Cargando...
Pero, aun cuando aquella es sometida por las categorías formales, estas mismas entran, a su vez, en litigio con las turbulencias de la historia. Tomo como caso la obra Kennedy: el metal es forzado a asumir la dirección estilizada y brillante que señala la forma; es «redimida» del desorden de su destino físico para asumir una configuración significante y un mensaje (la libertad, el vuelo, la trascendencia). Pero la consecuencia de estas oposiciones (la materia sellada por la forma-eidos, esta aclarada por el concepto) aún debe ser expuesta a las contingencias de la historia. La curva exacta, ascensional, de la obra se ve bruscamente quebrada en la cúspide de su cumplimiento. Interrumpida en su vocación entera. Creo que este incumplimiento de la perfección de la obra dota a esta de una vigencia importante. La pieza aparece mordida por una historia que impide al arte toda conciliación posible. La temporalidad desarregla todo principio de autoconsumación. Lo negativo que incuba toda forma de arte no permite la clausura, la satisfacción de la forma cumplida. Una obra conforme consigo misma es apenas un objeto decorativo, inofensivo; por eso, las macizas esculturas de Hermann son inquietantes: portan las claves de su propia vulnerabilidad.