Los fallos económicos de Macri podrían ocasionar el regreso del kirchnerismo

GREGORIO DE LAFERRERE, Argentina. La pintura turquesa se está desprendiendo de los muros de la humilde vivienda de Claudia Verónica Genovesi. Su techo tiene goteras, pero ella y su esposo -ambos empleados de limpieza- no pueden costear la reparación.

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En las calles irregulares del barrio al otro lado del camino, donde las apestosas letrinas se ubican junto a chozas hechas con láminas oxidadas de aluminio, las familias han perdido las esperanzas de tener cloacas.

A los residentes no les cuesta trabajo encontrar una explicación para sus penurias: desde que Mauricio Macri asumió la presidencia, hace más de tres años, se ha distanciado del populismo que reducía el presupuesto de la Argentina durante gran parte del siglo pasado, y ha implementado la sombría aritmética de la ortodoxia económica.

Macri recortó los subsidios para la electricidad, el combustible y el transporte, lo que ha generado que los precios se disparen y, recientemente, hizo que Genovesi, de 48 años, cancelara su servicio de gas, por lo que no puede usar su estufa. Como la mayoría de sus vecinos, se conecta de manera ilegal a las líneas eléctricas que corren a lo largo de las calles rústicas y llenas de baches.

“Es un gobierno neoliberal”, dijo ella. “Es un gobierno que no favorece al pueblo”.

Las tribulaciones que se viven en las modestas viviendas de esa zona son una consecuencia previsible del alejamiento de Macri del populismo de izquierda. Él prometió reducir los déficits monumentales de Argentina al disminuir la generosidad del Estado. El problema es que los argentinos todavía no han experimentado lo que el mandatario prometió: la reactivación económica que supuestamente ocurriría después de los dolorosos recortes.

Los simpatizantes de Macri proclamaron su elección en 2015 como un milagroso brote de normalidad en un país con una reputación bien ganada por su histrionismo. Él terminaría con el gasto irresponsable que provocó que la Argentina cayera en suspensión de pagos en ocho ocasiones. La austeridad ganaría la confianza de los grupos financieros internacionales, lo que atraería inversiones que generarían empleos y nuevas oportunidades.

No obstante, conforme Macri busca la reelección este año, los argentinos lamentan cada vez más que no ven ningún progreso. Incluso los negocios que han sido beneficiados por sus reformas se quejan de que ha fracasado en la ejecución, al dejar a la nación enfrentar la misma fórmula de miseria que la ha plagado durante décadas. La economía se está contrayendo. La inflación es superior al 50 por ciento y el desempleo está estancado por encima del 9 por ciento. La pobreza aflige a un tercio de la población, y la cifra está en aumento.

Más allá de la situación que se vive en este país de 44 millones de personas, el gobierno de Macri está poniendo a prueba las ideas que darán forma a la política económica, en una era de recriminación ante cualquier estrategia que aumente la desigualdad. Su presidencia supuestamente ofrecería un escape al gasto despilfarrador mientras se establece una ruta alternativa para los países que se enfrentan al ascenso mundial del populismo. Ahora, su mandato amenaza con convertirse en la antesala del regreso al populismo.

Conforme se acerca la elección de octubre, Macri batalla con la creciente posibilidad de una candidatura por parte de la presidenta que lo antecedió, Cristina Fernández de Kirchner, que enfrenta una serie de acusaciones criminales por corrupción. Su gasto sin freno ayudó a generar la crisis que Macri heredó. Su regreso sería visto como un reproche hacia las reformas orientadas al mercado, además podría significar que el país regresaría a su tradición política: el populismo de izquierda, en incómoda proximidad a la insolvencia económica.

El peso argentino perdió la mitad de su valor contra el dólar el año pasado, lo que causó que el banco central aumentara las tasas de interés a un nivel superior al 60 por ciento, una decisión que afecta al comercio. Argentina se vio obligada a asegurar un rescate de 57.000 millones de dólares por parte del Fondo Monetario Internacional, lo que causó una profunda herida en la dignidad de los argentinos dado que el fondo es ampliamente despreciado por la austeridad que impuso a finales de la década de los noventa, una medida que convirtió la recesión económica de ese momento en una depresión.

A Macri no le sobra el tiempo. Los recortes al gasto que él decidió afectaron a la población de inmediato. Los beneficios prometidos mediante sus reformas —una moneda estable, influencia más controlada, nuevas inversiones y empleos— podrían tomar años en materializarse, lo que dejaría a los argentinos enojados y con añoranza por el pasado.

Macri prometió que su mandato sería una forma de gobierno ideal para estos tiempos, una dosis crucial de fuerzas del mercado mezcladas con programas sociales.

No obstante, ante los ojos de los argentinos, el país simplemente ha vuelto a caer en la rutina que ha definido a la vida nacional desde el tiempo que la mayoría de la gente puede recordar.

