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Hay que reconocerle más virtudes que defectos: a lo largo de sus 28 años recorriendo escenarios se impuso en la música popular como pocos lograron en la industria. De artista callejero en la cosmopolita Buenos Aires a vender veinte millones de discos en el mundo, se denota una impronta matriz: esa capacidad de tocar la fibra popular en letras que nadan entre el amor y el desamor. Y el público, que sufre con él, ese desasosiego.
Es lo que se vio y vivió en la noche del sábado en el Estadio del Club Olimpia, cuando más de 20.000 personas llegaron al local y disfrutaron de un espectáculo de impecable despliegue visual. Imagen que contrastó con el desempeño de la producción local, que brilló por una serie de deficiencias con las acreditaciones y el espacio a la prensa: desde el retraso de acreditaciones y una ubicación para los cronistas donde la visualización y la acústica era la peor, hasta la prohibición de cobertura para Sociales.
Arjona, lo sabemos, se destaca por sus letras, que impregna en una poesía suburbana acaso pretenciosa, pero que logra calar hondo en un público femenino de la más variada edad y estrato social.
En ellas, los gritos y la emoción fueron una constante. Desde las 21:40, cuando el artista guatemalteco subió al escenario –aunque aún no visible, en plan misterioso– luego de la presencia del joven cantautor Miguel Narváez, quien había interpretado canciones propias y una versión de “Recuerdos de Ypacaraí”.
Con un editado que incluía a personajes populares de nuestras tierras americanas –desde el Chavo del 8 hasta el Che Guevara y Los Simpson, como imagen de la idolatría que tal vez el cantante manifieste ocupar–, un video daba inicio a la noche en un formato de noticiario que daba la bienvenida al show. Es el montaje del “Metamorfosis World Tour”, ya visto por más de un millón de personas en el mundo, y que acerca a su público a su reciente trabajo, “Independiente”.
Era “Vida” el tema que daba inicio al repertorio, con un editado que servía de mixtura entre celebridades y políticos (hubo lugar hasta para Barack Obama).
Una escenografía impactante cuyo centro era una pantalla gigante –con pantallas secundarias en ambos costados, también–. La plataforma de decorados podía alternarse entre canción y canción, mientras giraba la misma. De un lado, un cómodo departamento de dos pisos –no faltaba ni el dormitorio, ni la biblioteca, ni los sofás–, y del otro, un decorado moderno, circense, divertido. Digno de Lady Gaga, en versión masculina (y latina).
El público no tardó en aplaudir al cantante, mientras empezaba con “Lo que está bien está mal”. Aún sin mediar palabras, le seguían “Hay amores” y “Sin ti, sin mí”, donde empezó a interactuar de la mejor manera.
Los seguidores agradecieron “Desnuda”, aquella canción emblema que sirvió para sus primeras palabras. “¡Muy buenas noches! ¡Hace rato que no les veo!”, dijo, refiriéndose al tiempo en que tardó en regresar –su anterior show data de octubre de 2009, en el Defensores del Chaco–.
Allí aprovechó para saludar cortésmente, asegurando estar “feliz de regresar a este lugar, con los amigos de siempre, con el tereré de siempre”.
La plataforma giraba, para dar lugar al modo circense, al ritmo de “Acompáñame a estar solo”, escoltado por una violinista. El público agradecía, entre coros y aplausos.
“Hay mucha gente desesperada por encontrar el amor de su vida”, decía Arjona, planteando el leit motiv de su canción “El amor”, interpretada por primera vez en el país.
También en plan estreno, hubo momento para “Mi novia se me está poniendo vieja”, escrita para su madre y grabada también en su reciente álbum. Imágenes de su adolescencia sirvieron para ilustrar el momento.
Cambiaba el decorado y llegaban los ritmos latinos. Con interesantes arreglos de guitarra y percusión, sonaba “Historia de taxi”, otra canción infaltable de su repertorio.
Siempre acompañados de su público, era el momento de “Dime que no”, cantada en medley. Desde allí, llegarían “Cuándo” y “Cómo duele”.
Fue el momento en que las pantallas proyectaban imágenes de las fans, muchas de ellas con carteles con mensajes de amor hacia su ídolo. Ocasión ideal para que el músico mencionara la típica dedicatoria “Rohayhu”. Un cartel que rezaba “Tengo 4 décadas” dio con una mujer que cumplía el requisito, ya a quien invitó al escenario.
Pero antes, el guatemalteco daba lugar a otro hit: “Pingüinos en la cama”. Recién después los primeros acordes daban lugar a “Señora de las cuatro décadas”, con la paraguaya a su lado, quien no tardó en dialogar “secretamente” y hasta acomodar sus piernas en la entrepierna del músico.
El espectáculo dio lugar a un breve monólogo, al que siguió un solo de percusión.
Desde allí, sonarían otros himnos del cantante: “Reconciliación”, “Sin daños a terceros” y “Fuiste tú”, a dúo con la dulce voz de su corista.
Otro hit dio lugar a la euforia femenina: “Te conozco”, para seguir con la rítmica “Te quiero”.
Una bandera paraguaya, así como nuestro mapa geográfico y el escudo nacional, se proyectaban en la pantalla principal, siempre con íconos alternados como el Chapulín Colorado, Batman, Don Ramón el Che Guevara. Esto, al ritmo de “Si el norte fuera el sur”.
Las fanáticas cantaron a lo largo de “El problema”, otro clásico del cantautor.
Tras el amague de despedida, el músico retornaba con imágenes alusivas al tiempo proyectada en la pantalla. Se trataría, claro, de “Minutos”, otra canción que dio vueltas este hemisferio del planeta, con un armónico arreglo de cuerdas.
“¡Gracias, Paraguay! ¡Chau!”, decía Arjona, marcando la etapa final de la noche.
Las luces se apagaban, pero él volvía a salir. El noticiero montado volvía a “emitirse”, esta vez anunciando la despedida. “Si quieren que vuelva a salir, deberán manifestarse de manera más efusiva”, decía la conductora del montaje.
Tras los gritos y aplausos de su público, Arjona volvía a salir, esta vez para entregar otro infaltable: “Mujeres”, aquel popular homenaje al sexo femenino editado allá por 1993.
Era la forma en que el cantante con masivo público cerraba el espectáculo, visualmente impecable, digno de un divo del pop. Un show impecable para sus fanáticas, y simplemente correcto para un auditorio que esperaba sorprenderse y ver derrochar un carisma que, muy a pesar nuestro, no se conjuga con su soberbio talento de compositor.