La figura, de casi un metro, y que representa a María llevando un cetro en la mano derecha y al niño en la otra, reposa en El Quinche, un santuario ubicado 30 km al este de Quito al que peregrinan cientos de miles de creyentes cada año.
Fue tallada por el escultor español Diego de Robles en el siglo XVI a pedido de los indígenas de la comunidad de Lumbisí, en las afueras de Quito.
La historia cuenta que el escultor rehusó entregarla a los indígenas porque no recibió el pago que le prometieron y que, entonces, cambió la imagen -similar a la de la virgen de Guápulo- por unos tablones de cedro a nativos de la cercana Oyacachi, que la colocaron en una pequeña gruta.
Desde entonces a la virgen de El Quinche se le atribuyen muchos milagros, uno de ellos concedido al mismo Robles, quien estuvo a punto de caer al vacío al cruzar un puente pero fue auxiliado por dos hombres que luego desaparecieron.
En agradecimiento, el escultor hizo el altar a la imagen, que luego fue trasladada a El Quinche.
“Yo le tengo mucha fe a la virgen de El Quinche porque a mi hijo de recién nacido estuvo en el hospital y le ayudó a superar su problema de salud. ¡Huy, soy más devota de ella!”, dijo a la AFP Verónica Yanacallo.
La madre, de 23 años, relató que William, su hijo de un año, sufrió una grave neumonía al mes de nacido. “Cada año vengo en las caminatas desde Quito al santuario y cada quince días a la misa”, añadió.
La virgen de El Quinche, venerada también por colombianos que cruzan la frontera para visitarla, es considerada patrona de los transportistas quienes se encomiendan a ella para “evitar accidentes”.
Durante su visita, Francisco colocó flores ante la imagen, tocó su rostro y colgó un rosario en su mano diestra.
El papa pidió, ante miles de fieles y religiosos reunidos en el santuario, a los sacerdotes y a los obispos volcarse al servicio de los fieles y cuidarse del “alzheimer espiritual” que hace olvidar los orígenes humildes.