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Nos cuesta aceptar nuestros defectos, pero con facilidad criticamos los ajenos. Ese antivalor se llama hipocresía: una máscara que nos ponemos para hacer creer a los demás lo que en verdad no somos. Es el tema de esta fábula, tan antigua pero a la vez tan actual.
La mochila
(Jean de La Fontaine)
Cuentan que Júpiter, antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los animales de la tierra. Cuando se presentaron les preguntó, uno por uno, si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos.
―¿Qué dices tú, la mona? ―preguntó.
―¿Me habla a mí? ―saltó la mona―. ¿Yo, defectos? Me miré en el espejo y me vi espléndida. En cambio el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura!
―Que hable el oso ―pidió Júpiter.
―Aquí estoy ―dijo el oso― con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no ser una mole como el elefante!
―Que se presente el elefante...
―Francamente, señor ―dijo aquél―, no tengo de qué quejarme, aunque no todos puedan decir lo mismo. Ahí lo tiene al avestruz, con esas orejitas ridículas...
―Que pase el avestruz.
―Por mí no se moleste ―dijo el ave―. ¡Soy tan proporcionado! En cambio la jirafa, con ese cuello...
Júpiter hizo pasar a la jirafa quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos con ella.
―Gracias a mi altura veo los paisajes de la tierra y el cielo, no como la tortuga que solo ve los cascotes.
La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional.
―Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en la víbora, que tiene que vivir a la intemperie...
―Que pase la víbora ―dijo Júpiter algo fatigado.
Llegó arrastrándose y habló con lengua viperina:
―Por suerte soy lisita, no como el sapo que está lleno de verrugas.
―¡Basta! ―exclamó Júpiter―. Solo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos del águila.
―Precisamente ―empezó el topo―, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista, pero ¿no es horrible su cogote pelado?
―¡Esto es el colmo! ―dijo Júpiter, dando por terminada la reunión―. Todos se creen perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros.
Suele ocurrir.
Solo tenemos ojos para los defectos ajenos y llevamos los propios bien ocultos, en una mochila, a la espalda.
La mochila
(Jean de La Fontaine)
Cuentan que Júpiter, antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los animales de la tierra. Cuando se presentaron les preguntó, uno por uno, si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos.
―¿Qué dices tú, la mona? ―preguntó.
―¿Me habla a mí? ―saltó la mona―. ¿Yo, defectos? Me miré en el espejo y me vi espléndida. En cambio el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura!
―Que hable el oso ―pidió Júpiter.
―Aquí estoy ―dijo el oso― con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no ser una mole como el elefante!
―Que se presente el elefante...
―Francamente, señor ―dijo aquél―, no tengo de qué quejarme, aunque no todos puedan decir lo mismo. Ahí lo tiene al avestruz, con esas orejitas ridículas...
―Que pase el avestruz.
―Por mí no se moleste ―dijo el ave―. ¡Soy tan proporcionado! En cambio la jirafa, con ese cuello...
Júpiter hizo pasar a la jirafa quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos con ella.
―Gracias a mi altura veo los paisajes de la tierra y el cielo, no como la tortuga que solo ve los cascotes.
La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional.
―Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en la víbora, que tiene que vivir a la intemperie...
―Que pase la víbora ―dijo Júpiter algo fatigado.
Llegó arrastrándose y habló con lengua viperina:
―Por suerte soy lisita, no como el sapo que está lleno de verrugas.
―¡Basta! ―exclamó Júpiter―. Solo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos del águila.
―Precisamente ―empezó el topo―, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista, pero ¿no es horrible su cogote pelado?
―¡Esto es el colmo! ―dijo Júpiter, dando por terminada la reunión―. Todos se creen perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros.
Suele ocurrir.
Solo tenemos ojos para los defectos ajenos y llevamos los propios bien ocultos, en una mochila, a la espalda.