En busca de poetas: Encuentro con Eduardo Bechara

Todos conocemos las hermosas y antiguas leyendas del Holandés Errante –barco fantasma que nunca pudo regresar a puerto y surca por siempre los océanos porque su capitán hizo un pacto con el diablo–, a la que Wagner le dedicó una ópera, y Rammstein, una canción, y del Judío Errante –que negó agua al sediento Jesús y fue condenado a «errar hasta su retorno» (la Parusía, presumo)–, pero tal vez no todos los lectores hayan escuchado hablar del actual y curioso caso del Escritor Errante.

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«En busca de poetas» es el proyecto del actualmente errante escritor colombiano Eduardo Bechara Navratilova, que comenzó este viaje en enero del 2013 y llegó esta semana a las ruidosas calles del centro de Asunción, y a esta oficina, a la que vino a entrevistarme y en la cual, mientras me entrevistaba a mí, aproveché para entrevistarlo a él. Así nos reunimos, entrevistadores entrevistados, frente a frente las caras, y de espaldas los monitores –yo ante el de mi PC, él frente al de su laptop–.

Eduardo, ¿qué fue lo primero que escribiste y qué es lo más reciente, lo próximo que estás por publicar? Pero antes, y disculpa la digresión, pero es que me llama mucho la atención, ¿por qué te apellidas Navratilova, en vez de Navratil?

Jajá. Sí, tendría que ser Navratil, porque en los apellidos checos ese sufijo (ova, en mi caso) es para el nombre femenino, pero explicarle a un funcionario que según la onomástica checa el apellido de mi madre en su documento de identidad debe cambiar en el mío sería... (Gesto universal de desesperación, horror y hastío que todos los seres registrados en papeles oficiales entendemos sin explicaciones).

Entiendo, juaz. Volvamos a la otra pregunta.

Pues comencé escribiendo poesía. No: en realidad, empecé escribiendo una novela, a los doce años, sobre un placard que conducía al centro de la tierra.

Vaya, una mezcla de Verne con C. S Lewis...

Una mezcla de esas. Nunca la terminé. Luego escribí artículos para periódicos del colegio, y también para mí, hasta los diecisiete años. Luego me fui al ejército (en Colombia es obligatorio) y empecé a novelar mi vida en él, es decir, comencé a escribir mi primera memoria; y ahí mismo empecé a escribir poesía de forma compulsiva, toda una serie de poemarios, todos muy adolescentes, que jamás publiqué, pero que me llevaron a que la poesía fuera ese lugar a través del cual vivía. Lo que me hizo, al final, tomar distancia, porque caí en la cuenta de que, en vez de vivir el momento, lo vivía a través de la poesía, y yo tenía que vivir.

Mi literatura empezó a ser mejor (si lo es) después de que renuncié a la muy importante firma de abogados a la que iba a trabajar con mi corbata de seda y empecé a vivir en precariedad y en contradicción constante con mi entorno, es decir, la casa de mis padres, y las de mis amigos y conocidos. Fue esa situación, la de no tener ni siquiera un peso para ir a tomarme un café o para ponerle gasolina a un BMW clásico que tenía estacionado pero que me negaba a vender porque era el último vestigio de ese otro que yo había sido, la que me llevó a abrir los ojos y darme cuenta de que la mayoría de las personas en el mundo viven así, y no desde el confort de sus grandes apartamentos desde los que pueden mirar la ciudad desde arriba como un lugar lleno de insectos que pululan por las calles. Te haces consciente de que eres un insecto más. Y luego de caminar las calles junto a los que antes considerabas unos insectos te das cuenta de que, como en la entomología, los insectos son seres esplendorosos y bellísimos. Pero necesitabas estar a su altura de insecto en medio de la precariedad para darte cuenta.

