Medellín, tierra de paisas

De regreso del Encuentro Binacional Colombia-Paraguay «Responsabilidad territorial, inclusión para todos», que acaba de celebrarse en noviembre en la Universidad de Antioquia, la reconocida historiadora Beatriz González de Bosio comparte con nosotros estas amenas impresiones de su viaje.

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Abrazada por montañas, Medellín es la segunda ciudad más poblada de Colombia, y la capital de Antioquia. Está en el noroccidente del país, en el centro del Valle de Aburrá, en la cordillera central de los Andes, atravesado de sur a norte por el río epónimo. Es uno de los principales centros culturales de Colombia. Es sede de importantes festivales de música y poesía de amplia trayectoria y reconocimiento local, nacional e internacional. También lo es de una copiosa actividad académica y científica que le ha valido ser reconocida como ciudad universitaria y del conocimiento. En ella se asientan algunas de las universidades más prestigiosas del país, como la de Antioquia, que nos cupo visitar.

En el plano económico, es una urbe con gran dinamismo y uno de los principales centros financieros, industriales comerciales y de servicios de Colombia, y sede de numerosas empresas nacionales e internacionales, principalmente en los sectores textil, de confecciones, metalmecánico, eléctrico y electrónico, de telecomunicaciones, automotriz y de alimentos.

LA CIUDAD DE LAS GORDAS

En la emblemática Plaza Botero, inaugurada en el 2002, se encuentra la fachada principal del Museo de Antioquia, de estilo art decó y de siete mil metros cuadrados. En ella se observan veintitrés esculturas monumentales realizadas por Fernando Botero (1932), oriundo de esta ciudad.

El museo alberga parte de la producción de este consagrado artista plástico colombiano, de estatura universal, que dona a la ciudad de Medellín la colección personal de su obra, que se inscribe en un estilo figurativo neorrenacentista contemporáneo. Nos emocionó saber que perdió un hijo en un accidente. Pedrito Botero había nacido en 1970, y en un viaje de vacaciones a España fue atropellado por un coche. Esto marcó profundamente a su padre, y este museo dedica una sala a su memoria como espacio-museo interactivo para niños. Tuvimos el privilegio de visitar la universidad de Antioquia en el marco del Observatorio Regional de Responsabilidad Social para América Latina y el Caribe, Orsalc-Unesco. Un Foro sobre Responsabilidad Social, Rehumanización y Valores Territoriales compartidos.

Se nos hizo particularmente difícil vincular todo ese capital humano con el que compartimos estos días de infinita riqueza y diversidad en importantes y mágicas ciudades, por un lado, con, por otro, el flagelo de la guerrilla que sumió al país en un estado increíblemente doloroso, con incidentes tan alarmantes que hacen muy duro aceptar que a estas alturas no hayan podido llegar aún al acuerdo de paz. Las universidades colombianas están profundamente comprometidas con ese ansiado proceso de paz.

EL ESCULTOR DE LA PALABRA

Colombia es tierra de grandes intelectuales, como don Germán Arciniegas (1900-1999), prolífico ensayista y brillante historiador. Animador del pensamiento latinoamericano, puso en valor las figuras de José Martí, Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander. Autor de El estudiante de la mesa redonda, en que habla de la Historia como «una taberna» y de los personajes que la mueven como estudiantes que se sientan todos a una mesa a beber y a rememorar sus hazañas y a reírse de ellas con todos los demás. Don Germán, colaborador incansable del periódico El Tiempo, de Bogotá, fue ministro de Educación y fundó el Instituto Caro y Cuervo. Recordemos que Colombia fue el primer país latinoamericano en el que tuvo sede la Academia de la Lengua Española.

Fue Arciniegas presidente de la Comisión Nacional para la Celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América; cargo que terminó ocupando la primera dama de la Nación de la época, Ana Milena Muñoz de Gaviria, hecho que despertó tremendas polémicas en su momento.

Su hermana, Julia Arciniegas, fue una de las primeras mujeres colombianas en obtener un título profesional universitario.

La dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla lo persiguió. Rojas Pinilla dio el mandato de quemar todos los libros del prolífico escritor y animador cultural. Después de trece años fuera de Colombia, regresó, desembarcando nuevamente con alegría en El Dorado.

Citamos particularmente su libro Entre la libertad y el miedo, de 1952, que conmovió a generaciones, publicado y reeditado en México e ilustrado por el dibujante Enrique Sobisch antes de permitirse que viera la luz en Colombia, debido a la censura que se había levantado en su propia patria en torno al nombre y a las ideas «arcinieguistas». Analiza un momento crítico para Hispanoamérica, la nefasta coincidencia de siete dictadores en el poder en diferentes países. Entre la Libertad y el miedo es una crónica apasionada de los sueños y batallas democráticas ahogados por el despotismo, y nos habla de dos Américas Latinas: una visible, la oficial, apoyada en la violencia y ornada de charreteras y falsas dignidades políticas, y otra, la invisible, que concibe como una gran reserva histórica, compuesta de «muchedumbres que no pueden expresarse libremente».

Arciniegas incursiona en prácticamente todos los géneros literarios, desde el ensayo histórico hasta el relato novelesco, pasando por la biografía, la reseña, el reportaje e incontables artículos de divulgación de la cultura latinoamericana.

En unos sesenta años de ejercer su labor de escritor (1932-1990), el erudito Arciniegas ha creado y articulado en su obra su propia filosofía subjetiva, especulativa y novelesca de la historia, la cual ha sido expresada en sus ensayos ¿Qué haremos con la historia? (1941) y Con América nace la nueva historia (1990). Declara en una entrevista: «No soy novelista. Los latinoamericanos no tienen porqué [sic] escribir novelas. Con su historia basta».

Colombia, país hermano, vive en la memoria de los paraguayos por dos razones relevantes. En este año del sesquicentenario del estallido de Guerra de la Triple Alianza, su congreso, admirado por el heroísmo inmolador de los paraguayos, nos otorgó la ciudadanía honoraria, en un gesto inédito y no repetido que siempre supimos valorar.

Igualmente, Medellín, a pesar de la distancia geográfica, tiene pautas culturales que nos demuestran fehacientemente la existencia de una Latinoamérica latiendo. Por mucho tiempo ese nombre fue repetido por todos aquellos que esperaban justicia social de la doctrina católica, pues ahí tuvo lugar la historia sesión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de la que surgió, para nuestra región, la verdadera iglesia del pueblo latinoamericano, que dio luces de esperanza en momentos en que casi toda la región sufría opresión y exclusión. Medellín nos enseñó que, a pesar de las dificultades del presente, siempre hay un haz de luz y de esperanza en el fondo del camino.

Afortunadamente, unas generaciones después, todos somos hoy demócratas y libres.

«Los costumbristas han descrito el cambio que se experimentó en las ciudades de América cuando a los alegres saraos a que convidaban nuestras abuelas y que tenían por centro de interés una taza de chocolate, sucedieron los tés, el té de las cinco, flor de la cultura inglesa, apoyada en la explotación de la India y fundada en un género de consumo colonial típicamente inglés».

Germán Arciniegas (Bogotá, 1900-1999), El lenguaje de las tejas, 1937

«Las tres épocas en que se divide la historia de nuestros tejados, y que son las épocas en que racionalmente se divide la cultura patria, están separadas por dos grandes zanjones (...) La guerra de conquista fue un huracán desencadenado sobre chozas y bohíos, que vieron volar la paja de los techos para quedar el indio desnudo, bajo la luna brava. La guerra de independencia rompió la cáscara de barro cocido de España, rompió la vasija del alfarero en donde se guardaba el vino colonial. De todo nos queda, sin embargo, un poco. Y si levantáis las techumbres con la imaginación, si de este abigarrado conjunto de casitas que veis desde el avión: casitas de paja, casitas de barro y casitas de metal, sacáis a luz los hogares, veréis cosas dignas de una novela».

Germán Arciniegas (Bogotá, 1900-1999), El lenguaje de las tejas, 1937

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