Para contar a los nietos

Unas 30.000 personas vibraron con un inolvidable espectáculo ofrecido por Paul McCartney en Asunción.

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Tiene 69 años, pero la fuerza de un adolescente. Fue pieza fundamental de la historia de la música, cuando junto a sus compañeros John Lennon, George Harrison y Ringo Starr hacían de las suyas como los icónicos Beatles. Es el músico más poderoso y millonario de Inglaterra, mas conserva la humildad de recorrer nuevos países –rechazando ofertas más importantes quizás–, y parar a saludar a sus fans tras arribar a un aeropuerto o salir del hotel. Y ni hablar del momento en que salta a un escenario para entregar casi tres horas de show con un repertorio sobrecargado de historias del pasado y del presente, siempre con mucha emoción. Ese es el Sir Paul McCartney que conoció el Paraguay una noche de abril en el Estadio Defensores del Chaco.

No reniega de su éxito beatle ni deja de reinventarse en su universo musical: lo inmortaliza en cada concierto de su gira “On The Run”, con la que decidió conocer a su público paraguayo el martes 17 de abril de 2012.

 

El de este martes fue uno de esos conciertos de los que miles de nietos oirán en años futuros; de hecho, por el peso del artista hubiera sido esa clase de conciertos aún si el espectáculo en sí hubiera sido nada destacable, pero el que Paul McCartney dio en el estadio “Defensores del Chaco” fue un acto de magia, un vibrante show de casi tres horas de duración con todo lo que un concierto de nivel mundial debería tener.

Porque la noche de Paul McCartney se convirtió en un megaevento que trascendió lo musical para convertirse, de pronto, en un fenómeno social. Al menos es lo que se veía tanto afuera como adentro del estadio, cuando familias del barrio –o de otros que llegaron– rodeaban la zona para compartir cervezas, gaseosas o el infaltable tereré, entre oficinistas, jóvenes ‘punk’ o adolescentes que recién conocían la magia beatle.

El evento ya era inolvidable antes de que los portones se abrieran. Desde su increíble anuncio hasta el primer acorde de música en el escenario, el concierto de McCartney había despertado una expectativa de una magnitud que habitualmente se reserva a partidos de la selección paraguaya de fútbol en un Mundial o elecciones presidenciales; cada día se sentía un poco más de electricidad en el aire.

Y es que Paul McCartney, sin importar cuántos rumores de muerte que circulen en Internet, es un trozo vivo de historia de la música, un ícono –en el sentido más puro y amplio de la palabra– del rock reconocible en casi cada rincón del planeta. Y esta noche Paraguay era parte de esa historia.

A medida que trascurrían las horas de la tarde los alrededores del estadio “Defensores del Chaco” iban cobrando vida con la llegada de los fans más ansiosos del excompañero de banda de John Lennon, George Harrison y Ringo Starr, los legendarios Beatles. La impaciencia crecía a medida que lo hacía la emoción y la cuenta regresiva se hacía más corta. Con cierto retraso en la apertura de los portones de acceso, el público comenzó a colmar los lugares habilitados del estadio.

Hasta que, finalmente, ya con un estadio casi lleno, las luces se apagaron, el escenario se llenó de humo, y el público se dio cuenta de que la fiesta comenzaba.

A las 21:14 del 17 de abril de 2012, Paul McCartney salía al escenario e inmediatamente comenzaba a interpretar “Magical Mystery Tour”, la canción que da nombre a uno de los proyectos fílmicos de The Beatles y a su banda sonora. Un impresionante juego de luces llenaba de color el imponente escenario que se alzaba en el campo del “Defensores”, mientras McCartney comenzaba a deslumbrar con su icónico bajo Höfner, acompañado por las guitarras de sus músicos.

Sonriendo ante las decenas de miles de personas que colmaban el estadio, McCartney procedió a cantar “Junior's Farm”, canción que lanzara ya con Wings, la banda que formó tras separarse de The Beatles; la combinación del la sofisticada lumínica, el impecable sonido y el carisma no solo de McCartney, sino de todos en el escenario, ya daba como resultado un show deslumbrante.

