Dejemos que el Mariscal descanse en paz

Analizar los secretos históricos profundos que los discursos lopistas y antilopistas encubren es la propuesta de este artículo del historiador e investigador brasileño Mario Maestri

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En memoria de Richard A. White

La historiografía de la Guerra Grande se sigue debatiendo entre el lopismo y el antilopismo. Ya se ha dicho que la historia la hacen los hombres determinados por circunstancias, sobre todo sociales. La historia explica más a los hombres de lo que los hombres explican a la historia. Sin embargo, la visión propia del siglo XIX de la construcción del pasado por protagonistas excelentes se mantiene hoy como una especie de cadáver historiográfico en putrefacción.

Es habitual presentar a Juan E. O’Leary como inventor del lopismo positivo. Se ha llegado al extremo de proponer que lo hizo asalariado por Enrique Solano López para favorecer la reivindicación de los inmensos territorios transferidos a Elisa Lynch en los tramos finales de la guerra. ¡Sin el revisionismo histórico de O’Leary, no tendríamos el lopismo! (1) El político mitrista argentino Estanislao Zeballos, que fue todo menos historiador, visitó parte del escenario de la guerra y Asunción en los años 1887 y 1888. En sus apuntes, registró disgustado el «culto a la memoria» de Solano López en Asunción, donde paredes de residencias eran adornadas con retratos del Mariscal. (2)

En 1887, pues, el lopismo estaba vivo y fuerte. Y O’Leary tenía ocho años.

Nos faltan estudios historiográficos sobre el nacimiento del lopismo. Posiblemente el culto a la memoria de Solano López comenzó el 2 de marzo de 1870, en oposición desorganizada a la hegemonía de las explicaciones aliadas, legionarias y liberales, que execraban la resistencia y al Paraguay de antes de la guerra, y hacían al Mariscal responsable de todos los males del país.

O’Leary tuvo éxito en su revisión de esas lecturas hegemónicas porque interpretó un fuerte sentimiento ya existente, sobre todo en los sectores populares. Es paradójico que sus fuentes iniciales fueran, entre otras, los positivistas ortodoxos brasileños, que desde antes de la República en Brasil se oponían a la monarquía, la esclavitud y la prepotencia del Imperio hacia Uruguay y sobre todo Paraguay, y exigían la devolución de los trofeos y la extinción de la deuda de guerra. (3)

El Partido Colorado y el estronismo utilizaron la memoria paraguaya de la guerra, no la crearon. No pongamos el carro delante de los bueyes.

LA BATALLA POR LA MEMORIA

La memoria de la Guerra Grande fue y es un campo de batalla ideológico y político que interesa también a los Estados brasileño y argentino. Ni O’Leary inventó el lopismo ni López explica los hechos de 1864-70. Ya es hora de dejar al Mariscal reposar en paz, y de buscar los secretos históricos profundos que los discursos negativos y positivos sobre él encubren. Es un hecho que la pequeña y pobre República de Paraguay, con unos 450.000 habitantes, enfrentó, por cinco años, al Imperio de Brasil y la República Argentina, con más de once millones de almas. La inmensa desproporción de armamento creció durante la guerra. El Paraguay lopista fabril jamás existió. Con la apertura comercial del período de Carlos Antonio la producción artesanal de tejidos de algodón retrocedió. (4) La producción manufacturera y artesanal no abastecía de los calzados, uniformes, tiendas, etc., necesarios. Soldados paraguayos murieron durante las marchas del terrible invierno de 1865 sin el equipamiento de campaña indispensable. (5) Años después de la guerra, el mayor Pedro Duarte recordaba que su tropa dormía «sin carpa y sin más abrigo que la camiseta y la manta chica de bayetas, ya usadas y rotas». (6)

No merecen atención las justificaciones aliadas del tiempo que llevó vencer a un adversario de tan pocos recursos –los aliados no conocían el territorio; fanáticos, los paraguayos temían más al Mariscal que al enemigo, etc. ¡Se sigue afirmando que el ejército imperial de primera línea era minúsculo, sin hablar de que la Guardia Nacional brasileña superaba en número a la población paraguaya! En 1860, solo la Guardia Nacional de Río Grande del Sur tenía casi 40.000 hombres (7)–. Muchas explicaciones paraguayas nacionalistas de la impresionante resistencia también son fantasiosas –así, Manuel Domínguez (1869-1935) pintó al paraguayo como un superhombre, y al país como el paraíso en la tierra (8)–.

