Recordando a José Asunción

Conmemorar el aniversario de un amigo que ya no está es resucitar con la mente el tiempo en el que alegres peregrinamos con él, sin pensar en el voraz zarpazo de la parca. Evocar los caminos que ya no recorreremos juntos. Pensar en las cosas que nunca han de volver.

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De José Asunción Flores –Flores de la Chacarita, del Paraguay y del mundo–, sus exégetas suelen contar puerilidades –que de niño era una especie de «pirañita» que robaba pan de los almacenes, que de adulto desayunaba un montón de huevos, que andaba siempre con una mandarina en el bolsillo, que se pasaba de enamoradizo…–. Yo, que llegué a conocerlo medianamente, solo diré que fue un hombre entero, un crisol de dignidades; un artista que engrandeció enormemente el territorio espiritual de su patria y que prefirió morir de añoranza bajo un cielo extraño que claudicar ante la tiranía. Quienes tuvimos el honor de conocerlo sabemos de la grandeza de su espíritu, de su apego a la cultura guaraní y del amor a su pueblo.

Hoy, domingo 27 de agosto, en escuálido grupo, algunos seres afectados por la nostalgia estaremos en la plaza donde «descansan» sus restos. Y nos quejaremos de las hormigas, de las rejas levantadas a su alrededor, del abandono del lugar. Hablaremos de cualquier cosa, menos de las que realmente sentimos en nuestros corazones, pues recordar la ausencia de un amigo como Flores es, por lo general, un acto que se realiza bajo una fría lluvia de melancolía. Recordar a los compañeros de luchas y de sueños que ya no están es revivir el dolor de lo perdido, los extenuantes días de las batallas que fatigaron nuestros nervios, los padecimientos que la bruma del pasado, piadosa, nos ocultaba. Hoy, domingo 27 de agosto, estaremos en la Plaza Ortiz Guerrero. Y hablaremos de la necesidad de reparar el puente pergolado sobre el Mburikao, y de lo abandonado que está el monumento al creador de la guarania… Porque si hablamos de las desidias innumerables de las autoridades, toda la cascada de luz del pasado se nos volverá crepuscular, todas las mañanas olerán a tristeza, todas las melodías quedarán desgajadas. Ya no habrá alegría ni en los rostros amados, y hasta el exquisito perfume de las risas infantiles que nos rodean nos molestará.

Por eso, este recuerdo es tan solo una especie de eucaristía, como para que la muerte no se lleve del todo a nuestro más inspirado creador. En tanto yo siga muriendo la vida año tras año, al igual que el río oscuro que corre hacia el silencio final, seguiré recordándolo.

catalobogado@gmail.com

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