Murió Nelson Mandela

El premio Nobel de la Paz en 1993 y expresidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, murió este jueves 5 de diciembre a los 95 años en su domicilio de Johannesburgo. La información fue confirmada por fuentes oficiales.

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Mandela fue un ícono de la lucha por los derechos de la población de color en Sudáfrica. Estuvo preso desde 1962 y fue condenado a cadena perpetua por liderar un grupo político en ese momento considerado subversivo. Luchó durante años contra el apartheid, que tenía su base en la segregación racial entre blancos y negros en la República de Sudáfrica.

Madiba, como se conoce popularmente al expresidente en su país, padecía de una infección pulmonar por la cual fue hospitalizado hasta cuatro veces.

La información fue confirmada por el presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, a través de la televisión. Mandela falleció tras un cuadro de neumonía.

Sudáfrica, gobernada desde hace casi 20 años por el partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano (ANC), logró suprimir las barreras raciales y logrado hacer emerger una clase media y acomodada urbana multirracial, con capacidad para pagar a sus hijos escuelas de calidad.

Pero desde 2009, el crecimiento económico se ha estancado, las tensiones sociales se acumulan, a menudo acompañadas por violencias que desbordan a los sindicatos tradicionales, entre otros en el sector minero, escenario a finales de 2012 de una oleada de huelgas salvajes que dejó unos 60 muertos y aceleró la depreciación de la moneda.

“Parte de nuestro sentimiento de pánico se debe a esta cuestión: ¿qué es lo que muere con Mandela?”, filosofaba otro editorialista local en el Times.

Sudáfrica es el país más rico del continente africano pero cuenta con más de un cuarto de habitantes demasiado pobres para comer a su gusto (en torno al 26%) y más de la mitad vive bajo el umbral de pobreza (52%). El 62% de las familias negras y el 33% de las mestizas son pobres.

El desempleo es crónico, entre otros en las provincias rurales como Cabo oriental, la región natal de Nelson Mandela donde una mayoría de habitantes depende cada mes de un puñado de cientos de rand procedentes de ayudas para los mayores o para los niños.

Muchos de esos problemas son la herencia de la política de exclusión económica llevada a cabo por la minoría blanca bajo la tutela británica, y bajo el apartheid a partir de 1948. “Pero no todos”, subrayaba el diario económico Business Day.

La enseñanza pública, que Mandela consideraba la clave del desarrollo de su pueblo, es un fracaso manifiesto de la gestión de ANC a pesar de un importante presupuesto estatal. Mandela “lloraría si supiera lo que ocurre en las escuelas”, aseguraba el año pasado el arzobispo Desmond Tutu, otro héroe de la lucha anti-apartheid, quien no piensa volver a votar al ANC.

Al igual que Tutu, cada vez más observadores, incluidos antiguos compañeros de lucha, ya no dudan en criticar al partido de Mandela para denunciar su estado de abandono e incluso poner en duda si sus sucesores son verdaderos demócratas.

“Si hubiésemos tenido la buena fortuna de tener a Mandela por dos mandatos, hubiéramos tenido más suerte porque es un demócrata comprometido”, estimaba la semana pasada Mamphela Ramphele, una figura de la lucha anti-apartheid que fue directora del Banco Mundial y lanzó su propio partido.

Mandela tenía un historial de problemas pulmonares que se remontan a su época en la prisión de la isla Robben, cercana a Ciudad del Cabo. Antes de su liberación en 1990, pasó casi tres décadas en la cárcel por conspirar para derrocar al régimen del apartheid. Renunció como presidente en 1999 después de un mandato y lleva retirado de la política una década.

Su última aparición en público fue en la final del Mundial de 2010 que España ganó a Holanda en Johannesburgo. El pasado diciembre de 2012 estuvo ingresado casi tres semanas por una infección pulmonar y fue operado para extirparle unos cálculos biliares. Lo mismo ocurrió el junio pasado.

“El perdón libera el alma, hace desaparecer el miedo. Por eso el perdón es un arma tan potente”, dijo Mandela, premio Nobel de la Paz en 1993, en una frase ahora mítica que desgrana su visión del mundo y de la humanidad y que le ha convertido en el dirigente más popular del siglo XX.

