La política de tierra arrasada

Sin sentimiento de culpa alguno, como en el Tratado Secreto de 1865, se repiten en las hidroeléctricas las históricas e injustas condiciones de extinción.

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La política de tierra quemada o de tierra arrasada es una táctica militar consistente en destruir absolutamente todo lo que pudiera ser de utilidad al enemigo.

El extermino judío

El libro “Las entrevistas de Núremberg” contiene notas y conversaciones con un psiquiatra. Se trata del oficial del ejército estadounidense León Goldensohn (1911-1961), quien en 1946 entrevistó confidencialmente a los jerarcas y funcionarios juzgados en el célebre proceso de 1945.

De las declaraciones se desprende un denominador común: pese a sus altos cargos, la mayoría de estos dirigentes se declaraban ignorantes sobre los campos de concentración y las políticas de exterminio judío.

Sádicos, perversos, lunáticos. Entre los veintidós juzgados había de todo. No obstante, el cinismo de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, superaba a todos.

“Personalmente no asesiné a nadie. Yo era solo el director del programa de exterminio de Auschwitz”. Casi ninguno de ellos reconoce ante el psiquiatra haber estado enterado del exterminio racial. Es más, lo desaprueban, y como último recurso, la mayoría endosa toda la responsabilidad de los crímenes a Hitler.

De todos los entrevistados, Hermann Goering, comandante de la Luftfwaffe, nunca atribuyó sus propias responsabilidades a Hitler. Con su suerte echada, desconociendo el exterminio racial, afirmaba arrogante “¿Qué me importa a mí el peligro? Yo he enviado a la muerte a muchos soldados y aviadores, ¿qué puedo temer?”.

Por otro lado, el autodenominado filósofo del nazismo y ministro de territorios ocupados, Rudolph Hess, seguía creyendo que estaba en lo cierto reclamando su lugar entre los grandes pensadores de la historia. “… soy un filósofo y un estudioso, y mis pensamientos pueden ser complejos”, señalaba.

El exterminio paraguayo

Según nos ilustra el conocido periodista Armando Rivarola –aunque siempre haya habido cierta controversia sobre el número real de muertos que sufrió el Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza–, estudios bastante recientes han confirmado plenamente la monstruosa magnitud de aquel verdadero holocausto.

Probablemente, explica, el más riguroso de esos estudios fue el realizado por el historiador estadounidense Thomas L. Whigham y su colega alemana Bárbara Potthast. Las conclusiones fueron publicadas originalmente en 1999 y más tarde ampliadas en un ensayo en el 2002. El último censo de preguerra conocido es el de 1846, que estableció en 238.862 habitantes la población paraguaya.

Hechas las estimaciones de rigor, afirma Whigham, se llega a que en el Paraguay de 1864 había entre 420.000 y 450.000 personas aproximadamente. Sobre la base de estas cifras, Whigham y Potthast concluyen que en el curso de tan solo un lustro desapareció entre el 60 y el 70 por ciento de la población total del país, “lo cual es un porcentaje enorme, prácticamente sin precedentes en la historia de una nación moderna”.

Poco antes de finalizar la gran matanza quedó patente la defensa indoblegable del solar guaraní. El marqués de Caxías, mariscal de Ejército en la guerra contra el Gobierno de Paraguay, en un despacho privado al emperador del Brasil Pedro II, escribía el 18 de noviembre de 1868, desde el Cuartel General en Marcha, en Tuyucué:

Decía en una parte:

“López tiene el don natural de magnetizar a los soldados, infundiéndoles un espíritu que no se puede explicar suficientemente con las palabras. El caso es que se vuelven extraordinarios, lejos de temer el peligro, enfrentando con un arrojo sorprendente, lejos de economizar su vida, parece que buscan con frenético interés y ocasión de sacrificarla heroicamente y venderla por otra vida o por muchas vidas de sus enemigos. Todo eso hace que, ante los soldados paraguayos, no sean garantía la ventaja numérica, la ventaja de elementos y las ventajas de posición: todo es fácil y accesible para ellos”, señalaba.

Sobre el despojo del Paraguay, los vencedores sin sentimiento de culpa alguno, no hesitaron en imponerle el cumplimiento de injustas y onerosas condiciones del Tratado Secreto de la Triple Alianza, del 1 de mayo de 1865. En marzo de 1866, el Parlamento británico publicó los términos del tratado. El escándalo fue mayúsculo al darse a conocer a la opinión pública mundial que la guerra en contra del Paraguay no fue para liberar al pueblo paraguayo del “tirano López”, sino de conquista territorial.

Sin embargo, a la alianza caracterizaba un rasgo común: no se sentían responsables de la destrucción del Paraguay que logró, pese a todo, sobrevivir. Similar a la conducta del comandante de Auschwitz, quien se declaró ignorante sobre los campos de concentración y las políticas de exterminio judío.

Como consecuencia, la conquista territorial no cesó después de la apropiación de unos ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados de territorio nacional. Prosigue sin solución de continuidad con la apropiación indebida de Itaipú y de Yacyretá. Solo que esta vez, por la vía diplomática, de manos de nuestros genuflexos negociadores.

Mientras, nuestra extrema pobreza –genocidio encubierto– sostiene la prosperidad de los socios condóminos.

Entonces nos preguntamos ¿Cuándo romperemos la cadena que hipoteca la soberanía energética del Paraguay?

juanantoniopozzo@gmail.com

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