Eduardo, si he entendido bien, este proyecto no es antológico en el sentido de una selección mediante juicios de valor estéticos…

Más que eso, es una muestra representativa de la actualidad poética de cada país y de cada región que incluye un poco de lo clásico, lo actual y lo más experimental. Y responde a lo que me voy encontrando por el camino y lo que los distintos poetas me quieren mostrar. Todos esos poetas y tendencias puestas juntas coexisten y forman la poética del lugar.

Se trata, entonces, de ver cómo viven, cómo experimentan el hecho de ser poetas, o de definirse como tales, las personas que se consideran poetas, se presentan como poetas, o lo son; ¿verdad?

Exactamente. En una facultad de Literatura te dirían que siempre hay que deslindar al autor de su obra, que la obra del autor habla por sí misma, que no necesita que alguien explique el contexto histórico para poder ser entendida. Y eso es así. Pero a mí me genera fascinación la forma en que viven los poetas, sus vidas, sus conflictos, sus vericuetos existenciales, sus angustias y sus amarguras, porque eso me muestra sus debilidades y defectos, y sus virtudes, y me veo identificado. Cuando era un aspirante a escritor, solía ver (como le sucede a muchos) a los grandes escritores como figuras mitológicas. Con el tiempo, y a medida en que me fui metiendo en su mundo, entendí que son personas comunes y corrientes, llenas de defectos, como cualquiera. Me interesa mostrar eso, para que los aspirantes a escritores, que son personas comunes y corrientes, como lo fui yo (y lo soy), o lo fuiste tú (y lo eres), entiendan que ellos también pueden llegar a ser escritores si se lo proponen. Eso me ha llevado a pensar que en realidad escribo el Cuaderno de viaje para los aspirantes a escritores del futuro.

Entre el proyecto inicial y lo que has ido descubriendo por el camino, tal vez hayan cambiado algunas cosas…

Todo cambió. El proyecto inicial se pensó como un viaje de un año que iría de Ushuaia, Tierra del Fuego, Argentina, al Cabo de la Vela, Guajira, Colombia, es decir, desde el punto más al sur de América del Sur al punto más al norte, buscando poetas inéditos para hacer una antología. En un encuentro con unos poetas en Puerto Madryn, en el que estaban Carlos Pérez, María José Rocatto, Ariel Williams, Washington Verón, el Chino Huaiquilaf y algunos otros, me plantearon hacer la búsqueda continental, ya que me había lanzado a hacer algo que nunca se ha hecho en la historia y estaba teniendo muy buena acogida. Eso me generó un bloqueo mental. Yo quería destinarle al proyecto un año e irme a vivir a Praga, República Checa, en donde me quiero radicar, escribir mi obra y ser profesor universitario de Literatura Latinoamericana, de forma que me tomé dos días para pensar qué quería hacer de mi vida; entendí que había generado un Frankenstein que se venía en mi contra para sacarme los ojos, pero que así mismo, como yo lo había inventado, debía ponerle el pecho y decirle aquí estoy, como un mascarón de proa le pone el pecho al viento; y, luego de cuatro años de proyecto, en los que zigzagueé la Patagonia, escalé Chile de sur al centro, recorrí todo el centro de Argentina, el Atlántico argentino, incluida la provincia de Buenos Aires, el gran Buenos Aires, Buenos Aires capital, crucé a Montevideo, hice la búsqueda por todo Uruguay y la Mesopotamia argentina, aquí estoy, hablando contigo, con quien he tenido un diálogo apasionante de horas que se nos pasan como minutos…

¿Qué es lo que más valoras del Cuaderno de Viaje?

