Rosa Luxemburgo en el mercado

En ocasión del centenario de su asesinato, Rosa Luxemburgo resucita en forma de memes.

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Esta semana se cumplió un siglo de la noche en que los espartaquistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron brutalmente asesinados por el gobierno socialdemócrata con ayuda de los freikorps, el 15 de enero de 1919. Por supuesto, políticos, periodistas, partidos, agrupaciones, medios de prensa de todo tipo e innumerables usuarios de las redes sociales compartieron reportajes, textos, enlaces, citas, banners, memes, fotos, homenajes, en suma, en su memoria. Iba por mi parte a hacer lo propio en un artículo sobre los aportes teóricos de Luxemburgo al marxismo y sobre la historia de ambos fundadores de la Spartakusbund, después convertida en el Partido Comunista Alemán (KPD), e iba a titularlo «Spartakus». Apenas tecleado el título y los primeros párrafos, aparecieron por el camino ciertos puntos que reclamaron mi interés y que intentaré exponer del modo más claro y breve que pueda a continuación aquí, por lo cual decidí dejar el artículo comenzado primero para una próxima edición de este mismo Suplemento.

Entre los muchos homenajes que vi en internet, una cita se reiteraba: «Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad». Extraña frase, para ser de Luxemburgo. Ni «feminismo» ni «izquierdas» parecen palabras propias de alguien que no pondría una categoría como «mujer» sobre las divisiones de clase ni disolvería en «las izquierdas» sus diferencias con las facciones menos radicales del socialismo, que terminaron en su asesinato. Luxemburgo nunca escribió eso: viene de un artículo de Louise Kneeland, «Feminism and Socialism», publicado en agosto de 1914 en New Review, que dice, en la página 442: «The Socialist who is not a Feminist lacks breadth. The Feminist who is not a Socialist is lacking in strategy».

El prestigio de las referencias y la iconografía izquierdistas, su circulación y consumo entre la clase media progre, es fuente incesante de equívocos como este. Antes de continuar, he de decir que el término «progre» es, ciertamente, ofensivo. Suele oponerse a «izquierdista», considerado en muchos ámbitos bastante más cool. Son términos que habría que definir. No sé si existen definiciones oficiales que justifiquen su empleo por mi parte en este artículo y otros; creo más justo, o más honesto, proponer las mías.

Considero que la diferencia fundamental entre un izquierdista y un progre es que el progre no tiene ni necesita ni desea una aproximación propia y crítica a la realidad, realidad que, por eso mismo, cuestiona solo en apariencia. Le basta tener posturas y lemas hilvanados por las tendencias dominantes en cada momento en su entorno. Por eso las redes sociales hoy auspician el auge de un mercado de sucedáneos de tales aproximaciones propias y críticas a la realidad, es decir, de un mercado de posturas y lemas, productos diseñados del modo más obvio a la medida de las necesidades que por lógica implica la definición misma del progre: un mercado de opiniones, e incluso de emociones, prefabricadas para ahorrarle el riesgo y el trabajo de forjárselas solo y por sí mismo.

Puedo dar a mi definición de progre una explicación histórica. El Partido Socialdemócrata Alemán (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD), fundado en 1869, albergó un ala revolucionaria, minoritaria pero muy potente teóricamente –a ella perteneció Luxemburgo–, enfrentada a una base moderada y reformista –a ella pertenecieron los instigadores y los cómplices de su asesinato– que veía las elecciones y el parlamentarismo como vía principal al socialismo. Los principios internacionalistas del ala radical representada, entre otros, por Luxemburgo fueron traicionados cuando la Primera Guerra Mundial supuso la quiebra de la Segunda Internacional al votar los diversos partidos socialistas europeos por mayoría, en sus respectivos parlamentos nacionales, a favor de los créditos de guerra. Las conferencias de Zimmerwald y Kienthal hicieron visible que los verdaderos revolucionarios que todavía quedaban, es decir, los contrarios a la carnicería, cabían en dos coches. En los años posteriores, con el triunfo bolchevique en Rusia, las alas radicales de los partidos socialistas acabaron formando partidos comunistas, integrados en la Tercera Internacional. Escindidas las alas radicales, la socialdemocracia europea, tras la Segunda Guerra Mundial, propuso una mayor intervención estatal en la distribución de la riqueza, una política fiscal progresiva y una red asistencial subvencionada. Sería el origen del llamado «Estado de bienestar».

