Adiós a P. D. James (1920-2014), la Reina del Crimen

Desde la publicación de su primera novela a los 42 años, la baronesa James de Holland Park es considerada por numerosos críticos de su país, y, sobre todo, por sus muchos lectores, una de las mejores escritoras policiales del siglo XX en lengua inglesa –para algunos, a la misma altura que los hoy legendarios Agatha Christie o sir Arthur Conan Doyle–.

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Phyllis Dorothy James White, baronesa James de Holland Park desde 1991, nació el 3 de agosto de 1920 en Oxford, Inglaterra, comenzó a inventar personajes de ficción para entretener con relatos a sus hermanitos menores cuando los tres eran todavía unos niños y un año antes de egresar de la Cambridge High School para chicas, a la edad de 16, ya sabía que sería escritora. Tras una larga y fecunda vida, y una carrera literaria de medio siglo de escritura y millones de ejemplares de vendidos en todo el mundo, la Reina del Crimen, «the Queen of Crime», acaba de morir este pasado jueves por la mañana, a los 94 años de edad, en su casa de Oxfordshire, Inglaterra.

P. D. James, siguiendo los pasos de su padre, Sidney James, trabajó durante treinta años en los departamentos de la administración pública británica, lo que le permitió observar este tipo de entornos profundamente para al cabo obtener de tal experiencia una rica comprensión de su clima, sus mecanismos y sus relaciones, lo que dio una atmósfera peculiar a sus novelas de detectives, una atmósfera propia y distintiva que, inconfundible y acre como el regusto del tanino en el brandy, en el whisky y en general en todos los aguardientes macerados en cubas de roble, se convertiría en uno de los más estimados clichés de la ficción policiaca británica.

La vida privada de la baronesa James no es demasiado conocida, salvo quizá el triste hecho de su viudez prematura: su marido, Ernest C. B. White, que trabajó como médico en el frente durante la Segunda Guerra Mundial, regresó a la vida civil después de terminar aquel decisivo conflicto bélico en un estado de salud emocional y mental muy delicado, nunca pudo recuperarse y murió, por desgracia, unos años después, después de pasar casi toda su vida posterior a la Segunda Guerra confinado en hospitales psiquiátricos.

P. D. James escribió su primera novela, Cover Her Face (en la que ya aparece el después célebre detective Dalgliesh, del Metropolitan Police Service de Scotland Yard, en Londres, y que fue publicada en 1962 por su sello de siempre, Faber and Faber) trabajando durante tres años todas las mañanas, muy temprano, unas horas antes de salir hacia su trabajo en una oficina de la administración pública. Viuda y con dos hijas, la baronesa James, tras la muerte del doctor White, su esposo, era el único sostén de su familia (lo era, dada la enfermedad de su marido, ya, de hecho, antes de enviudar), de modo que conservó su puesto de trabajo hasta la posterior publicación de su libro Innocent Blood, que resultó ser un éxito económico.

El ciclo de novelas de P. D. James protagonizado por uno de sus más queridos personajes, el inspector de Scotland Yard Adam Dalgliesh –una especie de versión, más sofisticada aún, si cabe, del clásico «galán» de Hollywood: un viudo culto, refinado, solitario y elegante que además escribe poemas, que es «alto, sombrío y atractivo», que vive en un departamento sobre las aguas del Támesis, en Queenhithe, y que conduce un Jaguar– fue adaptado en la década de 1980 por la televisión británica en una serie de diez capítulos protagonizada por el actor londinense Roy Marsden.

Quien, por cierto, hablando acerca de aquellos viejos y buenos tiempos de trabajo en Anglia Television, cuando encarnaba, para todas las telepantallas del Reino Unido, al distinguido y sagaz detective creado por la baronesa James, declaró este jueves a la prensa, al enterarse de su muerte: «Siempre la recordaré asociada a un periodo feliz y creativo de mi vida. Siempre fue buena conmigo; soy afortunado».

