Retrospectiva: “Casino Royale” (2006)

En su primera vuelta como James Bond, Daniel Craig nos dio un 007 más humano, tosco y falible en un soberbio filme de acción.

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James Bond nunca cayó totalmente fuera de popularidad, pero esa popularidad siempre ha tenido sus inevitables picos y valles a lo largo de los ya más de 50 años de historia fílmica del espía creado por Ian Fleming. Podría decirse que a mediados de la década pasada, el agente 007 se encontraba en uno de esos valles.

Esto no era solo por la dudosa calidad del más reciente filme de la saga, Otro Día para Morir (2002), la última película como Bond de un Pierce Brosnan cuya imagen de un caballero espía clásico, de artilugios de fantasía, cócteles, lujosos trajes y aires de galán repentinamente había dejado de ser lo que el público buscaba en sus películas de espionaje tras la llegada de filmes más “realistas” como la saga Bourne de Matt Damon, particularmente después de que Paul Greengrass se hiciera con las riendas de esa saga y le imprimiera un estilo de acción frenética y física que nunca había sido muy predominante en las aventuras de James Bond.

Por lo tanto, no debería haber sido ninguna sorpresa que la siguiente película de la saga, Casino Royale, apostara por un estilo de acción mucho más brutal y crudo, justificando el cambio de estilo al enmarcarlo todo como una especie de “reinicio” de la saga que nos mostraría los inicios de James Bond como agente “00”.

Casino Royale establece su tono de forma rápida, en una secuencia de hermosa fotografía en blanco y negro en la que vemos a Bond (Daniel Craig) ganándose el título de 007 con un par de brutales asesinatos, entre ellos una pelea en un baño que parece sacada directamente de una película de Bourne, y – luego de la excelente introducción musical, una de mis favoritas de toda la saga - persiguiendo a un fabricante de bombas en una destructiva carrera a pie por sitios de construcción y eventualmente en una embajada en algún país africano, con resultados explosivos.

Si el Bond de Brosnan era un escalpelo, el Bond de Craig es, como su jefa “M” (la siempre grandiosa Judi Dench) lo dice, “un instrumento contundente” que logra sus objetivos con mucha eficiencia, pero con no demasiada elegancia o tacto.

Eventualmente Bond se pone tras la pista de un criminal internacional conocido como Le Chiffre (Mads Mikkelsen), un genio de las matemáticas que usa sus habilidades para establecerse como un banquero clandestino de terroristas, y quien eventualmente se ve obligado a organizar un torneo de póker de alto riesgo en Montenegro para recuperar el dinero de sus “clientes”, que perdió por la interferencia del propio Bond.

Los productores del filme eligieron como director a Martin Campbell, quien poco más de una década antes había ayudado a sacar a la saga Bond de otro bajón de popularidad cuando estrenó la excelente GoldenEye, y el experimentado director – quien para mí es una figura fascinante, capaz de filmes tan excelentes como GoldenEye o La Máscara del Zorro y de obras tan pobres como La Leyenda del Zorro y Linterna Verde – hizo que el rayo golpee dos veces en el mismo lugar, revitalizando por segunda vez al agente 007.

Campbell dirige con la mano firme de alguien que recorre un camino ya andado, estableciendo un sólido balance entre las escenas de suspenso que componen la mayor parte de la película – que, después de todo, gira en torno a una noche de póker en un casino – y las asombrosas escenas de acción que están astutamente distribuidas a lo largo de la película.

La impresionante persecución “parkour” del principio del filme es sin duda el momento más icónico, hasta el punto que acaba opacando en la mentalidad de muchos fans a las otras excelentes secuencias de acción de la película, en especial la magnífica persecución vehicular en la pista de aterrizaje de un aeropuerto y el clímax del filme en un edificio hundiéndose en Venecia. Tener a un actor más jóven y físicamente capaz como Craig es vital para que Campbell pueda mostrar esas espectaculares secuencias en toda su fluidez y escala.

Pero Casino Royale además intenta algo que la mayoría de las otras películas de la saga no habían hecho: intentar dar profundidad a Bond como personaje y tener un centro emocional. James Bond siempre fue una fantasía, un ideal, más que un personaje completo y complejo, lo que tiene sentido ya que las películas eran generalmente historias individuales no conectadas entre sí por más que la simple presencia de Bond y otros personajes recurrentes como “M”, “Q” o Moneypenny. La idea era querer ser James Bond, no empatizar con él.

Sin embargo, Casino Royale se mete en la cabeza de su protagonista y le da un conflicto emocional con la presencia de Vesper Lynd (Eva Green), quien acompaña a Bond a Montenegro como la representante del Tesoro británico que financia su participación en el encuentro de póker, y con quien de a poco va formando un vínculo romántico. La relación, que probablemente se presenta de forma un poco apurada, funciona principalmente por el buen trabajo de Craig y, especialmente, de la extraordinaria Green, que viene probando desde hace tiempo que eleva la calidad de cualquier película en la que participa.

La presencia de Vesper es un soplo de aire fresco en la saga, dándonos una de las más interesantes “chicas Bond” de toda la saga y llevando a un desenlace que establece bien el “futuro” de Bond tal y como lo conocemos y su relacionamiento a veces problemático con las mujeres de sus aventuras.

Aunque se viste con el ropaje de otras sagas de espionaje más crudas, Casino Royale fue una sólida e interesante variación de la fórmula Bond, y una muy buena película de acción por derecho propio.

Posteriormente, la saga Bond volvería a hacer algo que no acostumbraba: una secuela directa. Los resultados serían... interesantes, aunque no de una forma positiva.

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