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Desde siempre, desde que, vanguardia viva, bucearon en el nacimiento de un cómic adulto que se dio en llamar «cómic de autor»; desde que se presentaron como invitados transatlánticos del hermano continental junto a aquellos tipos del underground y a aquellos atildados auteurs europeos que ahora entendemos como padres de la aclamada cosa gráfica novelada; desde que empezaron rasgando la página y la viñeta a machetazos, y los bocadillos con letras trazadas por un buril; desde entonces Muñoz y Sampayo parecen arte nuevo y revelación, más que cómic; o cómic artístico y vanguardia, que puede llegar a ser lo mismo. Reinventores del lenguaje.
La edición preciosa de Billie Holiday, de Salamandra Graphic (prestada de los franceses Casterman) se abre como si fuera un museo: páginas doradas a lo Klein antes de los créditos; retrato plateado de ella, esbozado sobre negro como una caligrafía arrugada, para ilustrar el título; y luego, la foto enorme en plano medio de Francis Paudras de una Billie bellísima y jovencísima: una diosa de la música en plena exuberancia subrayada por un tocado de flores blancas sobre su pelo ensortijado. Un museo sin casi abrir el cómic de Muñoz y Sampayo, aún.
«Prostituta, alcohólica, toxicómana. Muere joven... Una vida sentimental desgraciada», dicta el cronista. La niebla de Billie Holliday es demasiado densa como para que la realidad llegue algún día a despejar el mito perfecto del malditismo, la gloria y el amor convertido en jirón de voz.
Con el estilo oblicuo y afilado de Muñoz, y la inclinación de Sampayo por los relatos seccionados y la mirada múltiple, este cómic aborda la historia de la gran dama del jazz como un relato construido a partir de referencias cruzadas y testimonios fragmentarios; recreando, en algún sentido, la propia vida de su protagonista. En el prólogo del cómic, Francis Marmande así lo señala:
«Afortunadamente, Billie Holiday vivió varias vidas. Varias vidas simultáneas, cruzadas, enredadas como el hilo de una madeja, con suficientes placeres inauditos para transmitírselos a todo el mundo; con aquella risa, a pesar de todo, sobre un fondo de muerte, y esa locura por los hombres que la llevaría a la perdición.
»...Tuvo la energía para vivir todas esas vidas mil veces más intensamente que nuestras vidas cuadriculadas, escrupulosas, renqueantes. Tuvo, sobre todo, la capacidad dañina de vivirlas todas juntas en sus intersecciones, en sus brechas, en sus heridas insoportables. Murió a los cuarenta y cuatro años».
Aquel cronista que mencionábamos, un periodista al que le han endosado la tarea de escribir sobre el trigésimo aniversario de la muerte de una cantante de jazz a la que no conoce, es una de las esquinas de este relato oblicuo, también fragmentario y entrecruzado. Una de las marcas de estilo de Muñoz y Sampayo. Otra de esas marcas es la presencia protagonista en Billie Holiday de Alack Sinner, personaje estandarte e icono del dúo creativo, detective, oscuro, torturado, complejo, que representa una de las cumbres de la serie negra comicográfica, y referente fundamental, en las numerosas historias protagonizadas por él, para el crecimiento del cómic adulto a partir de aquel cómic de autor europeo e hispanoamericano de los años sesenta y setenta. En Billie Holiday, Alack Sinner es un policía primerizo (ignorante aún del serpenteante universo ficcional biográfico que le espera) que un día, cuando niño, conoció a la más grande cantante de jazz; y que luego, ya de adulto, volverá a encontrarse con ella un luctuoso 17 de julio de 1959, casi sin saberlo. Vidas cruzadas, viajes autorreferenciales.
La tercera presencia del relato es, claro, la que le pone nombre: Eleonora Holiday, Lady Day, Billie Holiday… La historia de una desgracia continuada que llegó a parecer una vida; y que salpicó a quienes la rodeaban, como a ese pobre Lester «Pres» Young, un hombre invisible que respiraba a través de un saxofón.
El cronista indaga, recupera los retales de la biografía y los une, no para ilustrar la imagen luminosa de su éxito y recuerdo póstumo (la que resiste plastificada en las portadas de sus cedés recopilatorios), sino las huellas casi perdidas de su fracaso como persona, de su vida infeliz sacudida por el machismo de los hombres que no la quisieron y por el racismo de sus conciudadanos, que no la respetaron. De fondo, suena «You might find th’night time th’right time for kissin», como un mantra. Tonada del anhelo de lo que nunca fue.
La voz de Billie Holiday encerraba el secreto del arte, y sus canciones solo nos dejaban constatarlo por una rendija. Este cómic lo da por hecho, y nos abre otra rendija para que descubramos la fragilidad, la imperfección y la suerte perra que en realidad respiraban debajo de la estrella.
El arte gráfico de José Muñoz, dueño del claroscuro, del tenebrismo, el verdadero expresionista alemán de Buenos Aires, es de nuevo un prodigio de manchas, intersecciones y rostros cortados por la tinta de una navaja. Los globos y los textos de Billie Holiday se entretejen, van y vienen, y, como en una banda sonora impresa sobre papel, crean un contexto, una atmósfera pesada y densa, hecha de conversaciones anónimas, recuerdos casi perdidos y muchas noches sin dormir (las del periodista, que necesita terminar su artículo, las de Alack Sinner, que no sabe que ella se está muriendo en la habitación contigua, y las de Billie Holiday, que fueron casi todas).
Este cómic está cargado de arte desde la portada hasta las páginas finales, en las cuales, bajo el título de «Jam session», se recogen los increíbles bocetos, dibujos rápidos y cuadros de situación creados por Muñoz para terminar de redondear este trabajo, que es un homenaje a la vida triste de una voz única.
Los fuertes claroscuros expresionistas en blanco y negro del dibujante José Muñoz (Buenos Aires, Argentina, 1942) y las múltiples voces y flashbacks del escritor y guionista de cine e historieta Carlos Sampayo (Carmen de Patagones, Argentina, 1943) forjan la atmósfera de Lady Day en Billie Holiday. Todas las imágenes que liustran los textos dedicados a ella en este número del Suplemento Cultural proceden de ese cómic.
«The Day Lady Died» es la difícil elegía del poeta Frank O’Hara a Lady Day (Baltimore, 1926-Long Island, 1966), extraño homenaje que nunca la nombra.
Billie Holiday.
España, Ediciones Salamandra, Colección Salamandra Graphic, 2015.
Guión: Carlos Sampayo.
Dibujo y tinta: José Muñoz.
80 pp.