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La historia del barrio ecológico Las Colinas, de la compañía Ñu Po’i de Itauguá, que el Gobierno habilitó hace un año para mudar a familias de los bañados de Asunción afectadas por las crecidas del río, empezó hace seis años. El lugar era el asentamiento “Itauguá Poty”, en el que vivían, en precarias condiciones, cerca de 50 familias.
Como casi todas las historias de los asentamientos en nuestro país, la de “Itauguá Poty” no escapa al problema de la titulación de las tierras y de las familias sin un techo. Cuando surgió la primera gran crecida del río Paraguay de estos últimos años–a mediados de 2014- el Gobierno se vio en la necesidad de empezar a buscar soluciones definitivas para las familias afectadas. Un trabajo en conjunto entre la Secretaría de Acción Social (SAS) y la Senavitat (Senavitat) determinó que uno de los lugares indicados para acelerar la compra de terreno más la titulación de los lotes para recibir a los bañadenses era el asentamiento “Itauguá Poty”.
El proyecto del barrio “ecológico” nació entonces en junio de 2014 justamente como una necesidad para las familias cuyas casas quedaban bajo agua con cada crecida del río Paraguay. En abril de 2015, las 222 viviendas -financiadas por Itaipú Binacional- fueron inauguradas por el presidente Horacio Cartes.
El barrio está ubicado a 7 kilómetros de la Ruta II, conectado por dos vías terrestres: por un lado, un buen asfaltado que llega hasta cuadras del conjunto de viviendas y otro camino de un empedrado que no presenta las mejores condiciones. “Las Colinas” apuntó a ser un barrio modelo, con un centro comunitario que hoy funciona como centro médico asistencial, que está en el corazón de las 222 viviendas, un parque temático, una cancha de fútbol y otra de vóley, para el entretenimiento de los pobladores.
Para quienes vivían en el antiguo asentamiento, el proyecto les regaló más que una casa; les dio la posibilidad de tener una vida más digna. De pasar a tener una casa de cartón, consiguieron un lote (de 12 x 30 metros), una casa de dos piezas, un barrio con comodidades, agua potable y luz eléctrica. Para los bañadenses que llegaron al barrio, el sistema también presenta una variedad de comodidades que antes en los bañados no tenían y están agradecidos con ello, pero apuntan un error garrafal en el proyecto: la falta de un plan de reinserción laboral para los nuevos en la zona.
Una de las que vivían en el asentamiento Itauguá Poty es Feliciana Sanabria, de 29 años, que ahora solo tiene palabras de agradecimiento para con el programa. “Nuestro objetivo fue siempre tener la casa propia, que es el sueño de todos, y cuando uno es pobre es difícil acceder a eso”, señaló Feliciana, quien vive en la casa con un hermano menor con discapacidad.
Feliciana tiene un local de venta de frutas y verduras en el mercado de Itauguá, a donde llega cada madrugada para ganarse el pan de cada día. Su jornada laboral se inicia cerca de las 04:00 y se extiende hasta pasado el mediodía. Después es ama de casa, en donde tiene que hacer las labores diarias y cuidar de su hermano, un joven con discapacidad que la acompaña en el día a día.
Prácticamente todos los que habitaban anteriormente el asentamiento y ahora son residentes de este barrio se muestran conformes con lo que el programa les ofrece. En general, valoran el hecho de tener un techo en donde criar a sus hijos, ya que también tienen la posibilidad de llevarlos a escuelas que están cerca. En ese sentido, existen dos instituciones educativas en las periferias: la escuela “Yukyrymi”, a menos de 1,5 kilómetros sobre ruta asfaltada, y la escuela “Y hovy”, a la misma distancia pero sobre calle empedrada y de arena.
Para los bañadenses, la realidad se muestra distinta, a decir de Fátima Paredes (24), que vivía en el Bañado cuando tuvo que migrar a este nuevo barrio en abril de 2015. Fátima dijo que está muy feliz con la casa. “Siendo sincera, estamos bien acá, reacondicionados, tenemos piso, agua potable, dormitorio para nuestros hijos, pero el gran problema de acá es la falta de trabajo”.
