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"Corría el año 1915 (Presidencia de don Eduardo Schaerer) cuando los matutinos informaron con gran resalto en sus páginas de un horrendo crimen cometido en la capital: Gastón Gadín, de unos 18 años, hijo único de un matrimonio francés, que vivía en el barrio Villa Morra, en una veraniega residencia tipo corredor yeré y que con la totalidad del patio ocupaba una manzana, muy bien arbolada; allí vivía también el peón Cipriano León (es la actual Casa Cuna Dr. Carlos Santiviago, que al no tener los Gadín otros descendientes, quedó en manos del Estado).
El asesinato fue planeado por el hijo Gastón y ejecutado por León. Se consumó durante la noche. Se supone que el matrimonio dormiría profundamente, cuando León, con un hacha, prácticamente destrozó el cráneo de ambos (en realidad, el padre llegó a poco de ser asesinada su esposa, corriendo la misma suerte).
El joven Gadín tenía una novia (no se mencionó nombre) y al parecer el padre de Gastón se mostró insensible ante los requerimientos de dinero para que el hijo pudiera llevar al altar a la novia (todos católicos, según comentarios de la época).
En esa época, ya funcionaba el Tribunal de Jurados, ubicado en el Tribunali (el Tribunal Guasu, funcionaba en el local que actualmente ocupa el Ministerio del Interior) . Las crónicas mencionadas no dijeron nada al respecto. Es cuestión de hurgar en los archivos. Pienso que sí, que fueron juzgados; que los jurados -eran 12- por mayoría votaron con bolillas negras. De cualquier modo, el Presidente habría firmado la ejecución, pues ya figuraba en la Constitución de 1870, en vigencia. Esa atribución creo que decía algo así: firmar las sentencias dictadas de acuerdo a las leyes en vigencia, pudiendo perdonar al reo.
Lo que recuerdo vivamente era que tenían que ser ejecutados en la Cárcel Pública, ubicada en esa época al borde del barranco del río (bahía) y que, ahora con edificio ya derrumbado, es patio de recreo del Colegio de la Providencia.
Para llegar a la entonces Cárcel Pública, se bajaba por la calle Yegros, se pasaba por detrás de la Catedral y luego, antes de llegar al barranco del río, se doblaba a la derecha, en una callejuela en donde estaba un grueso portón de hierro. Entrada única.
La Guardia Cárcel se encargaba, como su nombre lo indica, de custodiar a los presos. El edificio principal de la Guardia Cárcel constituía la mitad del lado Este del actual Departamento Central de Policía. El jefe era el mayor Alonso o Aponte, oficial no egresado de la Escuela Militar. Las tropas eran reclutadas.
En la cárcel estaban alojados los presos, y muchos de ellos del interior del país no tenían ni procesos. Desayunaban cocido con 2 ó 3 galletas secas cada uno. Almorzaban locro con algunos contados zoquetes de carne vacuna y, eso sí, muchos cortes de hueso con su caracú en el interior. Eran caldos muy grasosos.
No había ni mandioca, ni batatas. Eso sí, abundaba la fariña, que absorbía gran parte de la grasa, con lo que los presos llenaban el estómago. Eran presos con mucha gordura y por supuesto el patio en donde estaban casi hacinados no les daba lugar ni siquiera para trotar.
Continuando con la narración de la Cárcel Pública y el fusilamiento, debo manifestar que el día que los reos Gadín y León tenían que ser ejecutados en el patio de la Cárcel, fue anunciado por los periódicos y, por supuesto, buena parte de la población (Asunción contaba entonces con unos 50 a 60 mil habitantes).
El fusilamiento se anunció para las 2:30 ó 3:00 P.M. Para esa hora estaba yo, con la muchachada (los mitaíces) de entonces, ávidos de ocupar un lugar. Los guardia cárceles no permitían traspasar los límites de la Plaza de Armas, frente a la Catedral.
A la hora citada, escuché una descarga cerrada (onomatopéyicamente diría, fue un crack), seguido de un segundo disparo, que sería el de gracia, hecho por el oficial que comandaba el pequeño pelotón (4 soldados, dos arrodillados adelante y dos parados atrás), que dispararon con fusiles Máuser. Según relatos de los que presenciaron el fusilamiento, el jefe del pelotón ordenó ¡Carguen, apunten... En ese momento, Gadín gritó: ¡Tiren hijos de puta...! ...¡Fuego! Fue la orden final y así concluyó un trágico capítulo que en su momento conmovió a la ciudadanía asuncena de las primeras décadas del siglo: el asesinato del matrimonio Gadín y posterior fusilamiento de los culpables, Gastón Gadín y Cipriano León. Después de unos minutos apareció por el costado de la Catedral (entre la iglesia y lo que ahora es la Universidad Católica) un carrito tirado por dos mulas, llevando al trote dos cajones de madera rústicamente preparados. Enfiló el carrito por la calle El Paraguayo Independiente, pasando frente al Palacio de Gobierno, doblando luego por Colón hasta la Avenida Carlos Antonio López, por donde se dirigió hasta el cementerio del Mangrullo. Nosotros los mitaíces íbamos detrás al trote y notamos que del carrito salía sangre que iba manchando el negro basalto.
Años después, me enteré por publicaciones de la época, de que al removerse las tumbas del Mangrullo para transformarlo después en Parque, encontraron el cuerpo de Gastón Gadín sin cabeza. ¿Qué pasó? Los sepultureros del Mangrullo estaban siempre en contacto con el Rapai, el encargado del anfiteatro del Hospital de Clínicas, que no estaba lejos, y naturalmente trataban de conseguir buenos cráneos, es decir, enteros y con buena dentadura. Claro, Gastón Gadín, joven, de 18 años, sano, fuerte, siempre bien alimentado, tenía un cráneo ideal para los estudiantes de Medicina...".
