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Y está muy bien que sea así.
Ello, sin embargo, no impide que podamos cambiar de manera de pensar o, como en mi caso, que sigamos pensando más o menos lo mismo hasta hoy, pero que tengamos que rendirnos ante la evidencia de que, por algo, la gente sigue buscando respuestas a sus reclamos y expectativas por fuera de la clase política tradicional.
En mi caso particular, no solo lo escribí y firmé responsablemente hace seis años aquella opinión —que hoy se recuerda con renovada devoción e intensidad—, sino que también la reafirmé claramente en ocasión de mi primera declinación a la candidatura ofrecida en el transcurso del año pasado. En ese momento dije en el punto uno de un comunicado que: “Sigo considerando que la clase política debe hallar los mecanismos idóneos para generar sus propias candidaturas”.
Por lo tanto, no hacía falta alguna buscar hasta el 2006 para descubrir mi manera de pensar, como si se tratase del flagrante hallazgo de un grave hecho delictivo, celosamente guardado como un secreto inconfesable. En realidad, todas mis bitácoras están por suerte en la red y muchas otras que no han sido lastimosamente objeto de spameo hablan de temas como la reforma agraria, la desesperante inequidad de nuestra sociedad, el grave problema de las adicciones o la necesaria lucha por una mayor justicia social en nuestro país.
Lo que hoy no puedo dejar de ver y admitir es que la sociedad sigue enviando fuertes mensajes de sincera expectativa hacia el surgimiento de posibles candidatos que no tengan ninguna vinculación con la formación política partidaria tradicional. Nuestro deber como ciudadanos es saber leer esos mensajes y dejar que cada uno los interprete como mejor le parezca. Al fin y al cabo, el sistema democrático mediante el voto universal permite que la gente tome la decisión acorde con su soberano parecer.
Es curioso que un artículo despierte tanta polémica. Pero al mismo tiempo es gratificante. La discusión de ideas siempre será enriquecedora. La discusión de personas no conduce más que a las descalificaciones particulares que no construyen camino alguno en nuestra fragmentada sociedad. Y por último: qué bueno ser acusado de incoherencia intelectual y no, por ejemplo, de algún ilícito financiero o de haber perjudicado a otras personas con el afán de llegar hasta el lugar que uno hoy modestamente ocupa en el reconocimiento de la gente.