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Mientras en dulces quejas caen las hojas sobre el terco jadeo del Mburika’o, con el corazón en la mano, con el polvo y el lodo del Guairá, mañana, 27 de agosto, día de tu cumpleaños, como cada año, iré a llevarte la salutación de Manú, tu hermano espiritual; llegaré junto a ti con mi antigua lámpara de melancolía para alumbrar con lenguaje insurgente la oscura negligencia con la que quieren ocultarte del pueblo y para esparcir, con encendida indignación, las palabras que el destino ha dejado a mi alcance hasta que se desangren en la voz del viento con su afán de arrancarte del desaire y cubrirte con sus rosas.
Un día, ya lejano, soñando aprisionar la cósmica orquestación del universo, llegaste hasta el sonoro barranco de este cauce que era un cristalino arroyo, y el fluir de sus oscilantes aguas sobre las pulidas arenas inspiró a tu violín la más luminosa de las guaranias, que enlazó para siempre tu nombre a este espacio que, sin lugar a dudas, es el más hermoso de la ciudad.
Allá por el año 1946, el arquitecto Homero Duarte había decidido convertir esta fracción del Mburika’o, con su palio de esmeralda, en plaza, y –a pesar de la oposición del intendente de aquel entonces, don Abel Dos Santos, quien quería que el lugar fuera señalado con el nombre de un héroe recoletano muerto en la Guerra del Chaco–, como un tributo a ese maridaje en el arte que hubo con tu amigo Manú, la denominó «Plaza Ortiz Guerrero».
Fue inaugurada el 20 de marzo de 1948 con el «develamiento» de la agraciada estatua de tu amigo Manú, creación del escultor paraguayo Vicente Pollarolo… Y, ya sabes, desde noviembre de 1991, año en el que trajeron tus restos para que sigas soñando guaranias con el arrullo del Mburika’o, para aliviar tu más de medio siglo de angustioso exilio y para honrar la amistad sin límites que te une al compañero Manú, estás aquí. Hoy la plaza lleva en su designación, también, tu nombre: hoy es la Plaza José A. Flores-Manuel Ortiz Guerrero.
En fin, compañero José Asunción, mañana, 27 de agosto, día de tu cumpleaños, como cada año, iré hasta donde moran tus huesos para llevarte este saludo y para pedirte disculpas por la desidia de nuestras autoridades, que, para que no se te acerque «la chusma», pusieron rejas a tu monumento y dejaron que crecieran, hasta cubrir tu epitafio, la mugre y las ortigas. Qué ironía que te hayan puesto barrotes justo a ti, que viviste luchando por la libertad, la libertad de abrazar limpiamente a tu pueblo. Pareciera que con esos barrotes ansiaran eternizar simbólicamente su oprobio a tus luminosos ideales.
A mí me pesan las infamias, me hace doler hasta el aliento verte así. Más a ti, a pesar de las injurias oficiales, te encuentro siempre en paz. No debería extrañarme, pues al odio y a los agravios respondiste a lo largo de tu vida con música y sonrisas. Cuando te deje mañana por la noche, le pediré al joyero del firmamento materiales frescos para ennoblecer otro monumento tuyo, ese que milita en el corazón de nuestro pueblo. Feliz cumpleaños, Maestro.