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EL NOMBRE Y SU EFECTO EN LA REALIDAD
Hablar primero del nombre. El significante no está allí solo para representar fielmente un significado; a veces completa el sentido, completa y cierra los espacios, los objetos y sujetos por él nombrados. Pero, ¿es posible producir en el nombre propio un dislocamiento capaz de transformarlo en su reverso? En la vía de los dobles sentidos, un nombre articulador de identidades, con sus cargas estéticas e ideológicas, puede sufrir transformaciones semánticas que, en la metáfora fotográfica, lo conviertan en su negativo.
Es posible hacer que el nombre, que reune afectos y expectativas, que convoca un pasado y un porvenir, sufra un dislocamiento en la frontera de sus sentidos, para volverse amenaza. Ante la imposibilidad de huir del nombre propio, el cierre producido afecta a sujetos y objetos y los coloca en una posición apropiada para que, con fundamento en las imágenes que el significante convoca, se vuelvan justificables ciertas acciones.
El centro desde el cual se producen esos sentidos adversos encubiertos en el nombre propio puede estar a una distancia geográfica, pero el sentido tiene, en la proliferación de los medios capaces de ponerlo en circulación, los mecanismos que propician una investidura autoritaria, aun en lo lejano. Lejos de Oriente, los imaginarios sobre él lo modifican. Lejos del Paraguay, los imaginarios sobre él construidos tienen un efecto sobre el espacio que el Paraguay es, y sobre los sujetos que paraguayos son. Pese a todo, y la imaginación.
LA FUNCIÓN DE ORIENTE
¿Cuál es la función de un país de Oriente? En su libro Orientalismo, Edward W. Said indaga en el descubrimiento de un descalce entre la representación de Oriente y la realidad de Oriente; sin embargo, lo que le interesa a Said no es necesariamente la equivalencia entre significante y significado, sino la coherencia interna entre la acción de producir sentido y el sentido que este proceso produce; para Said, en la medida en que Occidente también es un constructo, la construcción imaginaria de Oriente desde Occidente es un reflejo de lo que es, realmente, Occidente. Un conjunto de formas autoritarias parece expresar un deseo de tener algo que decir sobre Oriente (instituciones académicas, instituciones gubernamentales y coloniales, ficciones): este conjunto de acercamientos es denominado orientalismo: este sería el responsable de la construcción imaginaria de Oriente –una idea que podría o no tener correspondencia con la realidad, pero que al final terminaría imponiendo y exigiendo una correspondencia porque esta es necesaria para justificar acciones, prácticas y estilos de relacionamiento entre Oriente y Occidente–. Finalmente, el Oriente imaginario producido por el orientalismo de Occidente tendría dimensiones reales: el conocimiento de Oriente producido por el orientalismo parte de elementos reales y mediante dislocamientos del sentido modifica la realidad; estas modificaciones simbólicas son luego llevadas a un nivel práctico: las prácticas colonialistas de Occidente en Oriente transforman espacios y sujetos de modo autoritario.
LA INVENCIÓN DE ORIENTE
Pero, ¿qué pasa cuando la falta de correspondencia entre significante y significado es puesta en evidencia? En la introducción a su Orientalismo, Said se refiere a la historia de un periodista francés que, entristecido por la devastación de la ciudad de Beirut durante la guerra civil de 1975-1976, dice que «Hubo una época en la cual [la ciudad] parecía formar parte […] del Oriente descripto por Chateaubriand y Nerval». El descalce entre la idea de Oriente y el Oriente «real» indigna al periodista; pero el propio Said es testigo del descalce entre el Oriente por él conocido y el Oriente por los occidentales imaginado con el que entró en contacto a través, por ejemplo, de la literatura (desde Flaubert hasta Marx).
Según Said, Europa (u Occidente) inventó el Oriente, por un lado, como una estrategia de auto-reconocimiento. Así, a través de la negación, Oriente sería su «opositor cultural y una de sus imágenes más profundas y repetidas de lo Otro». Y sin embargo, «Oriente no es puramente imaginario. Oriente es una parte integrante de la civilización y de la cultura material europea. El orientalismo expresa y representa, desde un punto de vista cultural e incluso ideológico, esa parte como un modo de discurso que se apoya en unas instituciones, un vocabulario, unas enseñanzas, unas imágenes, unas doctrinas e incuso unas burocracias y estilos coloniales».
Contra la autoridad colonial (pues esta autoridad que produce un cierre identitario en los sujetos, que produce un dislocamiento de sentido en un nombre, es una autoridad colonial) es posible expresar una oposición. Pero esta oposición tiene un destino agonístico, pues solo se mantiene con la autorización colonial, y, finalmente, esa oposición es, también, una forma de autoridad que proyecta una imagen falsa, con una función específica: la construcción de zonas de poder.
ORIENTALIZAR
La presencia colonial ejerce sobre territorios y cuerpos una fuerza autoritaria determinadora. Su permanencia reconfigura funciones y sentidos, forzando un reposicionamiento de poderes, generando nuevas tensiones entre los cuerpos. La presencia colonial brasileña en Paraguay supuso un nuevo ordenamiento territorial y político. Mediante un recorte de naturaleza metonímica que circunscribe la imagen de un espacio a la calidad de los productos que eran (que todavía son) comercializados y contrabandeados desde una ciudad paraguaya fronteriza con el Brasil (Ciudad del Este), el nombre toponímico «Paraguay» y el nombre gentilicio «paraguayo» pasaron a ser sinónimos de falsedad, de falso, de mala calidad, de ilegítimo.
Los nuevos ordenamientos redistribuyen posiciones de un modo traumático. La pregunta es: cuáles serían las consecuencias, pero, también, cuáles son las condiciones previas. Los contenidos simbólicos producidos por los medios de comunicación brasileños que representan al Paraguay no son ajenos a estereotipos; uno de los mecanismos propios del orientalismo descripto por Said. Así, estos medios no solo construyen una imagen, sino que insertan en las imágenes propias una idea de inferioridad que podría justificar acciones.
Ante todo está el nombre: él se esparce y determina el espacio físico, pero también los cuerpos que en él son; vistos a través de esos filtros, cuerpos y territorios pueden aparecer fragmentados, pero la fuerza autoritaria del acto de nombrar, y los autoritarismos que se fundan en este acto, son capaces de tornar invisible la subordinación implícita en él.
El nombre tiene el peso del trauma. Basta con que el nombre aparezca dislocado, inserto en un marco que permita ver en él la ausencia de equivalencias y correspondencias, para hacer visible en él una fuerza ordenadora. El nombre construye una hegemonía; pero no solo el nombre, también «en nombre de» son proyectadas acciones que podrían parecer plenamente justificadas.
Entonces, si el Brasil «orientalizó» el Paraguay, podríamos sugerir que esta acción serviría de apoyo para buscar alguna especie de resultado. Te permitís un parafraseo ilegítimo: si en una primera fase de construcción de esas imágenes justificadoras el Brasil descubrió que Paraguay era «oriental», en un segundo momento el Paraguay fue «orientalizado», claro, porque «era posible lograr que fuese (oriental) –es decir, obligarlo a serlo–».
damiancabrera@usp.br