A diferencia de Feliciana, Fátima no trabaja pero cuenta con el respaldo de su pareja, quien se desempeña en Asunción como electricista y puede mantener la casa. Fátima tiene un hijo y actualmente está embarazada. “Yo quiero estudiar y trabajar, pero acá es muy difícil”, sentenció. Dijo que para las personas que trabajan como “carancheras y recicladoras", prácticamente sólo en Asunción hay trabajo, por el volumen de los plásticos y otros objetos que se reciclan.
Casi en las mismas palabras se expresaron Carlos Alberto Martínez y Alfredo Daniel Gaboto, principales dirigentes de los bañadenses que se mudaron a este barrio itaugüeño. Dijeron que no tienen reparos con las viviendas y que no piensan abandonarlas porque son lindas. No obstante, reclamaron algunas cuestiones con respecto a la terminación de algunas casas, como por ejemplo algunos techos que tienen malas terminaciones o el sistema de desagüe de varias viviendas, que se realizaron en forma precaria, alegaron.
Martínez, de 57 años, dijo que el principal problema en esta zona es conseguir trabajo y señala también el precio del reciclaje como otro inconveniente que se presenta. “Acá te pagan G. 200 por plástico y por cartón a G. 150 o G. 120 el kilo, mientras que en Asunción por el plástico te dan G. 600 y por el cartón entre G. 400 a G. 450”. A esto, se suma la situación del transporte público, que, según Martínez, se debe pagar 2 ó 3 pasajes por día para ir a Asunción y volver.
Para Gaboto, el drama pasa principalmente por la estigmatización que tienen los pobladores de “Las Colinas”. “¿Ustedes son de Las Colinas, los bañadenses? Ah, bueno, vamos a llamarlos después”, nos dicen en algunas fábricas de acá. Y, claro, nunca más nos llaman”, argumentó Gaboto.
Ambos señalaron igualmente que se exageró con el hecho de que el “20%” de los habitantes abandonó el barrio, ya que coincidieron en decir que en general, la gente está contenta con estar en un lugar más confortable, pero que lo único que se reclama es que se tenga un programa laboral para los pobladores. “Hasta ahora, yo que soy coordinador de Cobañados, puedo asegurar que apenas 7 familias se fueron. Acá viven más de 192 familias”, afirmó Martínez.
Según Gaboto, un problema que no se tiene en cuenta con los bañadenses que llegaron a este barrio es que muchas de las mujeres beneficiadas son madres solteras, que tienen como único oficio ser gancheras o recicladoras. “Cómo estas mujeres van a conseguir trabajo por acá si sólo saben trabajar en el reciclaje. Es muy difícil todo y es muy fácil hablar sin saber lo que uno pasa”, dijo Gaboto.
Mientras tanto, en el barrio, la recolección de basura se repuso después de semanas. Ayer, un camión recolector se hacía cargo de las toneladas de basura que rebosaban los contenedores depositados en varias esquinas. Algunas familias no abandonan sus casas, pero se pasan prácticamente todo el día en Asunción y vuelven solamente para la noche, cuando todavía alcanzan algún colectivo. Incluso, varias familias sólo regresan los fines de semana, con el objetivo de no perder la casa por "abandono".
El programa del barrio “Las Colinas” hace que el agua potable y el servicio de recolección de basura tengan un costo de G. 10.000 mensuales, que se abonaron recién después de seis meses de ser adjudicadas las llaves, como una manera de evitar que las familias tengan gastos extras. Por la energía eléctrica y gracias a la tarifa social, el monto que se abona por casa es de unos G. 40.000 en promedio.
Los pobladores antiguos agradecen tener esta oportunidad de una vivienda digna. Muchos lograron avanzar en la construcción de más piezas o la instalación de negocios, pero gracias a que todos ya tienen un fuente de ingreso seguro, ya que cuentan con trabajo. Los bañadenses también agradecen las viviendas, pero reclaman algo que consideran un derecho que les sigue siendo esquivo: la oportunidad de tener un puesto laboral en la zona.