Los socialdemócratas dieron el mayor valor a la lucha parlamentaria y rechazaron la acción ilegal o violenta. Fueron cautos y aun favorables ante las corporaciones y la especulación financiera. Se diferencian de liberales y neoliberales por su defensa de la regulación de la actividad productiva y por su política fiscal. Aunque a veces se llama socialismo a la socialdemocracia, el socialismo puede incluir muchas corrientes –socialistas, comunistas, anarquistas– que comparten poco más que su origen decimonónico (1). Hoy, la clase media progre no necesariamente tiene una postura socialdemócrata coherente, ni, en general, una postura coherente, a secas, pero bebe sobre todo de las ideas de los teóricos socialdemócratas (directa o indirectamente; es decir, en el segundo caso, aunque no los haya leído), a cuyo espíritu reformista, que «mejora» el sistema sin abolirlo, es, por naturaleza e intereses, consciente o inconscientemente afín, y con frecuencia se distingue de la derecha solo en la estética, el léxico, la actitud frente a los temas en «debate» (si cabe la expresión) cada temporada (migración, aborto, feminismo, veganismo, etcétera).

Tras haber sintetizado salvajemente lo que propongo como su linaje histórico, añadiré que lo que cabría señalar como la ideología progre no es en realidad una ideología sino, en el mejor de los casos, una imagen, y en el peor, una coartada –una cobertura moral para privilegios de clase–.

Y llegamos así a los homenajes y las citas falsas de Rosa Luxemburgo likeados, tuiteados y posteados esta semana por miles de personas que creen que una escritora de la que saben lo que dicen los memes e infografías de internet, o sea, nada, los refleja: es decir, que asumen que los refleja algo que no conocen (ni piensan conocer). Personas que ignoran si lo que a diario ven en Pictoline o en sus imitaciones paraguayas e internacionales es cierto ni, de serlo, por qué lo es o en qué medida: que creen lo que creen que creen porque quieren creer que lo creen, porque en su entorno está bien visto, y que lo comparten, likean y retuitean simplemente por eso, que es lo único que en el fondo les importa. Que no piensan de veras, sinceramente, leer a Luxemburgo jamás, ni a ningún otro pensador, ni hacer ese ni ningún otro esfuerzo por entender –ni, por ende, por cambiar– nada en absoluto, y a quienes esa oferta de opiniones mercantilizadas con diseños cool en plataformas populares les ayuda tanto a aparentar que tienen opiniones como a negar que ese consumo simbólico es tan vacío y tan careta como usar championes Converse aunque en apariencia les salga gratis a cambio de likes, mientras se los convence de que no es ridículo sino político, de que no es pose sino activismo, de que no son target sino comunidad, mientras se los adula, mientras se los seda. Es el mercado en expansión con mayores beneficios potenciales que existe hoy, el mercado de la hipocresía.

La cita «feminista y de izquierdas» falsamente atribuida a Luxemburgo pretende acercarla a los actuales progres, que creen reflejarse en ella y que ni siquiera están intelectualmente a la altura de aquellos socialdemócratas a los que remonté su origen y que fueron ya enemigos de Luxemburgo en vida de esta.

El feminismo progre, hoy en auge en la clase media, atribuye –así, por ejemplo, la película Suffragettes, del 2015 (2)– los problemas de todas las mujeres a su condición de mujeres. Lo que implica que todos los hombres son enemigos, pues se benefician de la opresión de todas las mujeres. Son privilegiados y van a defender sus privilegios. Se plantea una lucha de hombres contra mujeres y una solidaridad interclasista entre mujeres –una burguesa puede ser «sorora», y un proletario, por supuesto, no–.