Siempre bajo en mano y tras saludar al público con un “Mba'éichapa” (“¿Cómo están?”), en correcto guaraní, McCartney volvió a su época de Beatle con “All my Loving”, mientras en las graderías, plateas, preferencias y en el campo había fiesta, y los Beatles miraban desde la pantalla gigante detrás de los artistas.

“¡Buenas noches!”, exclamó McCartney en un muy logrado español. Pero muy pronto volvía al guaraní: “¿Iporãpa? (“¿Están bien?”). Y el público ya estaba en su bolsillo. “Estamos muy contentos de estar acá por primera vez. Esta noche voy a tratar de hablar algo de español, algo de guaraní, algo de jopará, pero más que nada inglés”, anunció el artista, siempre en español, mientras 30.000 personas deliraban en absoluta complicidad.

La música continuó con la muy movida y enérgica “Jet”, de Wings, una rápida canción de rock puro acompañada por los gritos del baterista Abe Laboriel Jr., quien arrancó por derecho propio grandes aplausos durante la noche. Tras terminar la canción, McCartney agradeció por la bienvenida y procedió a interpretar la icónica canción de los Beatles “Drive my Car”, saltando a medida que cantaba y tocaba el bajo.

“¡Gracias por la bienvenida!”, agradecía el rockstar.

La canción terminó con un “Olé olé olé” del público, al que los artistas acompañaron en el escenario con música, un gesto que hizo delirar a las miles de personas que coreaban con aún fuerza ahora que su ídolo los acompañaba en el cántico. McCartney se atrevió de nuevo con el guaraní al agradecer con un “Aguyje” (“Gracias”) el apoyo de la audiencia.

El recorrido musical por la ilustre carrera de McCartney continuó con la reciente “Sing the Changes”, una alegre canción que escribió en 2008 para su proyecto experimental The Fireman. Era el momento de dar descanso al bajo Höfner, que fue reemplazado por una guitarra eléctrica para la canción de The Beatles “Night Before”, que interpretó a continuación.

“Ok. I love you too!”, respondió con gracia el artista a un grito de una fanática. “¿Están listos?”, preguntaba, para seguir con más música.

El rock de la noche fue un poco más hacia el lado del blues con “Let me roll it”, que dejó en claro la potencia de los gigantes que lo acompañan: Paul 'Wix' Wickens (teclados), Rusty Anderson (guitarra), Abe Laboriel Jr (batería) y Brian Ray (guitarra y bajo).

De nuevo el espectacularmente efectivo sistema de sonido que llenaba de música el “Defensores” se lucía y las pantallas gigantes permitían a aquellos más lejos del escenario ver con lujo de detalles al carismático McCartney sonreír y saludar constantemente mientras tocaba.

“Muchas gracias, señoras y señores, muchachos y muchachas, niños y niñas”, dijo McCartney –otra vez en español–, para luego contar que la guitarra que ahora tenía en manos, que reemplazaba a la que usó en el tema anterior, era la misma que había usado en la década de 1960 para grabar con The Beatles en Inglaterra “Paperback Writer”, que interpretó a continuación; como buen clásico de los primeros años de los de Liverpool, sacudió al público que estallaba en fiesta.

Paul seguía el ritual: hacía bromas, jugaba, mostraba la guitarra y seguía con lo que mejor sabe hacer. Las cosas se pusieron mucho más románticas con “The Long and Winding Road”, esa hermosa balada de The Beatles con McCartney usando por primera vez en la noche el piano que estaba en el escenario mientras la guitarra acentuaba sus palabras cantadas como un eco.

Cada uno de los instrumentos supo encontrar su lugar ideal, logrando el lucimiento de sus músicos.

Si bien en esa canción el piano fue “un factor más” en la melodía, adquirió el protagonismo en la enérgica canción de Wings “Nineteen Hundred and Eighty Five”, mientras McCartney cantaba con aún más fuerza e incluso bailaba tras dejar el piano.

“Esta es una nueva canción que escribí para mi hermosa esposa Nancy”, comentó el artista anunciando “My Valentine”, una lenta y romántica balada que integra su más reciente álbum “Kisses on the Bottom”, que interpretó acompañado por las imágenes que los actores Johnny Depp y Natalie Portman grabaron para el videoclip oficial. A esta canción siguió una “para Linda”, su primera esposa, quien coincidentemente falleció un 17 de abril -de 1998-. Emocionados, tanto McCartney como su público, cantaron la potente balada “Maybe I'm Amazed”.

