El exmandatario de izquierda (2003-2010) llegó a bordo de un helicóptero que se posó a las 22:30, hora local, sobre la sede del edificio. Había sido detenido por la tarde en las afueras de São Paulo, desde donde fue trasladado a Curitiba en avioneta.
Varias centenas de adversarios de Lula se congregaron desde una horas antes frente al edificio lanzando fuegos artificiales, haciendo sonar cornetas y silbatos y golpeando cacerolas.
Desplegaron una bandera de Brasil gigante al grito de “Viva la República de Curitiba, viva Sergio Moro”, refiriéndose al juez que ordenó su encarcelamiento. “La República de Curitiba aguarda la llegada del mayor corrupto del país”, gritaba una mujer sobre un camión de sonido.
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Curitiba es la denominada “capital de Lava Jato”, la investigación que sacó a la luz una descomunal red de corrupción encaramada en el aparato estatal. “Quiero que Lula venga, que lo detengan (...). Gracias a esta detención existe ahora una pizca de esperanza en Brasil, de justicia”, dijo Felipe Ploencio, un guardia de seguridad de 26 años.
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“Es difícil no comprar esa causa, porque es una causa justa, de resolución de problemas para el país, de eliminación de la corrupción”, afirmó por su lado João Bosco, un vecino del lugar.
Del otro lado de un vallado tendido por la policía para la ocasión, había igualmente unos cientos de lulistas. Lula “fue el mejor presidente de Brasil, hizo una revolución social, su prisión es injusta e ilegal”, afirmó Eunice Campos, una psicopedagoga de 60 años.
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Lula será alojado en una celda especial de la Policía Federal, de unos 15 metros cuadrados, con baño privado. Tendrá derecho a una visita semanal de familiares cercanos y durante dos horas al día podrá tomar “baños de sol”, es decir, tener recreos al aire libre.