Resenas

Calamaro: la intimidad de un cantante

Inspirado, elocuente, bohemio. Andrés Calamaro premió a sus incondicionales con su concierto más íntimo en Paraguay.

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Su relación con nuestro país es larga y fecunda. La pasión calamarense es conocida y nos remite a los ya lejanos ‘80, cuando -todavía en dictadura stronista- las canciones de Los Abuelos de la Nada -liderada por el fallecido Miguel Abuelo (1946-1988)- empezaban a convertirse en himno. El rock argentino marcaba presencia en las emisoras locales y sus seguidores empezaban a descubrir su primera etapa solista, antes de otra fiebre generacional: la agrupación que formara en España y para la cual escribiera éxitos como Sin documentos y Palabras más, palabras menos... Los Rodríguez.

Por entonces, Andrés Calamaro era ya figura clave en la escena del rock latino. Algo que se expandiría todavía más en su segunda etapa solista, marcada por el álbum Alta suciedad (1997). Etapa en que el cantante y compositor llegaba por primera vez al Paraguay, para un concierto en el León Condou (1998). La experiencia tardaría en repetirse nada menos que diez años para un masivo encuentro en Rakiura, de la mano de La lengua popular (2007).

Visita tras visita, la fidelidad de su público seguiría intacta, con localidades agotadas en 2010 (Arena Circo) y dos recitales repletos en 2014 y 2016 (Yacht y Golf Club).

Esta vez Calamaro volvía con una propuesta mínima pero esencial: un formato acústico en el que el piano de Germán Wiedemer, la percusión de Martín Bruhn y el contrabajo de Antonio Miguel acompañarían la ronca voz del argentino en el Gran Teatro del Banco Central del Paraguay (BCP).

“Gracias, Paraguay, por agotar el papel. No hay más localidades”, escribía el músico horas antes a través de sus redes sociales. Horas después, el artista relataba con pasión el encuentro que cerraba su larguísima gira con la que recorrió el continente, Licencia para cantar.

El pedido de evitar las desaforadas grabaciones con los teléfonos móviles era acaso el único clamor del artista... pedido que (casi) fue cumplido a cabalidad. Con los primeros versos de El incomprendido, del puertorriqueño Ismael Rivera, Calamaro abría un concierto bañado en poesía, mística e intimidad.

Sin batería ni sonidos eléctricos, el verdadero Calamaro Massel salía a flote con el justo equilibrio de verborrágico cantor.

El repertorio -dividido en tres partes, como él mismo presentó- incluyó en su apertura la canción de Héctor Lavoe, El cantante -grabada por él en un disco homónimo y que le valió un tributo verbal a la salsa-, La libertad -coescrita junto a Gringui Herrera-, Bohemio -“el emblema del disco Bohemio”, apuntó-, y el clásico de Chico Novarro, Algo contigo.

El recorrido llegó hasta los 7 segundos, de Los Rodríguez, momento en el que hizo mención a una importante etapa de su vida. “Un grupo bendito porque es un pedazo de vida pero maldito porque muchos como de Los Rodríguez ya están de este lado”, señaló, en referencia a sus excompañeros Julián Infante, Guille Martín y Dani Zamora.

Los bellos arreglos elevaban versiones de El día que me quieras -“Ni necesita ninguna clase de presentación, la canción ‘gardeliana’ por excelencia”-, Ansia en Plaza Francia -registada en su recordada Honestidad brutal- y Quien asó la manteca, de Alta Suciedad -“Una pregunta que hace 20 años que sigue sin respuesta y no espero que nadie me diga”-.

Lejos de grandes estadios y los intensos pogos acostumbrados, la complicidad del artista y su público seguía en clave de melodía con Garúa -de Aníbal Troilo- y la reciente Rock y juventud -grabada en Volumen 11 (2016) y creada originalmente para el proyecto Canción de amor de un día de Javier Corcobado-.

La nostalgia volvía a salir a flote con otros picos de Los Rodríguez (La copa rota, Para no olvidar), Los Rodríguez (Himno de mi corazón) y su más cotizada carrera solista (Los aviones, Tuyo siempre).

En el coloquio, el artista aprovechó para relatar su experiencia en una visita a un preso político que disparó contra un obstetra de la dictadura militar. En aquel recorrido presidiario, el argentino descubrió a un grupo de paraguayos, del que particularmente le llamó la atención uno. “Me contó este paisano vuestro había una población que hablaba doce idiomas o dialectos distintos. La raíz la cultura indígena tan poderosa que hay en Paraguay y en todo nuestro jardín sudamericano”.

También hubo recuerdos a sus dos anteriores conciertos, a pocos metros del río Paraguay. “Un parador muy lindo para clavarse un tereré con buena compañía... pero por fin más lejos del río, más cerca del frente. Espero pronto instalarme en las profundidades y, quién sabe, rescatar algo más que un iPad”, ironizó, en referencia al artefacto tecnológico que -con entusiasmo y picardía- confirmó llevarse de la capital.

Los asistentes que esperaban ‘hits’ tendrían su momento con pasajes musicales como Estadio Azteca -coescrita junto a Cuino Scornik-, la coreadísima Flaca y la desgarradora Crímenes perfectos.

Era la última parada de su gira y un broche de oro con sabor a adiós. “Será entonces hasta la próxima estación del destino. Y las giras. Espero repetir con todos estos mismos camaradas porque las sensaciones fueron buenas”, escribía después el cantante a su público.

El bis llegaba con un trío que volvía a repetir su esencia: otro hit de Los Rodríguez, Mi enfermedad -aplaudida y cantada a rabiar-, la misteriosa Media Verónica y otra gran elegida por su público: Paloma.

Faltaban 20 minutos para la medianoche, y el público seguía allí: hechizado ante un Calamaro como nunca se vio en Paraguay. “Mejor me despido con un ‘hasta luego’. El tren de canciones llegó a la última estación del camino. Continuará”, prometía el cantor después, ante la soledad de una habitación de hotel.

El bohemio se ha marchado. El Salmón siempre regresa.

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