Tras una larga ronda de aplausos, McCartney se cargó una guitarra acústica para interpretar el rápido y alegre ritmo “country” de “I've Just Seen a Face”. McCartney preguntaba a los presentes si la estaban pasando bien; la obvia respuesta fue un atronador sí a 30.000 voces. Siguió con “And I Love Her”, otro inmortal clásico de los Beatles producto de aquella inolvidable dupla compositiva que formaban McCartney y Lennon.

La próxima canción fue otra de las más recordadas creaciones del artista de 69 años, “Blackbird”, una canción cuya mayor protagonista fue de nuevo la guitarra acústica de McCartney, con un ritmo marcado por las palmas del público… y mucha emoción.

Para entonces el público ya no podía estar más rendido al artista, que entre canciones respondía a los “te amo” de las mujeres de la audiencia con “¡también los amo!”, y contaba al público que comenzó a aprender español cuando era niño e iba a la escuela en su natal Liverpool; inclusive llegó a recitar un verso en español que aprendió en la escuela, según él cuando tenía 11 años. Luego de esto anunció que la siguiente canción sería una que escribió “para mi querido amigo John”; se trataba de “Here Today”. Más aplausos emocionados siguieron a la conmovedora balada.

El tono se volvió de nuevo alegre y juguetón cuando la guitarra se fue y la mandolina entró para la canción “Dance Tonight”, una alegre melodía que el público volvió a acompañar gustoso con las palmas. Las cosas adquirieron mucha más energía y volvieron a escucharse las guitarras eléctricas en armonía con la acústica en “Mrs. Vanderbildt”, de Wings; McCartney saltaba con energía en el escenario, el público hacía lo propio en todo el estadio. Y el músico seguía bailando, festejando, como eterno adolescente.

Tras interpretar “Eleanor Rigby”, McCartney comentó a la audiencia que “George Harrison era muy bueno con el ukelele”, tras lo cual se hizo con uno de esos instrumentos de cuerda tradicionales de Hawai y con un “¡Para George!” interpretó en honor al desaparecido exbeatle “Something”, canción que fue acompañada por un poderoso coro de miles de personas.

“Thank you, George”, finalizó, mientras la magia ya era innegable.

La lumínica, modesta en las últimas canciones, volvió a cobrar un enorme protagonismo cuando los músicos pasaron a interpretar “Band on the Run”. Los primeros acordes sirvieron para lograr estallar al público. En una entrevista con medios paraguayos, McCartney había dicho que la idea detrás del disco homónimo había sido el concepto que de McCartney veía a Wings como criminales fugitivos, y efectivamente los haces de luz parecían los barrotes de un escenario/celda que se abrían a mitad de la enérgica canción; el público cantaba y bailaba feliz.

McCartney pidió al público que cantara fuerte junto a él la siguiente canción, y el público cumplió –feliz– el pedido, entonando con fuerza el clásico de The Beatles “Ob-La-Di, Ob-La-Da”.

La fiesta siguió con “Back in the U.S.S.R.”; si uno se daba la vuelta y, en vez de mirar al escenario, se fijaba en el estadio lleno y se concentraba en la música, usando un poco de imaginación, podía hacerse perfectamente la fantasía de que alguien había traído al presente por medio de una máquina del tiempo a los Beatles de principios de los '60, aquellos cuatro ingleses que revolucionaron la música.

El rock puro continuó con “I've Got a Feeling” –con un juego impactante de luces–, y las cosas volvieron a ponerse emotivas con “A Day in Life”, esa emotiva balada a la que McCartney adjuntó en medley una parte de la icónica canción de John Lennon, “Give Peace a Chance”. El artista dio al público oportunidad de cantar solos mientras observaba un mar de miles de partes de manos elevadas.

También cada palabra de la emblemática “Let It Be” fue cantada a decenas de miles de voces mientras McCartney llevaba la delantera desde el piano; el “Defensores” se encendía con la luz de miles de teléfonos celulares y encendedores que formaban una luminosa constelación en las gradas y el campo del estadio. “Gracias por la luz”, decía emocionado el artista.

