Una postal de la guerra: Henry Tonks, ojo de cirujano

Los terribles retratos del cirujano, pintor y dibujante, Henry Tonks, testimonio de las tragedias de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

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Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), nuevos o perfeccionados artilugios, gases tóxicos, metralla, lanzagranadas, morteros, shrapnels, acorazados, lanzallamas, hirieron, mutilaron y mataron de formas horribles y desconocidas, nuevas, irremediables a millones de soldados. Las heridas condenaron a cientos de miles de veteranos a vivir en agonía el resto de su vida. Los sobrevivientes cruelmente mutilados terminaron olvidados en el pozo vacío de las cosas insoportables e invisibles, del que nadie sale jamás.

Los uniformes vistosos, las glorias marciales, los caballos enjaezados, se convirtieron en cosa de otro siglo, de otro mundo, de un universo anterior, con otra tecnología, de un nivel de desarrollo mucho menos «avanzado». La guerra industrial barrió con toda la dignidad de los seres humanos y acorraló las esperanzas de porvenir de nuestra especie con un jaque mate histórico que aún nos tiene estrangulados y al filo de un precipicio desconocido en gran parte todavía –nos tiene, de hecho, hoy más tensamente estrangulados incluso que en ese entonces, aunque tratemos de no pensar en ello.

La propaganda intentó ocultar el feo rostro de la guerra, pero Henry Tonks fue uno de los pocos que se negaron a mentir.

Cirujano, pintor y dibujante, Henry Tonks nació en Warwickshire, Inglaterra, en 1862. En 1879 estudia en el Royal Sussex County Hospital de Brighton. En 1892 es miembro de la Fellowship of Royal College of Surgeons y da clases de anatomía en el London Hospital Medical School. En 1888 toma clases nocturnas de arte en la Westminster School of Art con Frederick Brown. Es bien recibido en el New English Art Club. Brown lo invita a dar clases de dibujo como auxiliar en la Slade School; accede.

En plena guerra, a fines de 1914, en el Hospital de Hill Hall (Essex) observa el dolor físico y mental de los heridos. Se traslada al frente, y Arc-en-Berrois (Francia) traza los bocetos de Saline Infusion, dibujo a carboncillo que muestra el extremo dolor de un herido al que se administra una solución salina. Pese a lo «impresionista» del trazo, la nitidez del estertor de dolor entre los dos médicos y la enfermera que intentan aliviarlo es de lo más cruda. Convulsionado como un Cristo de la tortuosa iconografía del Barroco, muestra la realidad de la guerra: el fin de la esperanza, el horror sin remedio.

Después de la guerra, hace retratos al pastel de los pacientes tratados en el Queen Mary’s Hospital. Retratos de sobrevivientes que se han convertido en algo extraño, irrecuperable, sin lugar en un mundo que no sea una pesadilla. Retratos llenos de desconsuelo, pena y espanto y de afán de ver y de mostrar lo que todos callan. Retratos como los de Burbridge (tal como figura, con el nombre de Burbidge, en su ficha del Hospital), que era un soldado de treinta y siete años de edad del Vigésimo Regimiento Real de Fusileros (20th Royal Fusiliers) cuando, en octubre de 1916, fue herido. Sufrió tres operaciones antes de ser dado de baja en mayo de 1918. O como los de Deeks, que era un soldado de 25 años del Real Regimiento de Su Majestad de Lancaster (King’s Own Royal Lancaster Regiment) cuando lo hirieron en Francia en julio de 1916. O como los de Gunner Wilkins, que sirvió como soldado en el Real Cuerpo de Artillería (Royal Field Artillery).

La obra gráfica de Tonks expresa sin palabras un solo, duro y claro principio: que el único compromiso de un artista es con lo real.

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