Que arma un universo en sí mismo. Alguien que lo lea verá retratado el país, sus costumbres, las costumbres de la época, la forma en que la gente habla, lo que se dice en cuanto a la política actual, la historia, el pasado, y, sobre todo, su poesía, un género íntimamente ligado a todo lo anterior, al poner al hombre como espectador del mundo y de sí mismo. Cada quién se caracteriza con sus actos y palabras, lo que permite mostrar a los poetas con sus defectos y virtudes, lo que es maravilloso, ya que la intención es revelar a la persona tal y como es, es decir, alguien lleno de conflictos y con las angustias propias de vivir, pero con ese don que es poder escribir poesía. Creo que en últimas lo que intento hacer es desmitificar la figura de ese poeta inalcanzable y traerlo de regreso a nuestro mundo. Jorge Canese me invitó a dar una conferencia en su taller de poesía en la facultad de Medicina de la Universidad Nacional, y les dije a sus estudiantes, enfrente de él, que había sido maravilloso conocerlo, ya que era un tipo lleno de defectos, como todos ellos, y como yo. Me encanta mostrar lo feo. Creo que los seres humanos debemos aceptarnos con nuestras bellezas y fealdades. Me molesta esa tendencia que hay a vetar lo que se llega a considerar impúdico. Todos somos parte de eso. Lo impúdico es parte de nosotros. Y creo que hay belleza en mostrarlo, si se sabe mostrar.

La experiencia de la literatura fue para ti una experiencia de cambio vital, de cambio de un modo de vida por otro radicalmente distinto, de cambio del bienestar a la precariedad...

Pasar de ser un abogado que trabajaba en una de las firmas más importantes de Bogotá a ser el tipo que escribe y se rebusca el sustento (casi por arte de magia o generosidad de los demás) me hizo mucho más sensible al mundo que me rodea, a la fragilidad de la vida y los entornos precarios que habitan cada rincón del mundo. Entendí que no podemos pasarla bien y voltear los ojos ante los que la están pasando mal. No es cuestión de hacer y dejar hacer siempre y cuando no se vulneren los derechos de los demás, como dicta el estado neoliberal. Hay que ensuciarse las manos para ayudar a esos desamparados, que, en el peor de los casos, podríamos ser tú y yo, más adelante, o cualquier amigo o pariente al que la vida o la suerte le dejó de sonreír. Eso, además de ser fundante en mi propia vida, de por sí difícil por la herencia de mis padres (el escape de Checoslovaquia de mi mamá, que llegó a Brasil con su papá y su madrastra con la ropa que llevaban puesta, y la muy temprana orfandad de mi padre, que perdió al suyo a los nueve años y tuvo que crecer junto a sus hermanos rastrillando la olla en casa de unas tías que no los querían mucho), fue vital en mi literatura. Empecé a escribir bien, si se puede decir que lo hago, te decía, desde que escribo desde la precariedad, lo mínimo, lo estrictamente necesario, lo que me hermana con esas personas que están en la misma situación, esa lucha diaria y desgastante por sobrevivir, y por satisfacer sus necesidades y anhelos profundos. Es difícil escribir una obra profunda y cargada de pasión desde la comodidad de un sillón abullonado con una pantalla de plasma gigante enfrente, un par de autos lujosos en el garaje y el estómago lleno de manjares. No estoy en contra de ello. La mayoría de la gente que me rodea en Colombia vive de esta manera, y yo los respeto mucho, pero insisto en que no creo que se pueda escribir una obra que toque las fibras del ser humano desde esa comodidad, que tiene sus propias exigencias para ser solventada. Yo prefiero vivir con un mínimo, en el que por lo menos tenga tiempo de escribir, y desde ahí gestar una obra que muestre lo feo (no lo esconda), aunque pueda llegar a ser políticamente incorrecto. Insisto en que los seres humanos debemos mostrarnos como somos, con lo bueno y lo malo. Así somos, y dudo mucho que vayamos a cambiar; por eso el mundo está condenado a repetir sus propios errores una y otra vez.

A propósito de lo que señalas, ¿qué estás escribiendo? Hablemos de lo feo y de lo políticamente incorrecto que podremos encontrar ahí.

Estoy escribiendo una novela ambientada en Bogotá sobre un ginecólogo con una familia de clase alta; la mujer es una abogada, de una firma importante; tienen dos hermosos hijos, a los que llevan al club. Un día, una adolescente, en su consultorio, le pide a este ginecólogo que la masturbe. Con eso se abre una caja de Pandora: él ya no puede controlar sus deseos por las niñas. A esto se suma una gran propensión al alcohol, recae en las drogas y termina alienado de la sociedad por cuenta propia, como un mendigo, en un lugar de Bogotá al que se van todos los alienados, que se llama El Bronx.

