Se organizaron numerosas manifestaciones en todo el país y la canciller Angela Merkel tenía previsto pronunciar un discurso en una sinagoga de Berlín en presencia del Consejo Central de los Judíos de Alemania.
Más de 1.400 lugares de culto fueron incendiados en toda Alemania, se saquearon los negocios propiedad de judíos y, al menos, 91 personas perdieron la vida, mientras que miles fueron deportadas.
Para los historiadores, lo que ocurrió en Alemania y en Austria el 9 y el 10 de noviembre de 1938 marca el paso de la discriminación de los judíos a su persecución y posterior exterminación por parte de los nazis. La propaganda afirmaba entonces que se trataba de una erupción de violencia espontánea tras el asesinato de un diplomático en París. Pero en realidad estuvo planificada por los jerarcas nazis.
Fue Joseph Goebbels, ministro de la Propaganda, quien dio la señal. Las destrucciones corrieron a cargo de las SS, de las SA y de las Juventudes hitlerianas. La “Noche de los cristales rotos” difiere así de los pogromos de Europa del Este del siglo XIX.
Esta conmemoración, que se solapa con el centenario del Armisticio de la Primera Guerra Mundial y con el fin del Imperio austro-húngaro, se produce en un contexto turbio en Alemania. Hace justo un año, entraba en el Bundestag una formación de ultraderecha, Alternativa por Alemania (AfD).
Y, en agosto, la ciudad de Chemnitz (en la antaño República Democrática Alemana) fue escenario de manifestaciones y actos violentos de carácter xenófobo. “En la actualidad, vemos de nuevo la violencia en las calles”, dijo alarmado a la AFP Felix Klein, comisario del gobierno contra el antisemitismo, que se declaró preocupado por la “radicalización de los discursos en Alemania”.
“Miren cómo ha cambiado la situación en cinco años en Turquía, Brasil, Estados Unidos, en Siria e incluso en Alemania, con Chemnitz”, declaró Uwe Newmärker, director de la Fundación en Memoria de los Judíos de Europa Asesinados.
Es uno de los creadores de una exposición dedicada a la “Noche de los Cristales Rotos” en el museo berlinés de Topografía del Terror, situado en el antiguo sitio de la Gestapo y de las SS. “En noviembre de 2018, no estamos al borde de otra Noche de los Cristales Rotos, pero es nuestro deber impedir que tales atrocidades se vuelvan a producir”, advirtió también el Congreso Judío Mundial.
Numerosos alemanes conmemoran el suceso limpiando o depositando flores en las “Stolpersteine”, miles de pequeñas placas de latón incrustadas entre los adoquines para identificar a las víctimas y su dirección.
En 2017, hubo placas que fueron robadas, lo que atizó el miedo a un resurgimiento del antisemitismo, una realidad afrentosa en un país que construyó su identidad sobre el arrepentimiento por el Holocausto. La xenofobia ha ido ganando influencia en el país, especialmente hacia los numerosos migrantes árabo-musulmanes que llegaron a Alemania desde 2015.
Además, el auge de la ultraderecha alemana también ha puesto en primer plano un antisemitismo nacional. La AfD ha multiplicado las polémicas relacionadas con el nazismo, juzgando que Alemania debía dejar de lado el arrepentimiento por la exterminación de los judíos.
Militantes de ultraderecha querían manifestarse el viernes en Berlín, pero la concentración no fue autorizada. La preocupación no deja de crecer dentro de la comunidad judía alemana, de unas 200.000 personas.
Aun así, el número de delitos de carácter antisemita se mantiene estable en las estadísticas de la policía, con unos 1.400 casos registrados cada año desde 2015. Más del 90% de los casos fueron imputados a la extrema derecha.