Los reyes hechizados, I

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PROPAGANDA Y SINCRETISMO

La historia de los reyes magos fue parte desde el comienzo de la política de propaganda de la Iglesia, lo que explica el crecimiento del mito a partir de su escueta mención por el único evangelista que habla de él, Mateo:

«Después de nacer Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, llegaron del Oriente unos magos a Jerusalén diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo”» (Mateo, 2, 1-2).

«Oriente» puede ser Arabia, Persia, Siria… Lo importante es el origen foráneo que indica esa palabra imprecisa, señal de lo universal de esta epifanía, anuncio a todos por igual del advenimiento de un mesías que ya no será un mesías solamente de Israel. Ese es el lado poético. El lado práctico es que tal adoración forastera representa el respaldo del mundo, y no solo de un pueblo, a la nueva religión, mensaje útil en el momento de difusión del cristianismo. Dicho sea sin desmedro de la belleza señalada, las dos caras de la moneda son igualmente reales.

También fue siempre parte de la política de la Iglesia volver cristianos lugares y fechas de veneración paganos, y tomar prodigios de otros dioses para atribuírselos, como milagros, a Cristo. Recordemos lo dicho por el beato genovés Santiago de la Vorágine –o Jacopo della Voragine, o Jacobus de Voragine (1230-1298), compilador de los relatos hagiográficos que conocemos como la Legenda aurea (editada en español en dos volúmenes como La leyenda dorada por Alianza Editorial, Madrid, 1996)–: que las cuatro epifanías de Jesús, núcleos de cuatro episodios bíblicos –la adoración de los pastores, la adoración de los Magos, el bautismo de Jesús y las bodas de Caná–, sucedieron todas el seis de enero en distintos años.

Y el seis de enero, hoy día de Reyes, ya era fecha señalada en tiempos paganos. Era, en el calendario alejandrino, como es bien sabido, el día de Año Nuevo, claro está. Pero no se trata solamente de eso.

MAGIA Y MILAGRO

El milagro de las bodas de Caná se conmemoraba originalmente el seis de enero –según, ya lo dijimos, Jacobo de la Vorágine (entre otras fuentes)–. Es una epifanía de Cristo, es decir, una de las revelaciones de la naturaleza divina de Cristo hechas a los hombres, porque Cristo convirtió milagrosamente en aquella ocasión el agua en vino.

Y ese mismo día, el seis de enero –conforme a lo que han sostenido ya desde el siglo XIX diversos autores, como el teólogo Rudolf Bultmann, que comparó ambos mitos y dedujo al cabo que la teofanía dionisíaca simplemente había sido transferida a Jesús–, en tiempos precristianos, en las islas del mar Egeo y en las tierras de Anatolia, se celebraban cada año grandes festivales en honor del alegre y desatado hijo de Zeus y Semele, el dios de la fiesta y de la vendimia, de la exaltación y del desorden, el señor de los sátiros y de las ménades, el gran y poderoso, antiguo y fascinante dios que inspira la locura ritual y todas las formas del éxtasis: Dionisos.

Y durante esas fiestas sucedía un prodigio propio de semejante dios –y más propio de él, sin duda, que de ninguna otra divinidad que haya existido antes o después–: el agua de las vasijas se transformaba, para júbilo de todos, mágicamente, en vino.

MAGOS Y REYES

Mateo habla de «magos» («magoi») de Oriente. En los escritos de Herodoto (Historia, I), «magos» es el nombre de los miembros de una casta de sacerdotes que, entre los medos del siglo VI, se dedicaban a actividades religiosas y astrológicas; con el tiempo, el nombre de «magos» pasó a designar a los teólogos y sacerdotes medos y persas en general –según lo explicaba, en sus amenas clases de las aulas de la Universidad de Zaragoza, el profesor Guillermo Fatás, catedrático de Historia Antigua–.

(Por cierto, para el interesado en el tema de la magia , uno de los autores griegos más interesantes del siglo primero de nuestra era, Dión «Crisóstomo» –«Boca de Oro»– de Prusa (40-110 d. C.), nos ha dejado, en el Boristénico, un misterioso retrato de los viejos magos persas y del Himno al Sol que cantaban en sus ritos secretos).

Pero, volviendo a Herodoto, si los «magoi» tenían dotes adivinatorias e interpretaban los sueños, ¿no es sumamente extraño que el cristianismo rinda culto a los Reyes Magos, dado el tradicional y profundo rechazo de la magia por parte de la Iglesia?

En la Antigüedad, los sacerdotes persas de Zoroastro eran llamados «magos».

En el Boristénico, Dión de Prusa ha dejado un misterioso retrato de los magos persas y del Himno al Sol que cantaban en sus ritos secretos.

(Continuará el próximo domingo)

montserrat.alvarez@abc.com.py

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