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La sicóloga Gabriela Casco Bachem identifica dos roles muy frecuentes: uno, muy permisivo y otro, con estricta disciplina. ¿Dónde está el justo equilibrio? Antes de responder, la profesional realiza un análisis sobre cómo fue sufriendo cambios el papel del padre. “Actualmente, muchos se cuestionan la forma de educar a sus hijos, porque la función paterna sufrió cambios subjetivos y objetivos a raíz de la crisis por la que atraviesa la estructura familiar. A nivel subjetivo, los cambios de valores y modelos en la conformación familiar hacen que el padre se cuestione sobre su función, porque perdió certezas y las creencias con las que fue criado ya no le sirven, lo que resulta en inseguridad sobre su rol, duda sobre su capacidad de transmitir valores y modelos y/o deserción”, expresa Casco.
A nivel objetivo –continúa– la crisis económica lo arroja a la inestabilidad laboral, con temor de no poder sostener a su familia, en la que, a pesar de la igualdad de género –la mujer también aporta–, el hombre sigue sintiendo más presión al momento de mantener y, a veces, al no cumplir con las expectativas de un mundo cada vez más consumista, se encuentra devaluado en su autoestima y, víctima del contexto social, se siente desplazado. Más aún “compitiendo” con internet, que, simbólicamente, ocupó su lugar: el de dar respuestas a sus hijos, volviéndolo aún más dispensable, ya que si antes teníamos una duda, le preguntábamos a papá, pero hoy las respuestas las tiene Google.
Así, el padre actual se encuentra confundido al momento de educar a los hijos y aparecen algunos síntomas: o se “maternaliza”, y es muy permisivo y “malcriador”, como buscando desesperadamente una forma de aprobación, o el otro extremo: se vuelve autoritario, exigiendo respeto a través del miedo o la extorsión emocional desde un lugar de poder; ambas situaciones lo alejan de su identidad.
El justo equilibrio
El equilibrio, dice la sicóloga, se encuentra en fortalecer la identidad. “Asumir la paternidad es un acto de voluntad personal; es una decisión, comprensión y dimensión de la tarea. El hombre que se compromete con amor y dedicación a enseñar a sus hijos el camino de la vida es quien va a criar en equilibrio, ya que en el caso del padre (es decir, de la función paterna) su misión no es la más fácil ni complaciente, pero sí la más importante, porque es la de introducir a los hijos al mundo del lenguaje, entiéndase al mundo de las normas y leyes, puesta de límites y proyectos a futuro ligados a un ideal del yo”.
Rescata una frase del padre del sicoanálisis, Sigmund Freud, que dice lo siguiente: “No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre”. En este punto, la profesional explica que el rol materno es el que sostiene y configura emocionalmente a los hijos, y el paterno es el que nos invita a conocer el mundo y su “manejo” (independientemente de quien cumpla la función paterna: hombre, mujer, madre, padre, tíos o abuelos, ya que, por ejemplo, muchas madres solteras tienen que desdoblarse entre ser tiernas y exigentes al criar solas a sus hijos, siendo madre y padre a la vez, lo cual cuesta sostener o crea sentimientos ambivalentes en el niño).
Firmeza con amor
Ahora bien, la vida misma insta a tener disciplina, orden, preparación y perseverancia si se quiere formar parte de una sociedad y realizar los sueños u objetivos; todo esto se logra educando con firmeza, pero con amor. Por ejemplo, afirma Casco, si a un padre le da pena que su hijo se despierte temprano y le hace faltar al colegio, buscando “amor” en esa permisividad, en realidad, en esa compasión disfrazada de amor le está haciendo un daño tremendo, aunque el niño no lo sabe.
Por otro lado, un padre que exige y amenaza a su hijo con despertarse temprano “porque él lo dice” abusa de autoridad y el niño obedece sin entender por qué. En ambos casos es víctima de la ignorancia sobre sí mismo y sus responsabilidades, lo cual lo atrofia. En cambio, un padre que explica a su hijo por qué debe cumplir con sus deberes y le acompaña en su frustración es alguien que pone palabras al motivo del malestar de su hijo, a sus cuestionamientos naturales, su rebeldía, pero sin claudicar, sosteniendo con firmeza lo que tenga que hacer o aprender, pero con la consideración de las explicaciones y palabras; actitud ligada a una madurez emocional.
Dice al respecto el sicoanalista francés Eric Laurent: “Hay que impulsar a los niños a respetarse a sí mismos, no abandonarlos, hablarles más allá de la prohibición. Hablarles de una manera tal que no sean solo sujetos que tienen que entrar en estos discursos de manera autoritaria”.
Un ejemplo, citado por Casco, es el padre de las hermanas y campeonas de tenis Venus y Serena Williams, quien dedicó su vida a que ambas impongan la excelencia en el tenis femenino dentro de un deporte dominado, en ese momento, por hombres y blancos. En un documental sobre la vida de las hermanas, la productora comenta: “Richard Williams trazó un plan maestro y animó a sus hijas desde pequeñas a que se dedicaran a la raqueta de forma profesional, porque, basándose en sus particulares entrenamientos y su máxima exigencia, estaba convencido de que serían las mejores del mundo. Nunca las forzó a elegir el tenis. Les dio libertad, pero siempre les dijo que serían las número uno”.
En este caso, con exigencia, amor, reconocimiento y aspiración lograron metas increíbles, y esa convicción de exigir, dirigir y orientar con amor, sin culpa, es la que hace que la relación con el padre sea prodigiosa para los hijos; no un padre amigo que nos deja hacer y decidir todo lo que queramos sin pensar en el futuro. Eso no es amor, es más bien comodidad. El padre debe pensar más allá de las emociones circunstanciales de la vida, de ser “el bueno o el malo de la película” y, por sobre todas las cosas, hacerle sentir a cada uno de sus hijos que cree en su potencial, así podrán lograr un lazo indestructible y rico en réditos personales y espirituales, autoestima sana, realización personal y profesional, y convicción en sí mismos.
Resumiendo, criar y educar a los hijos es, probablemente, la tarea más importante que se cumple en la vida. Entonces, busque encontrar el justo equilibrio. Brinde amor y cariño, pero también normas y disciplinas. El diálogo es fundamental, así como explicar el porqué de las pautas y los castigos. Escuchar con interés sus opiniones. Volvemos a enfatizar lo dicho por Laurent: “Hablarles de una manera tal que no sean solo sujetos que tienen que entrar en estos discursos de manera autoritaria”. Finalmente, promueva que su hijo sea un ser autónomo y autosuficiente, prepárelo para enfrentar la vida. En fin, sea para su hijo el cambio que quiere ver en el mundo.
Agradecimientos: David Portillo Bianciotto y Fabricio Elías Portillo Báez.
ndure@abc.com.py
Fotos ABC Color/Gustavo Báez.