Es tiempo de decir algo: todos los problemas que no son de clase pueden resolverse dentro del marco de la democracia burguesa. Por eso estos enfoques no son ni pueden nunca ser revolucionarios. En rigor, y al menos en mis términos –seguramente un tanto estrictos, no lo niego–, ni siquiera merecen ser considerados de izquierda. Como tampoco los activistas progres que se emocionan con las propagandas de Gillette. Etcétera. Etcétera. Por eso Rosa Luxemburgo, al igual que su amiga y camarada Clara Zetkin, se enfrentó al feminismo, y al nacionalismo –que tampoco es de izquierda–, y a todos los enfoques interclasistas –que hoy prevalecen– de las opresiones por sexo, lengua, nacionalidad, etcétera, característicos ya en esa época del reformismo burgués. «El deber de protestar contra la opresión nacional y de combatirla, que corresponde al partido de clase del proletariado, no encuentra su fundamento en ningún “derecho de las naciones” particular, tal como la reivindicación de la igualdad política y social de los sexos no encuentra el suyo en ningún “derecho de la mujer” al que hace referencia el movimiento burgués de emancipación de las mujeres. Estos deberes no pueden deducirse más que de una oposición generalizada al sistema de clases, a todas las formas de desigualdad social y a todo poder de dominación. En una palabra, se deducen del principio fundamental del socialismo», escribió Luxemburgo en su artículo de 1908 «La cuestión nacional y la autonomía» (3). Y un año antes, ante el Congreso de Sttutgart, sostuvo Zetkin: «El derecho de voto no puede ser conquistado mediante una lucha del sexo femenino contra el sexo masculino sin discriminaciones de clase, sino que solo puede ser conquistado con la lucha de todos los explotados, sin discriminación de sexo, contra todos los explotadores, sin discriminación, tampoco, de sexo» (4). (Y no, no son ideas obsoletas porque hayan sido concebidas a comienzos del siglo pasado: obsoleta es la creencia en el progreso que permite tan fáciles –y vanidosas– descalificaciones.)

Porque esos enfoques mencionados arriba y hoy prevalecientes no son ni pueden nunca ser revolucionarios, mientras que Luxemburgo era una pensadora revolucionaria, la Rosa Roja a ustedes –va para mis amigues, o conocides, progres– no los refleja ni los representa. Y no, no sería una de ustedes si viviera hoy, por muchos memes que así la fantaseen y la vistan para la ocasión. Sería lo que fue, una persona radical con ideas propias, suyas, minoritarias y difíciles de aceptar, y cuyos artículos molestarían a la inmensa mayoría e incluso a gran parte de la llamada «izquierda», ya inficionada en ese entonces por el virus del reformismo burgués, que ustedes representan hoy. Alguien cuyos artículos molestarían tanto hoy como molestaron ayer a esa supuesta «izquierda», tanto que el propio diario Vogwarts, en cuyas páginas los publicara otrora, finalmente se sumó a la campaña de calumnias y desprestigio que terminó en su violento asesinato. Cosa que no le habrá sorprendido, por otro lado, ya que siempre fue parte de la prensa burguesa y ella lo sabía bien cuando publicaba ahí sus encendidas palabras. Las posiciones de Luxemburgo son facetas coherentes de un mismo, rico y complejo pensamiento orgánico: internacionalismo, solidaridad, revolución. Es la generosidad de este legado, que hermana sin distinciones a todos los oprimidos. Las verdaderas revolucionarias abrazan libremente esa hermandad y no se debaten entre espectrales antinomias hombre-mujer: pelean por los derechos que necesitan para poder luchar contra sus opresores codo a codo, como iguales, al lado de sus compañeros, y por esos derechos, justas conquistas de toda una vasta clase, la clase trabajadora, sus compañeros luchan igualmente, codo a codo, con ellas.

Notas

(1) Para una mejor exposición de la historia del Partido Socialdemócrata Alemán y de la socialdemocracia europea en general, aquí muy abreviada por razones de espacio: Agustín Guillamón Iborra: «Socialdemocracia». En: Alejandría Proletaria, Barcelona, Ediciones Espartaco, Colección Emancipación Proletaria Internacional, 2016. Disponible en: http://grupgerminal.org/?q=system/files/2016.socialdemocracia.cast_.Guillamon.pdf

(2) Ver la interesante crítica de María Costa y Jerónimo Castro: «Las Sufragistas: ¿contra quién luchan las mujeres trabajadoras?», publicada en el Boletín de la Liga Internacional de los Trabajadores - Cuarta Internacional, el 20 de enero del 2016. Disponible en línea: https://litci.org/es/menu/opresiones/mujeres/las-sufragistas-contra-quien-luchan-las-mujeres-trabajadoras/

(3) Rosa Luxemburgo: «La cuestión nacional y la autonomía» (1908). En: Textos sobre la cuestión nacional, compilación y notas de Manuel P. Izquierdo, Madrid, Ediciones de la Torre, Colección Problemas del Movimiento Obrero, Fascículo 2, 1977, p. 107.

(4) Clara Zetkin: «La batalla por el derecho al voto dará a la mujer proletaria conciencia política de clase». Resolución presentada al Congreso Socialista Internacional de Stuttgart el 22 de agosto de 1907. En: La cuestión femenina y el reformismo, Barcelona, Anagrama, 1976, p. 45.

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