La noche tomaba un cariz de clímax cuando llegaba el turno de entonar a viva voz “Live and Let Die”, y el espectáculo visual llegaba a su punto más alto con explosiones, llamaradas en el escenario y un increíblemente vistoso juego de fuegos artificiales que sacudieron al “Defensores” y a las miles de personas allí presentes.

Tras un par de minutos de aplausos ininterrumpidos, McCartney volvió a emocionar a cada alma presente con las primeras palabras de “Hey Jude”, desde el piano, y de nuevo los coros retumbaron en el estadio y sus alrededores. Durante varios minutos el artista dirigió al público mientras este entonaba el emblemático “Na na na na na na na” de la canción; primero “los muchachos”, luego “las chicas” y finalmente todos juntos. El juego era constante; y la química, plena. El “Defensores” era un mar de brazos en alto. Alguien entre el público imitaba el gesto de triunfo que McCartney hizo en varias ocasiones; en vez de un bajo, levantaba en el aire una muleta.

Luego de uno de los momentos más luminosos de la noche, la oscuridad. McCartney y compañía desaparecían del escenario, pero solo para reaparecer unos minutos después y desatar la locura: el exbeatle ondeaba la bandera paraguaya: detrás suyo uno de sus músicos llevaba el pabellón británico.

El público paraguayo ganó en variedad: una multitud de fanáticos de distintas generaciones disfrutaba, desde su lugar, al ver a su ídolo en vivo.

McCartney regresó al piano para “Lady Madonna”, el festivo clásico de The Beatles que interpretó mientras los rostros de decenas de mujeres famosas de la historia –desde Frida Kahlo aMarilyn Monroe, y hasta “Evita” Perón– aparecían y desaparecían en la pantalla gigante.

Siguió otro éxito de The Beatles, “Day Tripper”, que por enésima vez en la noche hizo estallar en vítores y coros al público; y “Get Back”, otro gran éxito de los legendarios cuatro de Liverpool, que hizo estallar la fiebre beatle local.

Luego, de nuevo el estadio se hundió en penumbras y el público pedía “otra”. Una vez más el artista y sus músicos reaparecieron para la recta final: esta vez, el último “encoré”. Reiniciaron el show con el sereno sonido acústico de la aclamada balada “Yesterday”; salvo por un acompañamiento del tecladista, la canción fue solo de McCartney y sus miles de fans.

Fue un gran contraste con lo que seguiría: el “hard rock” de la potente “Helter Skelter”, que sacudió al público y lo hizo saltar a la invitación de McCartney de “Let's rock!”.

El show de nuevo saltó a algo más tranquilo con “Golden Slumbers”, con Paul de vuelta en el piano.

“Nos tenemos que ir”, anunció McCartney, para luego comenzar a repartir agradecimientos al equipo técnico local, a su propio séquito, a su banda y, por supuesto, al público.

Los coros no se hicieron esperar cuando McCartney dio inicio al final del show con “Carry That Weight” –él al piano, y con un solo de batería incluido–, que enganchó con la adecuadamente llamada “The End”; “We really love you”, cantaba McCartney a su público paraguayo.

Bajo una lluvia de confeti rojo, blanco y azul, Paul McCartney cerraba lo que muchos considerarán uno de los conciertos más importantes que jamás tuvieron lugar en Paraguay, con una promesa.

“Han sido una gran audiencia”, decía el artista, para desatar por última vez la locura al decir “¡Adiós, Paraguay! ¡Nos vemos la próxima!”.

Así terminaba una maratón musical que hace poco más de un año resultaba inimaginable en nuestro país, lo que se puede considerar el punto cumbre de un proceso que colocó a Paraguay de manera aparentemente definitiva en el mapa de la música internacional como un punto más que atractivo, un destino ineludible hasta para lo más grande de la música internacional.

Se había dicho que esta sería la última gira de McCartney por Sudamérica, y quizá eso resulte hasta lógico entendiendo que se trata de un artista de casi 70 años de edad. Pero tampoco es descabellado soñar con verlo al menos una vez más en Paraguay; en el escenario McCartney parecía rejuvenecer cada vez más con los aplausos y el cariño del público, y con el vigor de su propia música.

Por supuesto es imposible, por supuesto es ilógico e irreal, pero por un breve momento el concierto transmitió a estos redactores una idea loca: McCartney podría vivir para siempre si tan solo no para de hacer música.

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