido que rebatir ideas como que el nazismo fue un movimiento de izquierda, que Brasil no vivió una dictadura militar entre 1964 y 1985 o que la tortura es justificable en determinadas circunstancias.

“El profesor es visto como el principal enemigo (...). Ese miedo se acaba instalando dentro de nosotros y nos autocensuramos, sin percibirlo. Tengo que estar alerta para que eso no suceda”, reflexiona.

Adison Soares Filho obtuvo, a sus 25 años, una beca para cursar una maestría en Geología en la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ). Pero al haber postergado el curso hasta el segundo semestre -para poder terminar su tesis de grado-, no tendrá más derecho al beneficio, que también sufrirá cortes.

“El valor de la beca ya es bajo (1.500 reales por mes, 380 dólares), pero con eso podría costear el transporte, mudarme más cerca de la facultad” e incluso asegurar su participación en congresos especializados, afirma. Su investigación se enfoca en la “protección del patrimonio geológico”, amenazado por actividades humanas. Pone como ejemplo un proyecto de puerto al norte de Rio de Janeiro, donde las rocas son utilizadas para medir los efectos del calentamiento global. Pero está decidido a resistir.

“Somos guerreros de la investigación brasileña”, reivindica. “No podemos abandonar nuestro sueño. Muchos están pensando en irse del país para continuar investigando en el extranjero. Yo también lo pensé. Pero fue gracias a la UFRJ que pude investigar y no será por causa de este gobierno que dejaré de hacerlo”, zanja.

A Leandro Teófilo Junior, estudiante de Biología en la Universidad Federal del ABC Paulista, región industrial de Sao Paulo, los cortes no lo han afectado directamente, al menos todavía. Con una beca de apenas 800 reales por mes, sustenta una rutina que parece no caber en las 24 horas del día: una graduación en Ciencias Biológicas (la segunda de su carrera) y una maestría en Biosistemas, además de las tareas que desarrolla como tutor de otros universitarios y coordinador de un curso para capacitar a adolescentes de bajos recursos y ayudarlos a entrar a la universidad.

“A veces asociamos la academia con algo que está lejos de la sociedad”, pero no es así, afirma este joven de 23 años que vive en una favela del ABC. Pone como ejemplo su investigación de maestría, sobre una terapia contra el cáncer renal que utiliza mecanismos biológicos del propio cuerpo.

Al reducir los recursos de las universidades públicas,“estamos perdiendo nuestra capacidad de hacer investigación en todas las áreas, no sólo en ciencias, salud, farmacología, sino también en investigaciones sociales”.

Por ahora, su proyecto avanza “a los tropiezos”, con recursos captados por su orientadora en un organismo regional, pero no sabe si será suficiente para concluirla. “Tenemos que amar mucho nuestra profesión para, a pesar de recibir tantos golpes, mantener nuestro foco y compromiso con la causa”, admite.

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