A pesar de los gratos recuerdos que Marsden alberga, P. D. James, en cambio, creía que él era un «buen actor, pero no mi Dalgliesh». Para empezar, Dalgliesh tenía una abundante cabellera (y Marsden no) y no tenía bigote (y Marsden sí). Y, por otra parte, la baronesa James (que alguna vez dijo en una entrevista: «Puedo escribir sobre otros ambientes si es necesario, pero por lo general mis asesinos son, ante todo, personas respetables, personas de clase media-alta») siempre estaba muy preocupada –«you know»– por «todo este asunto de la “clase”». Así, «Dalgliesh», decía, por ejemplo, la baronesa James, «no vestiría ciertas prendas que sí usa Roy [Marsden], ni llevaría el anillo en el dedo equivocado, ni hubiera conversado jamás con la señora Ursula Berowne con las manos metidas en los bolsillos, como él [Roy Marsden] lo hizo».

A menudo se ha señalado la profundidad cerebral y la sensibilidad emocional del poeta e introspectivo detective Adam Dalgliesh, melancólico héroe de casi todas sus novelas. Su intención con Adam Dalgliesh, declaró P. D. James al crítico y escritor británico Julian Symons en 1986, fue crear un detective «de un tipo muy diferente al de lord Peter Wimsey, esa especie de gentleman amateur», popularizado por Dorothy Sayers: un policía más real, profesional y experto; pero que fuera, sin embargo, según James, «más que un simple policía, un ser humano complejo y sensible». La baronesa James (supongo que esto se veía venir) pensaba que Adam Dalgliesh era, por así decirlo, «sexy» («Yo nunca», afirmó en otra ocasión, hablando del tema con un periodista, «podría enamorarme de un hombre guapo pero estúpido»). La fórmula del atractivo de su bien vestida y misteriosa criatura es embriagante pero fría: «Hay un cubo de hielo en su personalidad», indicó también en alguna entrevista. No es, ninguna de estas, la más rara de sus declaraciones sobre su inspector «on the rocks»: «Tal vez Adam Dalgliesh sea la versión ideal de lo que me hubiera gustado ser si yo hubiera nacido hombre», reflexionó en otra ocasión pública la célebre baronesa («y tal vez», cabe añadir, «esa última declaración si haya sido la más rara»).

Uno de los colegas literarios de P. D. James, el joven escritor escocés de novela policíaca Ian Rankin (actualmente muy popular en el Reino Unido por las aventuras policiales de su alter ego en la ficción, el inspector John Rebus), ha sido uno de los primeros narradores británicos que han dado declaraciones públicas en homenaje a la desaparecida novelista al conocerse la noticia de su fin: «Cada momento que pasé con ella fue una alegría. Intelecto afilado, agudo ingenio. Se la va a echar mucho de menos», escribió en su cuenta de Twitter. Otro de los amigos de P. D. James que en estos días han hablado con la prensa, el reverendo Michael Hampel, maestro de capilla de la Catedral de San Pablo, dijo, por su parte, de la escritora: «Era una mujer de inteligencia penetrante y chispeante humor, y cuantos la conocimos podemos considerarnos privilegiados por ello».

La baronesa James es, definitivamente, una de las escritoras policiales del Reino Unido más apreciadas por varias generaciones de lectores. Sus editores de toda la vida, los señores del sello Faber and Faber –cuya página web enluta hoy un banner in memoriam con la imagen de la extinta escritora y la leyenda: «P. D. James (1920-2014)»– comunicaron el jueves, al conocerse el final de la escritora: «Es difícil expresar nuestra profunda tristeza por la pérdida de P. D. James, una de las más grandes plumas del mundo y una autora de Faber desde su primera publicación en 1962. Es un privilegio publicar sus extraordinarios libros. El tiempo en el que trabajamos con ella fue el mejor de los tiempos, un tiempo lleno de alegría. La vamos a extrañar terriblemente».

juliansorel20@gmail.com

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