El asesinato fue planeado por el hijo Gastón y ejecutado por León. Se consumó durante la noche. Se supone que el matrimonio dormiría profundamente, cuando León, con un hacha, prácticamente destrozó el cráneo de ambos (en realidad, el padre llegó a poco de ser asesinada su esposa, corriendo la misma suerte).
El joven Gadín tenía una novia (no se mencionó nombre) y al parecer el padre de Gastón se mostró insensible ante los requerimientos de dinero para que el hijo pudiera llevar al altar a la novia (todos católicos, según comentarios de la época).
En esa época, ya funcionaba el Tribunal de Jurados, ubicado en el Tribunali (el Tribunal Guasu, funcionaba en el local que actualmente ocupa el Ministerio del Interior) . Las crónicas mencionadas no dijeron nada al respecto. Es cuestión de hurgar en los archivos. Pienso que sí, que fueron juzgados; que los jurados -eran 12- por mayoría votaron con bolillas negras. De cualquier modo, el Presidente habría firmado la ejecución, pues ya figuraba en la Constitución de 1870, en vigencia. Esa atribución creo que decía algo así: firmar las sentencias dictadas de acuerdo a las leyes en vigencia, pudiendo perdonar al reo.
Lo que recuerdo vivamente era que tenían que ser ejecutados en la Cárcel Pública, ubicada en esa época al borde del barranco del río (bahía) y que, ahora con edificio ya derrumbado, es patio de recreo del Colegio de la Providencia.
Para llegar a la entonces Cárcel Pública, se bajaba por la calle Yegros, se pasaba por detrás de la Catedral y luego, antes de llegar al barranco del río, se doblaba a la derecha, en una callejuela en donde estaba un grueso portón de hierro. Entrada única.
La Guardia Cárcel se encargaba, como su nombre lo indica, de custodiar a los presos. El edificio principal de la Guardia Cárcel constituía la mitad del lado Este del actual Departamento Central de Policía. El jefe era el mayor Alonso o Aponte, oficial no egresado de la Escuela Militar. Las tropas eran reclutadas.
En la cárcel estaban alojados los presos, y muchos de ellos del interior del país no tenían ni procesos. Desayunaban cocido con 2 ó 3 galletas secas cada uno. Almorzaban locro con algunos contados zoquetes de carne vacuna y, eso sí, muchos cortes de hueso con su caracú en el interior. Eran caldos muy grasosos.
No había ni mandioca, ni batatas. Eso sí, abundaba la fariña, que absorbía gran parte de la grasa, con lo que los presos llenaban el estómago. Eran presos con mucha gordura y por supuesto el patio en donde estaban casi hacinados no les daba lugar ni siquiera para trotar.
Continuando con la narración de la Cárcel Pública y el fusilamiento, debo manifestar que el día que los reos Gadín y León tenían que ser ejecutados en el patio de la Cárcel, fue anunciado por los periódicos y, por supuesto, buena parte de la población (Asunción contaba entonces con unos 50 a 60 mil habitantes).
El fusilamiento se anunció para las 2:30 ó 3:00 P.M. Para esa hora estaba yo, con la muchachada (los mitaíces) de entonces, ávidos de ocupar un lugar. Los guardia cárceles no permitían traspasar los límites de la Plaza de Armas, frente a la Catedral.
A la hora citada, escuché una descarga cerrada (onomatopéyicamente diría, fue un crack), seguido de un segundo disparo, que sería el de gracia, hecho por el oficial que comandaba el pequeño pelotón (4 soldados, dos arrodillados adelante y dos parados atrás), que dispararon con fusiles Máuser. Según relatos de los que presenciaron el fusilamiento, el jefe del pelotón ordenó ¡Carguen, apunten... En ese momento, Gadín gritó: ¡Tiren hijos de puta...! ...¡Fuego! Fue la orden final y así concluyó un trágico capítulo que en su momento conmovió a la ciudadanía asuncena de las primeras décadas del siglo: el asesinato del matrimonio Gadín y posterior fusilamiento de los culpables, Gastón Gadín y Cipriano León. Después de unos minutos apareció por el costado de la Catedral (entre la iglesia y lo que ahora es la Universidad Católica) un carrito tirado por dos mulas, llevando al trote dos cajones de madera rústicamente preparados. Enfiló el carrito por la calle El Paraguayo Independiente, pasando frente al Palacio de Gobierno, doblando luego por Colón hasta la Avenida Carlos Antonio López, por donde se dirigió hasta el cementerio del Mangrullo. Nosotros los mitaíces íbamos detrás al trote y notamos que del carrito salía sangre que iba manchando el negro basalto.
Años después, me enteré por publicaciones de la época, de que al removerse las tumbas del Mangrullo para transformarlo después en Parque, encontraron el cuerpo de Gastón Gadín sin cabeza. ¿Qué pasó? Los sepultureros del Mangrullo estaban siempre en contacto con el Rapai, el encargado del anfiteatro del Hospital de Clínicas, que no estaba lejos, y naturalmente trataban de conseguir buenos cráneos, es decir, enteros y con buena dentadura. Claro, Gastón Gadín, joven, de 18 años, sano, fuerte, siempre bien alimentado, tenía un cráneo ideal para los estudiantes de Medicina...".