“Vivimos emparchando cosas”, dijo Roberto Nicoli, de 62 años, que administra una compañía de cubiertos de mesa afuera de la capital, Buenos Aires. “Nunca reparamos las cosas. Yo siempre digo: ‘Cuando nos comience a ir mejor, empezaré a prepararme para la próxima crisis’”.

Como muchos granjeros argentinos, Roque Tropini es propenso a discutir el presente al contar historias sobre el pasado.

Hace un siglo, Argentina se ubicaba entre las naciones más ricas de la Tierra. Para Tropini, ese estatus resultó del extenuante trabajo de pioneros como su abuelo, que llegó a la provincia de Entre Ríos de su nativa Italia y convirtió a la tierra en prosperidad.

Una tarde, Tropini, de 69 años, condujo su auto por el molino de harina que su abuelo erigió en 1920, junto a lo que en ese entonces era una parada desierta de un nuevo ferrocarril. Se detuvo frente a la inmensa iglesia que su abuelo construyó en el pueblo que se expandió alrededor del molino, Viale. Él la llamó Parroquia de Santa Ana, en homenaje a la catedral de su pueblo natal en el norte de Italia.

Manejó hacia sus campos, donde el resplandor dorado del sol iluminaba hileras de soya que se extendían hasta el horizonte. Una máquina cruzaba por el lugar mientras cosechaba cultivos que, en su mayoría, serían exportados a China.

Según Tropini, sin los esfuerzos de su familia, Viale sería un lugar en blanco en el mapa. Si tan solo la historia terminara ahí, dijo. Sin embargo, la historia trajo a los populistas que han gobernado Argentina durante la mayor parte de su vida adulta.

Al principio estaba Juan Domingo Perón, el carismático general del ejército que fue presidente de 1946 a 1955, y que luego volvió a gobernar de 1973 a 1974. Tuvo mano dura y usó el poder del Estado para defender a los pobres. Él y su esposa, Eva Duarte —ampliamente conocida como Evita— dominaron la vida política mucho tiempo después de sus muertes, lo que inspiró a políticos de todo el espectro ideológico a seguir su camino.

Entre los más vehementes peronistas se encontraban Néstor Kirchner, presidente de 2003 a 2007, y su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, que asumió el cargo en 2007 y permaneció en el poder hasta que Macri fue electo en 2015.

Su versión del peronismo —que se conoce como kirchnerismo— era decididamente de izquierda, al despreciar el comercio global como una fuerza malévola. Extendieron las becas en efectivo a los pobres e impusieron impuestos a las exportaciones agrícolas en una apuesta para mantener bajos los precios de los alimentos argentinos.

Como lo cuentan los agricultores del país, el kirchnerismo es solo un término elegante para la confiscación de su fortuna y la dispersión de los ganancias a los sectores de la población que no eran productivos. Ellos señalan como responsable al impuesto del 35 por ciento que Fernández le impuso a las exportaciones de frijol de soya.

“Teníamos un dicho: ‘Por cada tres camiones que se iban al puerto, uno era para Cristina Kirchner’”, dijo Tropini.

Debido a todo eso, Tropini festejó la llegada del nuevo presidente.

Macri prometió modernizar el gobierno al mismo tiempo que reforzaría la posición de Argentina ante los inversionistas internacionales. Los tecnócratas cosmopolitas de su gobierno disfrutaron enormemente su papel como el antídoto a las fuerzas destructivas que arrasaban el continente.

“Somos un país que está luchando para apartarse de un legado de populismo que ha fracasado”, dijo Marcos Peña, el jefe de gabinete de Macri, en una entrevista reciente. “Nosotros aceptamos esa idea de mostrarle a la región y al mundo, pero especialmente a los argentinos, que con una sociedad más abierta, con un sistema político más abierto, con una economía más abierta, puede irnos mejor que con una cultura estatal cerrada y populista”.

Entre las primeras cosas que el nuevo presidente anunció fue una reducción gradual en los impuestos a la exportación.

“Finalmente, podías respirar”, dijo Tropini, el agricultor.

Él estaba libre de los Kirchner, pero a merced de la naturaleza. Las inundaciones de 2016 arrasaron con más de la mitad de sus cultivos. El año pasado una sequía causó más caos.

“Esta cosecha, este año, es un regalo de Dios”, dice.

No obstante, si el cielo está cooperando ahora, y si las personas en Buenos Aires representan el cambio, Tropini critica el fracaso de Macri para superar la crisis económica.

Una moneda más débil hace que los frijoles de soya argentinos sean más competitivos, pero también incrementa el costo del diésel que Tropini necesita para operar su maquinaria. Las altas tasas de interés hacen que sea imposible para él comprar otra cosechadora, lo que le permitiría expandir su granja.

En septiembre, afectado por una caída en los ingresos del gobierno, Macri volvió a instaurar algunos impuestos a la exportación.

