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En este contexto, las empresas en nuestro país precisan que sus recursos humanos estén capacitados, con base educativa y con programas de adiestramiento permanente, tanto a nivel nacional como fuera del país.
Durante mi experiencia bancaria, en las diversas visitas de supervisión realizadas a las empresas productoras del país, las quejas más frecuentes de los empresarios eran referidas a la falta de apoyo bancario para su proceso operativo empresarial, en capital de trabajo como en inversiones fijas. Es decir, ellos priorizaban la financiación bancaria, como fuente de crecimiento.
La financiación bancaria solo será útil si la empresa ofrece una competitividad diferente, pues en este caso, gracias al volumen crediticio que reciba, podrá ampliar su base productiva y generar bienes o servicios que sean atractivos al mercado, de donde los resultados conseguidos facilitarán el retorno de la inversión y un margen de ganancia que acreciente su patrimonio.
Asimismo, no será prioritaria la necesidad de la financiación bancaria, si las empresas no están preparadas para afrontar los retos de una buena producción, aún cuando el mercado esté en auge. Peor será cuando este mercado se encuentre perimido, por lo que una financiación podrá provocar una palanca financiera negativa y, de esta manera, la asistencia financiera, en vez de ayudar a las empresas, las perjudicará.
El estado ideal exige que se den dos aspectos relevantes: que la gestión operacional de las empresas sea óptima y que el mercado se encuentre accesible, vinculándose positivamente el binomio producto-mercado.
Entre las limitaciones notadas en la gran mayoría de las empresas en nuestro país, se tienen: I) baja capacidad de producción, II) bajo nivel de trabajo en equipo, III) gerenciamiento no profesional, IV) baja capacidad para competir externamente, V) escasa inserción a canales de distribución, VI) aversión al riesgo, VII) poco acceso a fuentes de financiación, ocasionado en gran medida por la informalidad de las empresas, especialmente las pequeñas.
De ahí la gran necesidad de que las empresas se conviertan en organizaciones eficientes, y las que ya son, mantener tal condición.
Otra experiencia recogida sobre las empresas, en especial las pequeñas, es la escasa capacidad de generar alianzas estratégicas, con las que conforman el mismo rubro de producción para facilitar compras de materias primas o insumos en forma asociada, aprovechándose de la economía de escala (compras a grandes volúmenes).
La verdadera competencia no está precisamente en las adquisiciones de los inputs, sino en la elaboración de los outputs y la habilidad de encontrar el mercado de ventas.
Sobre este tema, la experiencia señala la importancia de que ciertas empresas se dediquen a mejorar su nivel productivo, y dejar que el proceso de comercialización sea concretado por expertos en ventas, como son las empresas distribuidoras. La respuesta dada en estos casos es que las empresas al asociarse con distribuidores, su margen de ganancia disminuirá, pero no valoran la posibilidad de competir en volumen, es decir, elevar los niveles de ventas, atendiendo la especialización de los distribuidores en la colocación de los productos en el mercado.
También la participación del Estado será bienvenida, en términos de políticas de fomento al desarrollo empresarial, cuando el empresario esté dispuesto a poner en riesgo su voluntad, inteligencia, capital y prestigio para participar en la actividad productiva-empresarial, sin mayor protección que su propia capacidad de competencia, el Estado asegure que en tal esfuerzo, los empresarios reciban un respaldo en materia de información, capacitación, financiamiento, asesoría técnica, adecuados, oportunos, accesibles y competitivos.
Que a su vez, el Estado “venda” una imagen de credibilidad, a fin de crear un clima atractivo para las inversiones. Ayudar con convenios interestados, para que el personal de las empresas pueda usufructuar pasantías en países con quienes se concreten acuerdos.
Todo riesgo financiero está subordinado al riesgo operativo y de mercado. De ahí que lo prioritario no está en que las empresas accedan a fuentes de financiación oportunas y baratas, sino que se preocupen por su competitividad, así, ya no tendrán necesidad de golpear las puertas de las instituciones financieras buscando asistencia, sino que estas se adelantarán a proveerles en cantidad, tasas de interés y plazos acordes a sus posibilidades, considerando la alta probabilidad de recuperar su inversión.
Paralelamente, se podrá lograr implementar el círculo virtuoso del crédito-mercado, en el sentido de que las entidades bancarias, destinen más sus recursos ociosos a concesiones crediticias que a inversiones financieras, como Letras de Regulación Monetaria o a otros activos financieros, con lo cual conseguirán mayores ingresos por intereses, habida cuenta que el mercado de los créditos produce mayores tasas de interés, que de los otros activos financieros. También contribuirán a dinamizar la economía, función natural de la actividad bancaria.
Finalmente, si no se dan las condiciones expuestas precedentemente, ¿se puede argumentar que el crédito bancario es una panacea per se que pueda provocar un rendimiento mayor de la inversión propia, por efecto palanca financiera? Tengo mis dudas.
(*) MAE, Mg., ex director departamental BNF. Invitado.