SIN VOCACIÓN GUERRERA

Bajo los gobiernos de Francia y de Carlos Antonio el paraguayo no demostró gran vocación guerrera, por no decir más. Las operaciones de Francia contra Corrientes fracasaron; las tropas al mando del joven Solano López se sublevaron en Payubré, en Corrientes, en 1846. (9) En 1865, la campaña ofensiva, según el propio Mariscal, fue un fiasco. Se cerró «sin que un [solo] oficial haya tenido la ocasión de distinguirse en un encuentro [militar]». (10) La fácil ocupación del sur del Mato Groso fue obra de los oficiales imperiales que dieron la espalda al enemigo y a sus propios hombres. (11) Estigarribia cruzó el Río Grande sin que David Canabarro le disputase el paso. El brigadier riograndense y otros dos oficiales fueron a consejo de guerra por la inaudita alevosía. La rendición en Uruguayana se atribuyó a la traición de Estigarribia. Si no hubiera entregado la plaza, sus soldados, ya decididos a no luchar, posiblemente lo hubieran matado. (12) No fueron pocas las deserciones paraguayas en la campaña ofensiva de 1865.

¿Por qué, entonces, los soldados paraguayos lucharon como leones cuando la guerra llegó al territorio nacional? ¿Por simple patriotismo? ¿Y por qué no hizo lo mismo la población imperial cuando la invasión del sur del Mato Groso y del Río Grande? ¿No eran patriotas? Y si no lo eran, ¿por qué?

A Manuel Domínguez se deben los mayores absurdos y algunas de las interpretaciones más certeras de su época sobre el pasado paraguayo. Al hablar de las causas de la resistencia al invasor recordó que el soldado paraguayo defendía sobre todo su pequeña propiedad y, ciertamente, lo que representaba. El Paraguay tuvo, sí, una Edad de Oro, fantaseada por autores de ayer y hoy. La singular formación social paraguaya permitió, ya en el período colonial, la universalización de la propiedad o de pequeñas chacras de subsistencia. Oscar Creydt integró ese fenómeno a su esbozo de explicación sociológica de la sociedad paraguaya. (13)

REPÚBLICA CAMPESINA

El francismo se apoyó en el carácter campesino de la sociedad paraguaya y lo radicalizó, como ha demostrado Richard A. White. (14) La consolidación de la sociedad campesina permitió el dominio pleno del «guaraní paraguayo» pese a la promoción del español por Francia como lengua administrativa, como señala B. Melià. (15) La vocación restauradora (mercantil-latifundista) de los López nunca cuestionó las raíces de la sociedad campesina. Pero era esa su orientación general, realzada en forma patológica por la guerra.

En general escapa a los analistas que el ejército que enfrentó a los aliados consistía sobre todo en milicias de partidos del interior, organizadas en el período francista. Formadas principalmente por campesinos que luchaban al lado de sus familiares y vecinos. El ejército profesional fue desarticulado en la campaña ofensiva, en 1865, y en las primeras batallas de 1866. Creemos que la guerra de defensa nacional se transformó cada vez más en una guerra campesina de defensa de lo ya conquistado, sobre todo en el período francista.

Carlos A. López impulsó sistemáticamente el castellano en la administración y en los sectores sociales llamados superiores, en auge en su larguísimo gobierno. Promovió la educación elemental, media y superior, la edición de libros y la creación de un teatro nacional –en castellano, lógicamente-, fundó un semanario estatal y envió estudiantes a Europa para fortalecer la administración pública. (16) El castellano era la lengua de la administración burocrática y de mando en el ejército.

En 1867, contra todo lo hecho desde 1842, el periódico militar-patriótico Cabichuí adoptó el guaraní; luego se fundó El Cacique Lambaré, totalmente en esa lengua. (17) Dos actos indiscutibles de reconocimiento por parte del comando militar de la importancia de los sectores campesinos, guaraníes monolingües, con un conocimiento a lo sumo pasivo del español, en la composición del ejército. Si la guerra empezó con proclamas en castellano, posiblemente terminó con gritos, vivas, órdenes en «guaraní paraguayo».