“Ese dinero sirve para pagar programas sociales para personas que no están trabajando”, se queja Tropini. “Se destina para apoyar la pereza. Mucha gente se acostumbró a no trabajar durante el peronismo. Se han llevado mi producción tantos años. No se lleven todas mis ganancias. Dejen algo para mí”.

Por qué la economía continúa mal es el tema de un debate que podría determinar si Macri logra reelegirse o si Argentina cambia de rumbo nuevamente hacia el populismo.

Los economistas son enfáticos en que los problemas de Argentina son tan enormes que cualquier gestión habría enfrentado graves dificultades.

Fernández había legado un desastre total —un déficit presupuestal de alrededor del ocho por ciento de la producción económica anual del país—, según las autoridades. La recopilación de datos había sido errática y sujeta a manipulación política, lo que dificultaba poder determinar el alcance de la crisis.

Desde hace tiempo, el gobierno operaba como un benefactor de las masas al despreciar las matemáticas presupuestarias como una conspiración de derecha. Macri fue el aguafiestas con una hoja de cálculo que detuvo las celebraciones, consciente de que un mayor gasto ocasionaría hiperinflación.

“El presidente estuvo muy consciente desde el primer día de que tenía que trabajar tan rápido como fuera posible”, dijo Peña, el jefe del gabinete de ministros. “Cuando eres un país descompuesto y en bancarrota, tienes que impactar en términos de credibilidad”.

En los primeros años del gobierno de Macri, la administración retiró los controles sobre el valor del peso y relajó los impuestos a las exportaciones. Los amos de las finanzas internacionales respondieron con un aumento repentino de inversiones. La economía creció casi un tres por ciento en 2017 y posteriormente se aceleró en los primeros meses del año pasado.

No obstante, los inversionistas se retiraron conforme se volvían más temerosos de los déficits de Argentina, lo que ocasionó que el peso se desplomara y despegara la inflación. Esa tendencia continuó el año pasado por lo que el banco central emprendió un esfuerzo para respaldar la moneda al vender sus reservas en dólares y así tratar de frenar el descenso del peso. A medida que las reservas disminuían, los inversionistas presenciaron el espectáculo de un gobierno que fracasa en restaurar el orden. El éxodo de dinero se intensificó, y otra potencial suspensión de pagos se acercaba, lo que llevó a un Macri abrumado a aceptar un rescate del Fondo Monetario Internacional.

Algunas personas acusan al gobierno de realizar una cobarde persecución del gradualismo, al recortar el gasto con demasiada lentitud sin evitar el enojo de las masas. Argentina vendió 100.000 millones de dólares en bonos del gobierno durante los primeros dos años y medio de Macri, al explotar su relación favorable con los encargados de las finanzas internacionales. El efectivo permitió que el gobierno mantuviera algunos programas sociales.

“Todos quieren prestarte dinero, ¿así que por qué serías tan tacaño?”, dijo Fausto Spotorno, economista jefe en Orlando J. Ferreres & Asociados, una firma de consultoría en Buenos Aires. “Creyeron que podían posponer la crisis y gradualmente salir de ella”.

Entre los errores que generaron más consecuencias está la decisión del gobierno de incluir al banco central de Argentina en un anuncio de diciembre de 2017 de que elevaría su meta para la inflación. Los mercados interpretaron eso como una señal de que el gobierno se estaba dando por vencido en su guerra contra la inflación al optar por una apuesta tradicional: imprimir más dinero en vez de recortar el gasto.

“Se volvió claramente un símbolo de la idea de que habíamos socavado la independencia del banco central”, reconoció Peña, el jefe de gabinete de ministros.

Otras personas acusan a Macri de fallar en fijar expectativas realistas. Insistió en que podía fácilmente derrotar a la inflación al mismo tiempo que reducía los subsidios, lo que elevó precios para servicios básicos claves como la electricidad.

En cualquier caso, la economía es un desastre, y los negocios están ansiosos.

“La gente tiene miedo”, dijo Nicoli, propietario de la compañía de cuchillería, Prinox LLC, que fue fundada por su abuelo en 1942.

El gobierno insiste en que vendrán días mejores. Los recortes al gasto han disminuido el déficit presupuestario a un tres por ciento anual de la producción económica. Argentina nuevamente está integrada en la economía global.

“No hemos mejorado, pero los cimientos de la economía y la sociedad están mucho más saludables”, dijo Miguel Braun, secretario de Política Económica del Ministerio de Hacienda. “Argentina está en un mejor lugar para generar un par de décadas de crecimiento”.

En la cuchillería, Nicoli se burla.

“Eso solo es posible a través de la magia, y nadie les cree”, dice. “Este es el peor momento. Y pienso que se va a poner peor”.

Daniel Politi colaboró con este reportaje desde Buenos Aires.

 

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