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Pocas son las oportunidades que se le presentan a una persona que está presa, y cuando surge, se las deben tomar y aferrarse a lo que puede ser una última tabla de salvación. Es el caso de Francisco Acosta Vera, quien cumple una larga condena, pero que desde la cárcel de Tacumbú se volvió un microempresario y mantiene a su familia económicamente.
“Me dedico a hacer forrado de termos, hago todo lo que sea de cuero y así me gano la vida, mantengo a mi familia. Pago un alquiler de G. 750.000, en Trinidad donde viven mis dos hijos a quienes también les pago la mensualidad del colegio con mi trabajo”, comenzó diciendo Francisco Acosta Vera.
La vida de Francisco Acosta, quien era un guardia de seguridad, iba a tener un giro trascendental el 27 de diciembre de 2010, cuando en horas de la madrugada recibió el pedido desesperado de su hija, quien le pidió que la salve de su concubino, quien le estaba pegando. Sin dudarlo, Francisco tomó su arma de fuego y fue hasta la casa ubicada en la ciudad de Benjamín Aceval.
“¿Vos que harías si tu hija te llama a decirte que su pareja le está pegando..?” fue la pregunta y tras ella, un silencio. Al llegar a la casa, Francisco se encontró con la puerta llaveada y a patadas la abrió y fue hasta donde estaba Roberto Leonardo Brizuela, a quien enfrentó y golpeó, para después pegarle un tiro.
El 18 de abril de 2013, en un juicio oral y público, Francisco Acosta Vera fue condenado a 15 años de prisión. Los magistrados alegaron que el acusado tenía formación en artes marciales y tras reducir a su víctima lo mató. No tuvieron en cuenta que el hombre obró en defensa de su hija.
Este fallo fue confirmado el 21 de junio de 2013 por la misma Corte Suprema de Justicia, hoy Acosta cumplió cuatro años y ocho meses de su pena, pero alega que está tranquilo debido a que no se considera un homicida, se identifica más bien como un hombre trabajador que cometió tal vez un error y lo está pagando.
Lejos de dejarse estar, Francisco pronto buscó ocupar su tiempo en algo rentable e ingresó al Pabellón “Libertad” donde aprendió el oficio de forrar termos y comenzó con su pequeño proyecto. “Acá nos ayudan los instructores y todos los días aprendemos más cosas y yo hago todo lo que sea de cuero, arreadores, bosales y cualquier cosa, con eso mantengo a mi familia que está afuera”, explicó el interno.
El preso si bien está tras las rejas, no deja de pensar en su familia, sus hijos, sus padres, para quienes envió un mensaje donde les dice que está bien de salud y que tiene trabajo. El recado más sentido es para su papá, quien está atravesando por problemas de salud y a él le envía mucha fuerza.
Francisco Acosta tiene dos ejes en su vida carcelaria que lo mantienen firme: el trabajo y su familia. Con la esperanza de cumplir su condena, se levanta todos los días muy temprano y comienza a elaborar sus productos.
Convertido en un microempresario, Francisco se ayuda y ayuda a su familia, esa familia por la que mató en un acto desesperado, hecho del que no está para nada orgulloso, pero que le cambió la vida.
Al dejar el Pabellón todavía retumba en nuestros oídos esa frase del interno: ¿Qué haríamos si era nuestra hija a la que le están pegando... ?