La última juerga de Malcolm Melville

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2060

Cargando...

«Somehow dreadfully, we are all cracked about the head, and sadly need mending»

(«De algún modo, espantosamente, todos tenemos partida la cabeza por una grieta que hemos tristemente de parchar») 

Herman Melville, Moby-Dick 

La «autopsia psicológica» es un procedimiento forense que consiste en reconstruir las circunstancias y, en lo posible, las experiencias inmediatamente anteriores a la muerte de un sujeto en base a información procedente de diversas fuentes –testimonios, papeles personales, registros médicos, etcétera–.

La investigación, realizada por Gregory Zilboorg, de noventa y tres suicidios de policías entre 1934 y 1940 en Nueva York se considera por lo general el primer estudio de esta naturaleza. Su utilidad legal es el esclarecimiento de la índole, deliberada o accidental, de las muertes equívocas, o el de las causas de la muerte, en los demás casos.

Fue, empero, al margen de todo propósito legal que el doctor Edwin Shneidman analizó la muerte, a los dieciocho años de edad, de Malcolm Melville, el hijo mayor del autor de Bartleby, el escribiente. El interés del doctor Shneidman por la muerte voluntaria había despertado en 1949, cuando el director del Hospital de Brentwood, donde trabajaba, le encargó que escribiera sendas notas de pésame a las viudas de dos jóvenes veteranos de guerra que acababan de suicidarse. Uno de ellos había dejado una carta. Después de leerla y de cumplir su tarea, Shneidman fue a la oficina del forense, en el centro de Los Ángeles, en cuyo subsuelo, donde se archivaban los expedientes de los decesos de la ciudad, encontró unas setecientas cartas póstumas, con lo que dio inicio a sus estudios sobre el tema.

La interpretación retrospectiva de Shneidman acerca de la muerte del primogénito de Herman Melville fue presentada inicialmente en una reunión de la Melville Society, en San Francisco, el 28 de diciembre de 1975, y publicada meses después en Suicide and Life-Threatening Behavior, la revista de la American Association of Suicidology.

Malcolm Melville, el primer hijo de Herman Melville, se mató de un balazo en la sien hace ahora un siglo y medio, una madrugada de mediados de septiembre de 1867. Aunque la transparente causa de fallecimiento que consta en su certificado de defunción es una «herida de bala en la región temporal derecha», no se habló en su momento de suicidio, sino de «accidente», por lo que el caso quedó históricamente sumido en la ambigüedad, señala Shneidman, que en su estudio sostiene que el escritor Herman Melville fue un hijo psicológicamente maltratado que maltrató, a su vez, a sus hijos. Para Shneidman, el hijo mayor en especial, Malcolm Melville, recibió mudos y letales mensajes del padre –negligencia, dedicación excluyente a su escritura, rechazo abierto, etcétera– desde sus primeros años de vida, y el oscuro legado que lo marcó fue por ello una incomunicable y solitaria desesperación debida al sentimiento inconsciente de no ser deseado por ese padre, y de que lo mejor sería que no molestara, que no estorbara, que estuviera muerto. Las últimas horas de Malcolm, escribe Shneidman, estuvieron marcadas por la necesidad de protegerse de la ira, para él insoportable, de su padre, Herman Melville, que, según Shneidman, manejado «por sus reacciones inconscientes a su propia infancia», creó, sin saberlo, «el clima psicológico que llevó a Malcolm al suicidio»; especula, así, el doctor Shneidman, que «la carga inconsciente básica del hijo mayor fue que no debía interponerse en el camino del novelista, que no debía crecer, que no debía vivir su propia vida».

En el verano de 1867, Malcolm Melville, de dieciocho años, el primogénito de Herman Melville y Elizabeth Shaw, había entrado a trabajar como empleado en una compañía de seguros y además se había unido a la Guardia Nacional del Estado de Nueva York, en la que había recibido una pistola. El joven Malcolm Melville empezaba a ganar su propio dinero y a salir de noche, algo que incomodaba en extremo a su padre, que –teóricamente, por su propio bien y seguridad– le impuso un «toque de queda»: tenía que llegar, como muy tarde, a las once en punto de la noche.