UN ESTADO MODERNO

Aún hoy, Paraguay, para la historiografía nacionalista brasileña, era una nación de nativos guaraníes semicivilizados. En su obra mayor, Doratioto abusa del vocablo «guaraní» como sinónimo de «paraguayo» (país guaraní, independencia guaraní, ejército guaraní, etcétera). (18) En las universidades brasileñas el desconocimiento de la historia paraguaya sigue siendo enorme. A contracorriente, la historiadora Wilma P. Costa atribuyó la dificultad del Imperio de imponerse a Paraguay a la «modernidad» de este en relación a sus vecinos, percepción magistral ignorada por la historiografía de Brasil. (19)

Bajo Francia, la República de Paraguay se constituyó en el único Estado-nación de Suramérica sin dejar de ser una nación de economía rural orientada fuertemente a la subsistencia. La difusión de la propiedad o tenencia de chacras, el guaraní paraguayo como lengua nacional, el dominio de la cultura y la tradición hispano-guaraníes y un ejército popular-nacional son algunos de los fenómenos que sostenían la vigencia de tradiciones y derechos plebeyos y ciudadanos en Paraguay. (20) La dictadura francista era más democrática que el liberalismo parlamentario del imperio esclavista brasileño.

El Estado-nación paraguayo estaba atravesado por contradicciones sociales fortalecidas por el impulso a la gran propiedad y la economía mercantil en la era lopista (1842-1864). La disolución de los pueblos de indios en 1848; la apropiación de propiedades públicas por el círculo familiar López, estricto y amplio; la promoción de la gran propiedad; la imposición tributaria creciente; la facilitación de las importaciones, etc., apuntaban a una sociedad mercantil exportadora primaria y al debilitamiento de la estructura campesina. (21) Nada sabemos de las posibles soluciones de esa contradicción social si no hubiese ocurrido la guerra.

Al inicio de la guerra, en 1864, la orientación mercantil aún era solo una tendencia en desarrollo, que no cuestionaba la estructura campesina de base de la sociedad, de la cual dependía la defensa de la autonomía del país, amenazada por los intereses liberal-unitarios porteños y por el Imperio de Brasil, que ya había emprendido una campaña militar contra el país, sin éxito, en 1854-5. (22)

La Guerra Grande agudizó las contradicciones externas e internas de Paraguay. Fue una guerra de defensa nacional contra las fuerzas aliadas y al mismo tiempo una lucha social entre los segmentos plebeyos y las facciones de las clases dominantes que se movilizaron contra la resistencia. (23)

LAS TABLAS DE SANGRE

La represión de las conspiraciones contra la continuación de la guerra es el tema abordado en forma más apasionada y menos racional por la historiografía de la Guerra Grande. Desde 1868, se transformó en el principal argumento de la denuncia aliada de la inhumanidad del Mariscal. Hasta hoy se propone la inexistencia de esas conspiraciones o, en el mejor de los casos, la desproporción del castigo en relación a los hechos. Solano López sigue siendo presentado como el único inspirador de los enjuiciamientos y ejecuciones.

Las pruebas de las conspiraciones son indiscutibles y la represión fue decisión del comando superior de la guerra sobre las órdenes de Solano López. El padre Maíz, por ejemplo, logró que el obispo Palacio fuera condenado a muerte, interesado en el obispado paraguayo. (24) Fuera de los excesos de los enjuiciamientos, el terror que se pretendió imponer, sobre todo a las clases dominantes, tuvo objetivos políticos: mantener la cohesión social que empezaba a ser corroída por la deserción de las clases propietarias, que procuraban negociar con el enemigo la rendición. (25)

Los ejecutados por conspiración fueron una ínfima minoría en relación a los soldados caídos. La conmoción que causaron sus muertes se debió a que pertenecían a las clases llamadas superiores. Pocos historiadores se han detenido en la casi inexistencia de actos de solidaridad de la población y las tropas hacia ellos. El prusiano Von Versen, preso con los infortunados, dijo que la falta de empatía de los soldados paraguayos hacia los cientos de opositores enjuiciados se debía sobre todo a la «antipatía de razas» O sea, a la oposición entre los segmentos campesinos de origen guaraní y las clases dominantes españolizadas. «Los guaraníes [soldados] asistían con disfrazado pero natural placer a la completa eliminación de los españoles que los habían esclavizado». (26)

