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A veces las estrellas se alinean en contra de una película, y ese fue el caso con Quantum of Solace, la esperada continuación de Casino Royale, que había introducido a un renovado James Bond con más profundidad emocional y agresividad física, elementos que fueron explotados de forma experta por el director Martin Campbell para engendrar una de las más mejor logradas películas de acción de la década pasada.
Pero Quantum of Solace tuvo la mala fortuna de verse afectada, al menos indirectamente, por el oleaje de la famosa huelga de guionistas de Hollywood en 2007 y 2008, lo que repercutió en un guión apurado e incompleto, a lo que se sumó la selección como director de Marc Forster, un realizador que tenía en su haber algunos interesantes dramas como Monster's Ball y The Kite Runner, pero que – como quedaría claro en este filme y en sucesivos intentos suyos en el cine de alta adrenalina como Machine Gun Preacher y Guerra Mundial Z – sencillamente no sabe dirigir acción.
Quantum of Solace abre inmediatamente después de la escena final de Casino Royale, con James Bond (Daniel Craig) huyendo a toda velocidad por una siseante carretera montañosa de Italia, en una secuencia que hace inmediatamente aparente que la elegante, fluida y clara acción de Casino Royale no va a estar presente aquí.
Forster presenta las escenas a un ritmo que es adecuadamente frenético para la violencia e intensidad de la secuencia, en la que varios otros vehículos intentan acabar con Bond, pero las tomas excesivamente cerradas y las innecesarias sacudidas de la cámara, sumadas a la edición hiperactiva, hacen que la acción sea incomprensible; entender la posición de los vehículos en la persecución, quién es quién y quién está chocando a quién, es demasiado trabajoso para generar tensión. Al final, en vez de ver una escena de acción, vemos una serie de imágenes en sucesión ultrarrápida que nunca parecen conectar del todo, y es un defecto que afecta en igual o un poco menor medida a todas las secuencias de acción del filme, desde una persecución de lanchas en Haití hasta un duelo de aviación sobre el desierto boliviano.
Es una mala imitación del estilo popularizado por Paul Greengrass en la saga Bourne, con la diferencia de que ese director se las arregla para hacer sus persecuciones y peleas coherentes al mismo tiempo que filma de forma turbulenta y frenética para dar una sensación de realismo. Esta persecución en La Supremacía de Bourne deja en ridículo a la del principio de Quantum.
Eventualmente descubrirmos que Bond tenía capturado al enigmático Sr. White (Jesper Christensen), el misterioso personaje que se movía en las sombras de los acontecimientos de la película anterior. Bajo interrogación, White se revela como miembro de una poderosa organización secreta con alcance hasta dentro de la propia MI6. Siguiendo la pista de esta organización, Bond acaba tras el rastro de Dominic Greene (Mathieu Amalric), un ambientalista con un plan siniestro que podría arruinar la vida de un gran número de personas en Bolivia.
El guión de los veteranos de Bond Neal Purvis y Robert Wade con Paul Haggis hace un valiente esfuerzo por ser al mismo tiempo una película de acción y suspenso que se pueda sostener por sí sola y una continuación adecuada de lo acontecido en Casino Royale, pero se queda corta en ambos objetivos.
La “exploración” de la mente de Bond sacudida por lo ocurrido con Vesper Lynd se limita a mostrarnos a un Bond más serio que lo habitual y a hacer cada tanto que algunos de sus aliados le recuerde que Vesper lo amaba, y su búsqueda de venganza es casi totalmente ajena al argumento de la película; lo resuelven en un epílogo sin relación directa con nada de lo que vino antes. Hay un intento de unir temáticamente a Bond con el deseo de venganza de la otra protagonista de la película, Camille Montes (Olga Kurylenko, quien se defiende bien), una mujer que busca matar al dictador boliviano derrocado que violó a su madre y asesinó a su familia.
Aunque ciertamente las interacciones de Bond y Camille hacen que el filme cobre algo de vida, y la relación de amor y odio/desconfianza entre Bond y la MI6 imprime algo de muy necesitado suspenso a la trama, no logran redimir el hecho de que la trama no es particularmente interesante o memorable, y que está poblada de personajes aburridos o planos. El general Medrano (Joaquín Cosío), el objetivo de la venganza de Camille, es un villano que estaría más a tono en una película de acción sin cerebro de la era Reagan, mientras que Strawberry Fields (una desperdiciada Gemma Arterton) es una de las “chicas Bond” más olvidables de toda la saga, cuya participación parece tener como único objetivo hacer una referencia visual a Goldfinger. En cuanto al villano principal, a pesar de los mejores esfuerzos de Mathieu Amalric, Greene sencillamente no es interesante, en especial luego de un villano tan cautivante como el Le Chifre de Casino Royale.
Ni lo suficientemente buena para seguir satisfactoriamente a Casino Royale, ni lo suficientemente mala para ser memorable si quiera por eso, Quantum of Solace fue un decepcionante descenso en calidad en una saga que parecía estar despegando hacia cumbres inéditas.
Afortunadamente, una de las mejores películas de la historia de la saga Bond estaba a solo cuatro años de distancia.