“Los buscadores”: una película para encontrarse

Del Mercado 4 a la Chacarita. De las carretillas a las dos ruedas. Maneglia y Schémbori apuestan a la aventura en su entretenido nuevo filme “Los buscadores”.

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Seamos claros desde el principio: si usted es fanático de “7 Cajas" y busca repetir la experiencia, sepa de entrada que saldrá decepcionado. Ni mejor ni peor; es distinta. Y eso, también a priori, es muy positivo.

Embarcados en el género de aventuras, y con altos niveles de comedia, Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori se reinventan con un clásico que no puede fallar: la casi mítica figura de la plata yvyguy, esos cántaros o cofres repletos de tesoros que habrían sido enterrados durante la fatídica Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), en la que Argentina, Brasil y Uruguay lucharon contra el Paraguay por la supremacía en la cuenca del Plata-.

Aquellos elementos de la dura historia paraguaya son tomados apenas como guiños –sepa también que no es una película histórica– para construir un cuentito que fluye y funciona –en algunos momentos más que en otros– pero que no traiciona las reglas de un género tan frenético como apasionante. 

La dupla filma ahora una historia hablada en jopara –mitad castellano, mitad guaraní– en la que el personaje de Manu (Tomás Arredondo) descubre una gran misión en la vida: encontrar un tesoro escondido cuyas pistas se descifran de los viejos apuntes de su abuelo. Por supuesto, una serie de aliados y adversarios se sumarán a la batalla, entre conflictos, persecuciones, calles del centro y viviendas inundadas.

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La impecable dirección actoral queda plasmada en las pulidas actuaciones del pícaro Manu de Arredondo o un desenfadado Christian Ferreira como Fito. O la antipatiquísima Ilu, interpretada por Cecilia Torres, una grata revelación. O la simpática y sensual Lili, a cargo de Sandra Sanabria. Y ese es otro golazo que nos remonta a “7 cajas”: el hallazgo de nuevas figuras para los personajes protagónicos, un gesto creativo que el público siempre agradece.

La pantalla se vuelve a encender cuando un valiente Mario Toñánez se juega la vida con la búsqueda, o una aguerrida Nelly Dávalos ilustra una dura realidad social o cada vez que la cocinera de Leticia Sosa le imprime su sello más personal.

La correcta puesta en escena se luce con vestuarios acordes y una impecable iluminación. La bellísima banda sonora original de Derlis González, con el talento instrumental de la Orquesta Sinfónica Nacional, por momentos es digna de un filme de Hollywood o de una sabrosa comedia italiana. 

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Los encantadores giros del guión cumplen su cometido gracias a los ojos de Richard Careaga y su fotografía impactante. Los largos planos secuencias y el uso de los recursos de travelling le dan un valor agregado cada vez que descubrimos una inundada Chacarita o nos zambullimos en las tan conocidas calles del microcentro.

Y allí está –una vez más– el gran acierto de los directores: la capacidad de contar una pequeña historia al ritmo y tono de los paraguayos, con esas calles de todos los días, con tecnología avanzada, lenguaje cinematográfico admirable, respeto a los códigos del género y más acciones que palabras (nos guste o no la secuencia final... pero esa es harina de otro costal).

No caben dudas hoy de que nadie mejor que Maneglia y Schémbori aprendieron a llevar la idiosincrasia guaraní a un terreno creativo y popular, tan artesanal como complejo, tan mínimo como destinado a robarse la taquilla. ¿Con mejor o peor suerte que “7 cajas”? El público tendrá la palabra final. 

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