AY DE LOS VENCIDOS

Al final de la guerra, la resistencia al invasor era casi exclusiva de los sectores plebeyos y campesinos. En las villas de la Cordillera, el Conde d’Eu y sus oficiales alternaban en animados bailes con señoras y señoritas de las «mejores familias». Todas hispanohablantes. (27) En Cerro Corá, Inocencia y Rafaela López se metieron bajo las sábanas de los comandantes imperiales, según algunos autores, ya en la noche de 1º de marzo. (28) Lo que me parece demasiado.

La guerra significó la masacre, destrucción y desorganización de los sectores campesinos, que lucharon hasta el fin conscientes de que la derrota supondría la pérdida irreparable de sus conquistas y derechos históricos.

Y así fue. Con el fin de los combates, se cerraba la Edad de Oro paraguaya, los tiempos en los que cientos de miles de campesinos nacían, crecían, se reproducían y morían en sus pequeñas chacras, entre los suyos, con su propio trabajo. Para muchos esto puede parecer poco. Para ellos valía la pena defenderlo aun a costa de su vida.

¿Fue el Mariscal un líder de los campesinos, como Villa y Zapata en México o el confuso Antonio Conselheiro en Brasil? No lo creo. Los combatientes descalzos lo acompañaron –¿o lo empujaron?– pero librando su propia lucha. En buena parte, también Solano López luchaba por razones solo suyas. Al final de la guerra, dejó tierras a su compañera e hijos, y no pensó en reconocer la propiedad de los campesinos sobre las tierras públicas que arrendaban. Parece correcto decir que Francisco Solano López y los campesinos lucharon juntos, la misma guerra, por razones diversas.

LA GRAN DERROTA

Después de perder la guerra contra las tropas aliadas y legionarias, la última batalla que, en forma desorganizada, libraron los veteranos plebeyos paraguayos, sus familias y sus descendientes, fue por la memoria. En cierto modo, al callar las armas, nacía el lopismo. Aún más porque la reconstrucción y regeneración del país se hizo contra los campesinos sobrevivientes, expulsados de las tierras públicas que ocupaban, para privatizarlas, como ocurrió en 1883 y 1885, y obligados a vender su fuerza de trabajo a precio vil, a veces fuera de la frontera del país. (29)

Humillados y atacados en sus tradiciones, en su lengua, fueron presentados como responsables del atraso del país, tras haber demostrado creatividad y perseverancia en una resistencia que asombró y sigue asombrando al mundo. ¡Los delirios de la regeneración liberal propusieron crear un pueblo nuevo importando inmigrantes! En verdad, más que despreciados, eran temidos por los nuevos señores, que pasaban a administrar el país en provecho en gran parte foráneo. No es raro que entre sus nuevos verdugos estuvieran los oficiales que los comandaron en combates épicos. Vistieron de nuevo la blusa roja sin tenerla ya en el corazón. Entonces, como ahora, son traiciones habituales.

La gran derrota paraguaya en la Guerra Grande fue la pérdida de lo que el país tuvo de más singular: la autonomía de hecho de su clase campesina de cultura hispano-guaraní. Así lo percibió con curiosa clarividencia Manuel Domínguez cuando propuso, en 1922, como principal medida para levantar al país, la expropiación de mil leguas de tierra para elevar el escaso número de propietarios campesinos a doscientos mil. (30)

NOTAS

(1) F. Doratioto: Maldita guerra, Sao Paulo, Companhia das Letras, 2002, pp. 80 y ss.

(2) E. Zeballos: Historia de la guerra del Paraguay. Relatos y memorias en primera persona. Fondo Estanislao Zeballos. Buenos Aires, Ministerio de Relaciones Exteriores, 2015. Carpeta 121-1.

(3) Teixeira Mendes: Benjamin Constant: esboço de uma apreciação sintética da vida e da obra do Fundador da República Brazileira, vol. 1, Río de Janeiro, Sede Central da Igreja Pozitivista do Brasil, 1892, pp. 93-138.