Y fíjate: si abres los diarios de Colombia, vas a ver una noticia de un arquitecto de clase alta, colombiano, salido de uno de los mejores colegios de Bogotá, y de una de las mejores universidades de Bogotá, que, a los 38 años, la semana pasada, raptó a una niña de siete años de un barrio humilde, que fue violada y asesinada en un departamento de la familia de este hombre. Su hermano, que trabaja en una de esas firmas importantísimas, como aquella para la que yo trabajaba, y su hermana, alteraron la escena del crimen. El jueves o el viernes pasado leí la noticia de que el portero que cuidaba el edificio donde fue asesinada la niña apareció muerto. Presumiblemente fue un suicidio, dijo la fiscalía.

Eso puede pasar en la realidad, pero ve y escríbelo. Ve y escríbelo, y habrá gente que se crispe al verlo en un texto literario.

Empecé a escribir esta novela a comienzos de este año, cuando hubo una redada en El Bronx. Los sacaron a todos. Arrojados de ahí, ahora deambulan –adictos al crack, a la heroína– como momias zombis por la ciudad.

También escribes para la prensa, como yo; lo menciono porque por eso sé que entre los lectores de los diarios también los hay que, como dices, se crispan, a veces, por lo que uno escribe...

Cuando recorrí la costa brasileña con el proyecto Brasil en dos ruedas para recoger fondos para los niños con cáncer en Colombia, mis crónicas de viaje en el diario El Tiempo fueron muy, pero muy criticadas, o defendidas, porque las escribía desde mi intimidad, y la gente decía que había cosas que no era necesario contar de la vida de un escritor. Yo insistía en que las mejores historias eran esas que conformaban la vida íntima del escritor, con todas las incertezas y los vericuetos que esta pueda tener. Y, al ser tan tremendamente criticado, me di cuenta de que ese era justamente el camino que debía seguir, porque quienes me criticaban eran estas mismas personas que siempre quieren mostrar lo bonito, y no lo feo, donde está la cruda realidad de las cosas. A mí no me interesa esconder esa cruda realidad.

Con el tiempo entendí, además, que es ahí donde hay que enfocar la vista, para narrar desde lo feo un mundo en el que muchos miran a otro lado para no ver ni ser parte de esa fealdad.

Y, si no la quieren ver, yo se las muestro.

Sobre el viajero

Eduardo Bechara Navratilova (Bogotá, 1972), hijo de padre de origen libanés y madre checa, se graduó de derecho en la Universidad de los Andes (1999) y se especializó en derecho comercial en la Pontificia Universidad Javeriana (2000). Luego de trabajar tres años como abogado, viajó seis meses por Europa Occidental, Europa del Este, México y Canadá, y volvió a Colombia a publicar la novela La novia del torero (La Serpiente Emplumada, 2002). Se graduó de literatura en la Universidad de los Andes (2005) y publicó su segunda novela, Unos duermen, otros no (Escarabajo, 2006). En el 2007 recorrió la costa brasileña con el proyecto Brasil en dos ruedas, durante el que escribió crónicas en su blog El Tablero, del diario El Tiempo. En el 2009 se graduó de una Maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Temple, Filadelfia, Estados Unidos, universidad en la que fue profesor de escritura creativa y escritura de negocios en el 2009 y el 2010. Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer (coedición Escarabajo / El Copista, Córdoba, Argentina, 2010) es su primer libro de poemas, y Mendigo por un día (coedición Escarabajo / Ediciones del Boulevard, Córdoba, Argentina, 2012), su primer libro de crónicas. Desde enero del 2013 viaja por Suramérica en desarrollo del proyecto En busca de poetas para descubrir poetas y documentarlos.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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