A pesar de que está retirado de la vida pública desde hace años, sigue siendo una figura venerada más allá de las fronteras de África.

Calificado de “ícono mundial de la reconciliación” por Desmond Tutu, otra de las grandes figuras de la lucha contra el apartheid, el expresidente sudafricano, que nunca predicó ideas políticas ni religiosas, encarna valores universales, una suerte de humanismo africano alimentado por la cultura de su pueblo, los xhosas.

“Madiba”, el nombre de su clan con el que le llaman afectuosamente sus compatriotas, nunca fue un revolucionario al estilo de Lenin o Gandhi. Cuando era joven le gustaba el deporte -fue boxeador amateur-, los trajes bonitos y tenía fama de seductor.

Sus actos, recordados y venerados por sus compatriotas a lo largo de los años, han terminado creando una especie de culto que Mandela nunca buscó. “Uno de los problemas que me preocupaban en prisión era la falsa imagen que tenía y no quería proyectarla al mundo. Me consideraban un santo y nunca lo fui”, explicó una vez a un periodista.

Nelson Mandela nació el 18 de julio de 1918 en el pequeño pueblo de Mvezo, en la región de Transkei (sureste) dentro del clan real de los Thembu de la etnia xhosa.

Su verdadero nombre, Rolihlahla, que significa “el que trae problemas”, se lo dio su padre, pero en la escuela la maestra empezó a llamarle Nelson, el nombre que utilizó desde entonces.

La rebelión del joven Mandela empezó muy pronto, primero cuando fue expulsado de la universidad de Fort Hare (sur) tras un conflicto con la dirección y luego, a los 22 años, cuando huyó de su familia para evitar una boda convenida.

A su llegada a Johannesburgo, una gigantesca metrópolis minera, Mandela toma conciencia de la segregación que dividía a su país. Allí conoció a Walter Sisulu, que se convertiría en un mentor y en su mejor amigo y le abrió las puertas del Congreso Nacional Africano, el partido de la mayoría negra.

Su militancia política le alejó de su primera esposa, Evelyn, pero le hizo conocer a Winnie, una enfermera de 21 años.

Junto a Oliver Tambo y otros jóvenes líderes tomó las riendas del partido para luchar contra el régimen blanco, que había “inventado” en 1948 el concepto de apartheid, el “desarrollo separado de las razas”.

Tras el relativo fracaso de las campañas de movilización no violenta inspiradas en los métodos de Gandhi, el ANC fue ilegalizado en 1960. Mandela fue detenido en varias ocasiones, pasó a la clandestinidad y decidió orientar el movimiento hacia la lucha armada.

Pero en 1964 fue capturado y llevado a la isla-prisión de Robben Island, frente a las costas de Ciudad del Cabo.

Durante años, bajo un sol de justicia, en medio de una polvareda que dañó para siempre sus pulmones, tuvo que picar piedra. Aún así nunca pensó en la venganza e intentó, al contrario, entender a sus enemigos, aprendiendo su lengua, el afrikáans, y apreciando a sus poetas.

“Sabía perfectamente que el opresor tiene que ser liberado, igual que el oprimido. Un hombre que priva a otro hombre de su libertad es prisionero de su odio, está encerrado detrás de los barrotes de sus prejuicios”, había explicao Mandela de sus años de prisión.

Tras 27 años encerrado, es liberado en 1990 y empieza a negociar con un régimen exhausto la organización de elecciones universales y democráticas. Tras su elección triunfal como presidente en 1994 será un predicador incansable de la reconciliación de las razas.

Su actividad política y sus años en prisión nunca le permitieron tener una vida familiar “normal”. Pero Nelson Mandela siempre buscó la compañía de las mujeres, como demuestran sus numerosos idilios y sus tres bodas.

Con Evelyn, su primera mujer, tuvo dos niñas y dos niños y otras dos hijas con Winnie. En total tuvo 17 nietos y 12 bisnietos. Tras divorciarse de Winnie se casó por tercera vez en 1998, a los 80 años, con Graça Machel.

Con información de AFP, EFE y Reuters.

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