(4) Thomas Jefferson Page: El Río de la Plata, la Confederación Argentina y el Paraguay, Asunción, Intercontinental, 2007, p. 231.

(5) W. Jardim: Longe da Pátria: a invasão paraguaia do Rio Grande do Sul e a rendição em Uruguaiana (1865). Porto Alegre, FCM Editora; Passo Fundo, PPGH UPF, 2015.

(6) Memorias y recuerdos de Pedro Duarte, en: E. Zeballos, op. cit., carpeta 129.

(7) Conselheiro Joaquim Antão Fernandes Leão, Relatório apresentado à Assembléia Provincial de São Pedro do Rio Grande do Sul na 1ª Sessão da 9ª Legislatura pelo [...]. Porto Alegre, Typographia do Correio do Sul, 1860, p. 16.

(8) Manuel Domínguez: El alma de la raza, Buenos Aires, Ayacucho, 1946, pp. 18 y ss.

(9) M. Maestri: Paraguay, la república campesina, Asunción, Internacional, 2016, p. 210.

(10) E. Cardozo: Hace 100 años. Crónicas de la guerra de 1864-1870, Asunción, Emasa, 1968, vol 2, p. 278.

(11) O. Miranda Filho: O Primeiro Tiro. Invasão paraguaia no Sul do Mato Grosso durante a Guerra da Tríplice Aliança (1864-1870), Porto Alegre, FCM Editora; Passo Fundo, PPGH, 2016.

(12) Exército em Operações na Republica do Paraguay […]. Sob o Comando em Chefe do Exmo. Sr. Tenente General Manuel Marques de Souza. Conde de Porto Alegre. […]. Ordem do dia n° 24, 3 de outubro. Gabinete do Ministro da Guerra, Uruguaiana, 27 de Setembro de 1865, pp. 83-96.

(13) Oscar Creydt: Formación histórica de la nación paraguaya, Asunción, Servilibro, 2007.

(14) R. A. White: La primera revolución popular en América (Asunción, Carlos Schauman, 1989).

(15) Bartomeu Melià: La Guerra Grande y la lengua guaraní (en: Más allá de la guerra, Asunción, Secretaría Nacional de Cultura, 2016).

(16) Peter Heinz: El sistema educativo paraguayo desde 1811 hasta 1865, Asunción, Instituto Cultural Paraguayo-Aleman, 1996.

(17) Mauro C. Silveira: A Batalha de Papel, Florianópolis, UFSC, 2009.

(18) Doratioto, op. cit., pp. 30 et passim.

(19) W. Peres Costa: A espada de Dâmocles: O exército, a guerra do Paraguai e a crise do Império, São Paulo, Hucitec-Unicamp, 1996, pp. 145-151.

(20) Maestri, op. cit., pp. 107 y ss.

(21) Ib., pp. 201 y ss.

(22) F. B. Teixeira: A primeira guerra do Paraguai, Passo Fundo, 2012.

(23) Papeles del tirano del Paraguay tomados por los Aliados en el asalto del 27 de diciembre de 1868, Buenos Aires, Imprenta Buenos Aires, 1869.

(24) Juansilvano Godoi: El fusilamiento del obispo Palacios y los tribunales de sangre de San Fernando, Asunción, El Lector, 1996.

(25) M. Maestri: «Tribunais de Sangue de San Fernando. O Sentido Político-Social do Terror Lopizta», en: História. Debates e Tendências, v. 13, nº 1, enero-junio 2013, pp. 124-149.

(26) Max von Versen: História da Guerra do Paraguai, Sao Paulo, EdUSP, 1976, p. 134.

(27) Alfredo d’Escragnolle, Vizconde de Taunay: Diário do exército, Río de Janeiro, Biblioteca do Exército, 2002, p. 185.

(28) P. Guimarães: Um voluntário da Pátria, Río de Janeiro, José Olympio, 1958, p. 44.

(29) Carlos Pastore: La lucha por la tierra en el Paraguay, Montevideo, Antequera, 1949.

(30) Manuel Domínguez: La traición a la patria y otros ensayos, Asunción, FF. AA. de la Nación, 1959.

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