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Pocas cosas pueden considerarse más polarizantes en el mundo actual que la “guerra contra el terror” impulsada por los Estados Unidos luego de los ataques perpetrados en Nueva York y Washington en la mañana del 11 de setiembre de 2001, en los que fallecieron más de 3.000 personas.
Desde entonces, el gigante norteamericano –junto una enorme cantidad de naciones aliadas- se ha visto envuelto en nada menos que dos conflictos internacionales, sin mencionar innumerables escándalos de violaciones a derechos humanos en campos de detención como Abu Ghraib y Guantánamo, y acusaciones de tortura a prisioneros por parte de la CIA, la Agencia Central de Inteligencia norteamericana.
Durante diez años, el objetivo principal de Estados Unidos fue Osama Bin Laden, el líder de la organización terrorista Al Qaeda y el autor moral de los atentados del 11 de setiembre. Fue la búsqueda hasta entonces fallida de este “enemigo público número uno” lo que Katheryn Bigelow y su colaborador, el guionista Mark Boal, decidieron plasmar en pantalla luego de su triunfo en los premios Óscar con “The Hurt Locker” (2009). Sin embargo, mientras se disponían a comenzar a rodar, Bin Laden finalmente fue hallado y muerto por fuerzas estadounidenses en mayo de 2001.
El proyecto cinematográfico comenzó prácticamente desde cero con Boal y Bigelow investigando exhaustivamente, y el producto final es un triunfo.
El filme se desarrolla entre 2003 y la noche en que Bin Laden murió, y gira en torno a Maya (la actriz Jessica Chastain, nominada a un premio Óscar), una joven agente de la CIA insertada en el equipo encargado de encontrar a Bin Laden, a cualquier costo.
Bigelow retrata los acontecimientos de forma neutral, casi de documental: no hay artificios, no hay grandes discursos ni frases icónicas –bueno, una o dos pueden considerarse memorables-, ni grandes temas emotivos y épicos en la banda sonora del francés Alexandre Desplat que acompaña la película. Se trata de una película sobria, como debería ser una que trata con un tema tan delicado.
La película retrata con sobrecogedor detalle, aunque siempre sin emitir un juicio propio más allá de lo que puedan decir sus personajes, escenas de tortura física y psicológica contra detenidos por parte de la CIA, en su afán de conseguir información; son escenas por momentos difíciles de ver, terriblemente bien actuadas y filmadas de un modo casi claustrofóbico; esa falta de música de fondo o de trucos de cámara sólo acentúa la sensación de incomodidad.
Un filme como este, sin demasiada acción que distraiga al público, vive por la astucia de su guión, pero en igual medida vive por medio de sus actores, y Jessica Chastain efectivamente brilla en su papel de Maya. Cuando la vemos por primera vez tiene un aire de inocencia, y está visiblemente afectada por las atrocidades que se ve obligada a presenciar y en las que tiene que colaborar. A medida que el filme avanza y los años pasan, Maya se vuelve una mujer endurecida por las experiencia, aunque la actriz comunica de forma brillante el tumulto moral dentro de su personaje, una persona que sabe que en su afán de atrapar a un monstruo se ha convertido ella misma en uno, al igual que sus colegas; y lo hace sin recurrir al diálogo para explicar esto de forma explícita, sino que logra transmitirlo simplemente con lenguaje corporal, con el tono de voz y la mirada, hablando con dureza y fuerza a su superior, pero dejando entrever un dejo de fragilidad que hace a uno percibir que el personaje está a punto de que se le quiebre la voz.
Grandeza en las cosas pequeñas. La película está llena de pequeños momentos en los que los actores brillan, desde la expresión descorazonada y cansada en el rostro de Maya cuando recibe dos noticias particularmente malas una detrás de la otra, la forma en que el compañero de Maya –a quien vemos nada más comenzar el filme torturando y humillando sexual y psicológicamente a un prisionero- finalmente admitir que ya no puede con más, o la reacción de un SEAL cuando sus compañeros le preguntan si se daba cuenta de lo que acababa de hacer. Son momentos sutiles, pero golpean más fuerte que cualquier discurso o llanto.
La escena principal del filme, el asalto al complejo residencia donde fue hallado Bin Laden, es donde Bigelow deja brillar sus credenciales como una experimentada directora de thrillers de acción; se trata de un momento claustrofóbico, presentado casi totalmente en el tono verde fantasmal de los lentes de visión nocturna, que es como habrían estado viendo el mundo los soldados en ese momento –y los momentos que no están presentados así son dominados por una opresiva oscuridad-, con un silencio casi absoluto roto solo por la ocasional carga explosiva, el rumor de los soldados, sus equipos y armas, y los susurros de advertencia. El trabajo de edición logra un ágil salto entre los varios puntos donde se desarrolla la acción, manteniendo coherente lo que se muestra.
Se trata de uno de esos momentos que logran mantener al espectador al borde del asiento en total tensión aún cuando es bien sabido por todos cuál será el desenlace final.
Una advertencia: se trata de una película a la que hay que estar muy atento para seguirle el hilo. Con todos los nombres y pseudónimos árabes, la densa jerga militar –aunque los subtítulos ayudan bastante al hacer más accesible el diálogo- y los constantes saltos en el tiempo, es mejor que el celular se quede en el bolsillo durante la duración del filme.
“La Noche más Oscura” es un soberbio thriller de suspenso, que afortunadamente muestra sus acontecimientos del modo más adecuado para el material que toca: sin hacer ningún comentario ni tomar postura moral alguna. Ya de eso se encarga el público.
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LA NOCHE MÁS OSCURA (Zero Dark Thrity)
Dirigida por Kathryn Bigelow
Escrita por Mark Boal
Producida por Kathryn Bigelow, Mark Boal y Megan Ellison
Edición por William Goldenberg y Dylan Tichenor
Dirección de fotografía por Greig Fraser
Banda sonora compuesta por Alexandre Desplat
Elenco: Jessica Chastain, Jason Clarke, Kyle Chandler, Jennifer Ehle, Reda Kateb, Harold Perrineau, Jeremy Strong y James Gandolfini