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Tras haber dejado su marca en populares agrupaciones como Los Abuelos de la Nada –en los 80– y Los Rodríguez –ya en los 90–, el autor escribió y reescribió su historia con canciones a base de sangre y sudor, registradas en álbumes como Alta suciedad (1997), Honestidad brutal (1999), el quíntuple El salmón (2000), La lengua popular (2007), On the rock (2010) y, más recientemente, Bohemio (2013).
En medio de todo eso, se permitió la osadía de interpretar tangos en discos como El cantante (2004) y Tinta roja (2007) o colaboraciones magistrales como en El palacio de las flores (2006), grabado mano a mano junto a Litto Nebbia.
Este año, Calamaro vuelve al ruedo con un puñado de diez canciones producidas por Cachorro López, las que traerá a Paraguay el próximo 16 de noviembre en el Yacht y Golf Club Paraguayo. El autor aprovecha y rinde tributo a Luis Alberto Spinetta en Belgrano, mientras se baña de nostalgia y pide perdón en canciones como Tantas veces, ironiza en Rehenes o registra una crónica oscura en Plástico fino. Esta vez, sin embargo, el cantante decidió no grabar instrumentos, para volcar toda su energía en la voz.
-En los tracks de Bohemio redescubrimos –además del autor, claro– al Andrés Calamaro intérprete, el de la “voz cantante”. ¿Fue su deseo enfocarse en interpretar, más allá de producir o ejecutar instrumentos?
-Siempre tengo que enfocarme en interpretar como “voz cantante”. Ahora, en las giras, mucho más. Estoy siempre viajando y tengo que cantar dos horas intensas e importantes. En las grabaciones, las voces se graban aisladas de los instrumentos. Da igual qué instrumentos toque; el proceso de grabar el canto siempre es aislado, separado de los instrumentos. Parecido al cine, puedo cantar las canciones gradualmente, intentarlo varias veces, corregirme. En los recitales hay que estar entero y la exigencia es mucha durante dos horas. La decisión de Bohemio fue involucrar a los músicos que ensayaban conmigo (que son los que van a Paraguay), porque grabaron casi todo el disco ellos con lujo de detalles y un hermoso colorido. Nunca dejé de tocar instrumentos, pero quise invitar a mis camaradas a grabarlos en el disco; en este último año y medio toqué muchísimas cosas: guitarras de blues, bajo, piano… en mis grabaciones particulares, también en ensayos y recitales.
-Las canciones, como acostumbra, están bañadas en letras punzantes, venenosas a veces, pero luminosas y optimistas al fin… ¿Le incomoda que el público o la crítica busque (o encuentre) situaciones biográficas en sus canciones?
-No es que me incomode, es que no tiene sentido; no es la forma de escuchar música, no hay que tratar de entender nada. A veces hay que vivir para entender las cosas. El público puede conocer mis canciones (en el mejor de los casos) pero a mí no me conocen, ni se imaginan lo que yo hago con mi vida porque supera la imaginación de la mayoría. Nadie entiende las letras de Los Beatles y se enfocan en las mías, pero no ven más allá de la pantalla táctil de sus teléfonos celulares. Las canciones pueden ser autobiográficas o mentir, la fantasía está permitida en el ámbito artístico; además de los episodios inconfesables que merecen ese estatus discreto.
-Plástico fino, uno de los momentos más inspirados del álbum, propone una filosofía sobre el tiempo y las canciones. ¿Cómo vive un compositor el paso del tiempo y la contemplación de sus obras?
-Mejor no explico la letra de Plástico Fino; es un texto que no tiene nada de metafórico, aunque lo parece. Esta canción está gustando mucho, pero supera lo que la tibia moral de la mayoría estaría dispuesta a tolerar. Plástico Fino es un episodio al final de la noche. Frente a mi obra no soy contemplativo; recuerdo el último concierto y voy a pensar en el próximo después de descansar un par de días, pensando en otra cosa. Nunca escucho mis discos ni me doy demasiada importancia, pero vivo de esto y respeto al oficio y a mis camaradas.
-Los “amigos ausentes” vuelven a ocupar un lugar importante en su cancionero. Es el caso de Belgrano, un emotivo homenaje a Spinetta. ¿Recuerda alguna anécdota especial con Luis Alberto que lo emocione?
-Belgrano (que es un barrio de Buenos Aires) tiene que sostenerse, aun sin conocer la obra y el carisma de nuestro querido artista Luis Spinetta. Fue una entrañable persona, un mentor y un compañero, además de una inspiración. Si no le hubiera tratado en persona, lo hubiera querido con la misma intensidad; nunca perdí la fascinación por el artista y la obra.
Aun así, esta canción tendrá que trascender este profundo dato anecdótico. En Argentina, Spinetta significa mucho en la “grey” del rock cultural, pero en otros países lejanos quizás escuchen primero la canción, sin haber escuchado la obra que dejó este gran hombre. Así es la vida.
-Cachorro López vuelve a tomar las riendas de su producción, a seis años de La lengua popular. En aquella oportunidad, López inició sus tareas en la búsqueda de un sonido específico y le pidió componer especialmente. ¿Cómo trabajaron, esta vez, las canciones?
-Esta vez tuvimos canciones de sobra, Cachorro quería reproducir el sonido de mis “maquetas”, que son bastante completas, pero accedió a grabar con mis compañeros y quedamos encantados con el resultado. Cachorro controla cada aspecto de la grabación, la estructura de las canciones, los instrumentos, las letras, el sonido… Es exigente pero divertido. La diferencia con La lengua popular es un concepto uniforme en los colores instrumentales, los ritmos y el espíritu de las canciones a lo largo del disco.
-En el año 2000 editaba El Salmón, una inédita edición quíntuple tan amada como incomprendida por cierto público. Hoy, trece años después, comparte gratis y online unos 2000 mash-ups. ¿El exceso compositivo responde a una necesidad de “catarsis” musical, como respuesta a los moldes de la industria o ambos?
-Somos independientes y no hay necesidad de responder a los moldes de la industria, pero Bohemio (con sus diez canciones) activa los resortes del colectivo discográfico, y cualquiera prefiere trabajar con un disco bueno como es este. Los discos no son rentables, no los hacemos por dinero; pero vale la pena tener los motores en marcha. Y para mí es el repertorio que sigue atravesando el viento. Considero que los músicos tenemos que estar por delante de la opinión del público y de la crítica; la música la hacemos nosotros. El exceso es otra cosa; subimos a demasiados aviones, nos trasladamos continuamente, dormimos una noche en una ciudad distinta, y siempre queremos estar impecables y cantar bien. No soy un compositor frenético, si hay algo mejor que hacer lo hago.
-Las ironías vuelven con Doce pasos, escrita junto al “Cuino” Scornik. Parte de la letra dice: “No sé si tengo lo que quiero, no sé si quiero lo que tengo”. ¿Confesaría qué tiene Andrés que no quiere, y qué podría querer y no tiene?
-Me gusta mucho mi vida.
jorge.coronel@abc.com.py