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Claro que quedan grandes voces en un país donde la lírica ha sido el género más transitado, pero antes de que acabara el siglo XX ya nos habían dejado los dos iniciadores de la poesía paraguaya moderna (Josefina Plá, 1903-1999; Hérib Campos Cervera, 1905-1953); algunos de los principales representantes de la promoción del 50 (Ricardo Mazó, 1927-1987; José Luis Appleyard, 1927-1998); magníficas plumas escasamente reconocidas (Ida Talavera, 1912-1993; René Dávalos, 1945-1968)… En la centuria actual, hemos debido resignarnos a no contar con tres integrantes fundamentales de la generación que puso al día la literatura en español (Elvio Romero, 1926-2004; Óscar Ferreiro, 1921-2004; Hugo Rodríguez Alcalá, 1917-2007) ni con varios de los renovadores en guaraní (Rudi Torga, 1938-2002; Zenón Bogado Rolón, 1954-2005; Rodolfo Dami, 1944-2006; Carlos Martínez Gamba, 1939-2010). Y cuando todavía no nos hemos repuesto del fallecimiento de Carlos Colombino (1937-2013), nos llega el adiós de Rubén Bareiro…
Acaba de desaparecer el último miembro de lo que Augusto Roa Bastos llamó «la tríade de los nostálgicos de la tierra perdida». Con sus obras, Hérib Campos Cervera, Elvio Romero y Rubén Bareiro Saguier plasmaron el desgarro que supone el exilio. Campos Cervera comenzaba Ceniza redimida (1950) con «Un puñado de tierra»: «Por entre soledades invencibles, / o por ciegos caminos de música y trigales, / descubro que te extiendes largamente a mi lado, / con tu martirizada corona y con tu limpio / recuerdo de guaranias y naranjos. / Estás en mí: caminas con mis pasos, / hablas por mi garganta». En El viejo fuego (1977), Romero dio a conocer «Historia de mi corazón»: «Mil veces he tenido que marchar de tu lado / y regresar mil veces. Tendría acaso / la predestinación de esta tierra, / la de todos los hombres y las cosas / de este solar: cambiar de sitio siempre, / trasladarse y volver / a la querencia, salir y retornar / a la entraña, a la matriz desollada». En Estancias, errancias y querencias (tras cuya publicación fue allanada la editorial Alcándara), Bareiro Saguier incluyó «Huellas»: «Ausencia. / El frío del camino / se me sube a los huesos / por los hoyos del cuero / que calca en cada suela / la forma exacta / de mi patria».
Desde el extranjero, Rubén contribuyó a que el mundo supiera cuál era la forma exacta de su país, y de la dictadura que lo atenazaba. Su compromiso con la libertad, patente ya en los años universitarios, lo condujo a la cárcel y a la expulsión de Paraguay: en 1972, fue detenido por promover «trajines subversivos» (o, dicho de otro modo, por haber recogido el Premio del Concurso Internacional de Cuentos Casa de las Américas, otorgado en La Habana a su libro Ojo por diente). La presión de intelectuales como García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Aleixandre, Sartre, Simone de Beauvoir y Roland Barthes logró que saliera de prisión, pero no evitó que únicamente pudiera regresar a Paraguay tras el derrocamiento de Stroessner. A partir de entonces, Bareiro gozó de múltiples reconocimientos: Doctorat d’Etat ès Lettres et Sciences Humaines (1991); Embajador en Francia (1994-2003); Premio Nacional de Literatura (2005)…
Alicante (la ciudad desde la que escribo) lo acogió durante una semana, en 2003. Como sus libros, esos días sus conferencias y sus sobremesas evocaron recuerdos de la infancia, paisajes de lapachos y tierra roja que no eclipsaban las reivindicaciones sociales, los sabores de injusticia.
Nos reencontramos hace menos de un año en Asunción, gracias a Vidalia Sánchez. Me conmovió verlo tan frágil; me alegró oírlo tan lúcido; me emocionó que decidiera salir de casa para acompañarme en la presentación de un libro. Porque aún lo veo moverse despacio por su sala (¡tan paraguaya!), porque noto todavía el abrazo cálido de aquella despedida que no intuí definitiva, me siento a brindarle este «hasta luego» al escritor, al luchador, al hombre. Y no se me ocurre otro modo de hacerlo sino susurrar con ustedes unos versos de «Manera de ausencia»: «Con la misma tristeza / con que hiere la noche / el grito casi ciego / de una larga sirena, / tu inminencia de luna / cercada por la lluvia / hoy ahueca el capullo / del corazón que abriste, / que clausuraste al irte, / que sigue siempre abierto».
Mar Langa Pizarro (Zaragoza, 1968), doctora en Filología Hispánica y miembro de la Unidad de Investigación «Recuperaciones del mundo precolombino y colonial en el siglo XX hispanoamericano» de la Universidad de Alicante, de la Asociación Española de Estudios Hispanoamericanos y de la Asociación Española de Críticos, tiene en prensa Poesía paraguaya. Antología esencial (Visor) y ha publicado, entre otras obras, Mujeres de armas tomar (Servilibro y Ministerio de la Mujer, 2013) y Manual de Literatura Española Actual (Castalia, 2007, con Á. L. Prieto de Paula), además de numerosos artículos en revistas especializadas y de más de ciento cincuenta críticas literarias.
...tierra de tierra adentro
de tristeza adentro
tierra terrible
ni siquiera puedo poner tierra entre nosotros
o echarte tierra encima
porque me estás doliendo siempre
me estás sangrando a mares que no tuve. (Rubén Bareiro Saguier, Estancias, errancias y querencias, 1985)
Desde Alicante, España, para el Suplemento Cultural de ABC