La noche del martes 10 de septiembre de 1867, hace hoy, domingo 10 de septiembre del 2017, exactamente 150 años, Malcolm Melville, una vez más, desobedeció esta norma doméstica. Pasadas las 11 de la noche, Herman Melville, antes de irse a acostar, ordenó que todas las puertas de la casa fueran cerradas con llave. Su esposa, Elizabeth, «Lizzie», pese a ello, esperó despierta, para que pudiera entrar, a su rebelde y fastidioso hijo mayor. Y este, a fuer inconveniente y de fastidioso, llegó recién a las tres de la madrugada. Jay Leyda recoge en The Melville Log las palabras de una prima de la familia, Catherine Gansevoort, que recordaba que Elizabeth acusó a Malcolm de ser un desconsiderado, y añadía que «el primo Herman era un padre muy duro» y que «la prima Lizzie nunca lo criticaba».

Cuando, al anochecer del miércoles 11 de septiembre, Herman Melville volvió a su casa al final de una jornada de trabajo, su hijo mayor, Malcolm Melville, no se había levantado aún de la cama. Furioso, el escritor forzó la puerta de su dormitorio, entró y, tendido en el lecho, encontró el cadáver del primogénito, la pistola en la diestra y el agujero de bala en la sien derecha. Llevaba muerto varias horas.

El jueves 12 de septiembre, la oficina del forense dictaminó que el hecho era un suicidio, pero cuatro días después el Evening Post publicó una nota que desmentía como erróneo ese veredicto y que afirmaba que en realidad se había tratado de una muerte accidental.

Sobre los motivos de Malcolm Melville, descrito por los conocidos de la familia, desde su niñez, como «hermoso» y «brillante», para quitarse la vida solo existen especulaciones, como las del doctor Shneidman, citadas al inicio, no certezas. El hijo mayor de Herman Melville no dejó, hasta donde se sabe, ninguna explicación, ni una carta póstuma. La noche del martes 10 de septiembre fue visto en público por última vez con unos amigos, en Nibblo’s Gardens, un popular club nocturno atendido por chicas «que no lucían ropa digna de mención» (ver la biografía de Melville de Robertson-Lorant).

Se sabe que Malcolm Melville dormía siempre con su pistola debajo de la almohada, y a ese respecto hay también solo especulaciones. Unos se inclinan a pensar que estaba listo siempre para dispararla contra su padre, y otros, que estaba deseoso siempre de volverla contra sí mismo, como finalmente hizo. Todo son, nuevamente, conjeturas.

Herman Melville tuvo cuatro hijos. Luego de Malcolm, familiarmente llamado «Mack», «Barny» y «Macky», los otros tres, en orden de nacimiento y según los testimonios de sus contemporáneos, fueron un vagabundo, una solterona («a spinster») y una mujer que no quiso volver a escuchar nunca el nombre de Herman Melville. «Mack», el precoz primogénito del gran novelista, tuvo las agallas o la locura de enfrentarse él solo a los demonios de su padre, quién sabe por qué. Tal vez le era, entre todos, el más disímil; tal vez, por el contrario, le era el más semejante. Ver en la M inicial de Malcolm la M de Madness, la M de Murder, la M de Moby-Dick sería un exceso; esa novela aún no ha sido escrita. Tal vez nunca haya nadie capaz de escribirla.

Referencias 

Edwin Shneidman: «Some psychological reflections on the death of Malcolm Melville», en: Suicide and Life-Threatening Behavior, nº 4, invierno de 1976, pp. 231-242.

Laurie Robertson-Lorant: Melville. A Biography, Nueva York, Clarkson Potter, 1996, 710 pp.

Herman Melville: Moby-Dick, or The Whale, Londres, Penguin Classics, 2003, 720 pp.

montserrat.alvarez@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...