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«Las maldiciones son cálculos matemáticos que aciertan en el futuro y nos esperan» es una frase exacta y siniestra que encontré como epígrafe en algún documento, no importa qué documento porque era menos relevante que aquella cita que lo encabezaba; y que estaba tomada de Los señores, novela de Gonçalo Tavares. Mientras yo registraba este nombre en mi mente, en otro punto de nuestra ciudad un lector escribía, en los márgenes de las páginas de su recién concluido y cerrado ejemplar de una novela del mismo escritor, Aprender a rezar en la era de la técnica (Buenos Aires, Letranómada, 2013), su personal «reporte de lectura», breve marginalia que hoy nos introduce concisa y rigurosamente en la prosa de este autor portugués, prosa pensada por Luis Alberto Boh como «escritura quirúrgica».
He aquí un libro quizás breve, pero poderoso, casi oscuro, casi árido.
Un texto que somete y arrincona sin escape posible. Tengo que remontarme a Bajo el volcán, de Lowry, para repetir lejanamente una sensación así de abrumadora. No tan parco como austero, sin concesiones ni complicidades de ningún tipo hacia nadie ni con nada, ni siquiera con eso que a veces llamamos confusamente «el placer de la lectura».
Por algo será que resultó ser suya aquella frase que, cuando la conocí por casualidad, guardé para mí y que me hizo rastrearlo hasta encontrar este libro despiadado e implacable que se llama Aprender a rezar en la era de la técnica.
La frase se refiere a lo que solemos suponer sobre la lectura: «Leer no es un pasatiempo. Es un espacio de humanidad y de reflexión que requiere un esfuerzo», dice este escritor al que –ahora que lo he leído– entiendo por qué admiraba Saramago.
No hay en la escritura seca y despojada de Gonçalo M. Tavaresde ningún remanso, ningún pliegue de «belleza literaria», ninguna estrategia para «atrapar al lector», ninguna sorpresa ni truco, ni el más mínimo esfuerzo para construir una «ficción». Al contrario, es un texto de renunciamientos deliberados, de un alejamiento terapéutico de todo recurso que no sea el de lo que yo llamaría una «escritura quirúrgica».
Diría inclusive que deja de ser un «relato» en el sentido que habitualmente damos a las obras de ficción. Se me ocurre que Tavares no buscó hacer un relato, o, en todo caso, que su relato es –y más notoriamente en la primera parte– un relato de razonamientos lógicos, ni siquiera de reflexiones. Razonamientos lógicos pétreos e inesperados, tan extraños como si pertenecieran a un universo totalmente ajeno al que nos es habitual.
La historia, si se quiere llamarla así, de Aprender a rezar en la era de la técnica es –aunque historia de fatalidad y de infamias– mínima y lineal, y se fragmenta en múltiples pequeños capítulos, como para de esta forma de impedir, al que los lea, adentrarse en «la historia»: antes de subsumirse en la inercia del relato, este concluye; antes de que el lector se deje llevar y empiece a construir él mismo su propia ficción, esta se disipa.
Mediante este recurso, el lector se encuentra obligado a volver a la escritura/razonamiento, que sigue su curso quirúrgico, preciso y riguroso, sin que sobre una sola frase y de tal modo que cada pieza encaja limpiamente en la otra, sin desvíos ni ambigüedades. Y sin respiro, hasta el ahogo.
Se me ocurre que Tavares trabaja sobre los límites de la escritura «literaria», y que quizás sería pertinente preguntarse si su verdadera obsesión, en cuanto a lo que esta implica de límite y de buceo en lo esencial, no es tanto la literatura como la poesía. (¿Estará vinculado a esto, ahora que lo pienso, el hecho de que la que, según creo, es su última obra, Un viaje a la India, sea una «novela» escrita en verso?)
Imagino que habrá bastante material ya escrito sobre él y sobre este libro, de modo que ahora que terminé de pasar a este reporte de lectura los apuntes por mí garabateados a lápiz en los márgenes de las páginas de mi ejemplar, me permitiré buscar algo más que lo que de momento pude resumir o concluir por mi propia cuenta.
Hacía mucho que no encontraba un texto así de poderoso y austero. A su lado, el muy aclamado Punto límite, de Thomas Pynchon, que ahora estoy leyendo y que llevo avanzado ya casi hasta la mitad de sus largas, enredadas y un tanto neuróticas cerca de quinientas páginas, es apenas un torrencial y más bien banal y ruidoso episodio del circuito cool de la gran industria editorial contemporánea, lleno de tics y guiños de complicidad esnob, en el que son convenientemente enhebrados los temas, las obsesiones triviales y los superficiales dramas de los días que corren. Eso por no mencionar su espantosa traducción al castellano, especialidad en la que Tusquets parece entrenarse con ahínco.
Quien consiga lo de Tavares, lo podrá comprobar. ¡Salud!
Gonçalo M. Tavares Aprender a rezar en la era de la técnica Buenos Aires, Letranómada, 2013 241 pp.
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