'Revolución' de rock con Fito Páez en Paraguay

El músico y compositor argentino volvió un día al país e hizo lo que mejor sabe: confirmar su fecundo legado en el cancionero del rock argentino.

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No es desmedido indicar que pocos compositores de su generación han dado vida a un puñado de canciones que, desde un primer acorde, nos remiten a experiencias musicales a los que Fito Páez nos había acostumbrado. Y es que, también hay que decirlo, posiblemente lo mejor de su obra quedó allá por los años ’90, cuando editaba discos como El amor después del amor (1992) y Abre (1999).

Esta vez, el músico de Rosario volvió cuatro años después con un álbum recién editado: Rock and Roll Revolution (2014). Disco que, también hay que reconocer, no propone revolución alguna en su universo musical, pero que sí le sirve de “excusa” para seguir cantando… como él mismo reconoció en su recital de anoche.

Frente a un Court Central del Yacht y Golf Club que estaba lejos de llenarse, apareció sobre el escenario un Fito Páez de 51 años dispuesto a presentar canciones de su nuevo álbum, pero también aquellos himnos inevitables. Vestido de un saco albirrojo y un pantalón jean corto, el músico abrió la noche con estrenos: la verborrágica Rock and Roll Revolution, la inspirada Muchacha y la eléctrica Yo te amo tuvieron la misión de apertura… que resultó algo tibia, comparado a lo que vendría.

“¡Buenas noches, Asunción, carajo!”, fue el saludo inicial de cantante, quien apareció acompañado de una banda que merece atención y mención aparte. La potencia del sonido de Fito hoy recae en la audacia y virtuosismo de sus músicos Diego Olivero (director y guitarra eléctrica), Juan Absatz (teclados y guitarra), Mariano Otero (bajo) y Gastón Baremberg (batería). Entre arreglos instrumentales y de voces, la banda estable del artista aporta fuerza rockera, que contrasta con la dulzura del piano que Fito encanta… o que acompaña el rosarino cuando toma la guitarra.

A diferencia de su manejo mediático, el argentino sí se mostró conversador con sus fans en cada intermedio: habló del clima paraguayo (“¡Qué calor en Asunción!”), de cerveza, del largo tiempo del regreso (“Hace mucho no veníamos, así que vamos a hacer un concierto largo”, prometió); también recordó sus primeras venidas (“Recuerdo cuando vine, hace muchos años… pasa el tiempo, y seguimos acá. Eso fue por el '87, '88: gracias por permitirme acompañarlos”, mencionó).

Al público, como se sabe, hay que darle lo que quiere. Por eso, la verdadera euforia tuvo lugar cuando el músico ofreció en el setlist sus eternos clásicos: la entrañable Rueda Mágica (originariamente grabada con voces de Charly García y Andrés Calamaro), la furiosa Al lado del camino (acompañada con fuerza por el público) y la poderosa Tumbas de la gloria (que llevó a sus fans al éxtasis total).

Ya en plan intimista, el músico ofreció con su piano la recordada Cadáver exquisito, que antecedió a She’s Mine y a la tan coreada Y dale alegría a mi corazón.

Los gritos desbordaron las instalaciones del Yacht mientras sonaba la histórica Un vestido y un amor (tema que, en su momento, versionó el brasileño Caetano Veloso). Después de un breve descanso instrumental y con la cadencia de los teclados de Absatz, la banda volvió a hacer de las suyas con una descomunal versión de Loco, aquel tema de Charly García. Páez aprovechó para homenajear al maestro por su cumpleaños número 63, después de rendirle tributo desde la misma portada de su Rock and Roll Revolution.

La noche seguía entre güiños a Fabiana Cantilo, duelos con su guitarrista y menciones a la capital de nuestro país… aunque, en realidad, estaba en Lambaré.

Pero si el público ya estaba rendido a sus pies, lo mejor recién empezaba. La seguidilla de clásicos de su repertorio siguió con la potentísima Naturaleza sangre, la mágica interpretación de Brillante sobre el mic –el cantante pidió un encendido de teléfonos celulares, que pintaron “estrellas de teléfonos digitales”– y una dosis de rock crudo y duro, con los solos de guitarra de Olivero en Ciudad de pobres corazones.

El court del Yacht se convertía en una cancha de fútbol al ritmo de A rodar la vida, cuando –también a pedido del músico– los fans revoloteaban sus remeras, al igual que el mismo artista. “Una noche hermosa aquí, en Asunción, una vez más”, aseguraba Páez, mientras recibía la popular exclamación de “¡Olé, olé, olé!”.

Un falso amague de despedida tuvo su fin con otro hit: la melódica Dar es dar. Con Fito al piano, el autor incluyó versos de Buena estrella, aquella luminosa canción grabada en Abre (1999).

Ya todo estaba dicho: Páez presentó novedades, pero también dio al público lo que quería. La despedida llegaba a la par de otro himno: la frenética Mariposa tecknicolor, una de sus canciones más exitosas de los ’90.

El público no aceptaba el inminente final. Fin que, sin embargo, tardó en llegar dos horas. Pero el rosarino supo compensarlo con otra potente canción: la furiosa El diablo de tu corazón, grabada en pleno advenimiento de la crisis argentina de 2001.

Algunos artistas alcanzan el éxito… y, en poco tiempo, se tiñen de olvido. Otros, los verdaderos, se quedan para siempre. Aunque con un repertorio nuevo ignorado por las grandes masas y el temido riesgo de copiarse a sí mismo, Fito Páez hoy recoge aquellas viejas-bellas canciones que lo ubican cómodamente en el selecto grupo de los inolvidables.

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