Un asesinato que condujo a la guerra con Bolivia

Hace 89 años, un día como hoy, era asesinado por soldados bolivianos el Tte. Adolfo Rojas Silva, en las proximidades del Fortín Sorpresa. El grave incidente fue utilizado en la época para forzar la defensa del Chaco, invadido por el enemigo. El poeta Emiliano R. Fernández utilizó su genialidad para llamar a la movilización y vengar el cobarde asesinato.

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Adolfo Marcial Rojas Silva nació en Asunción el 22 de febrero de 1906. Sus padres fueron Liberato Rojas y Susana Silva. Su padre don Liberato era de profesión agrimensor. Fue presidente de la República provisional entre 1911 y 1912. Rojas Silva inició sus estudios primarios en 1911 en el Colegio San José. Por motivos políticos su padre tuvo que abandonar el país con su familia (su esposa Susana y los hijos Adolfo, Hermógenes y Julio Arístides) para ir a radicarse en Montevideo, donde Adolfo continuó sus estudios. A la muerte de su padre, el 22 de agosto de 1922, su familia decide retornar a Asunción en enero de 1923.

Con 17 años ingresa como cadete en la Escuela Militar de Asunción. El 25 de enero de 1927 fue comisionado al Chaco como jefe de los fortines Presidente Ayala y Comandante Orihuela, con una dotación de 32 hombres, 15 para el fortín Presidente Ayala y 17 para Orihuela. Su misión era elaborar un programa de acción y telegrafiar permanentemente al Comando. A escasos días de haberse hecho cargo, tuvo noticias de que al Suroeste merodeaban “cuatreros”, que serían: “abigeos o patrulla boliviana”. Organizó un patrullaje con dos baqueanos indígenas maka. Le acompañaron 17 soldados bien pertrechados.

Llegaron hasta la orilla del río Confuso (zona de Presidente Hayes), que estaba desbordado. El 22 de febrero, aproximadamente a las tres de la tarde, bordean el río Confuso, y no encontraron nada. La misma tarea realizaron el día 23. El 24 de febrero de 1927, siendo aproximadamente a las ocho de la mañana, se escucha rumbo Oeste, el estampido de un arma de fuego. Rojas Silva ordena a los soldados Remigio Argüello, Isabelino Chaparro, Fermín González y al baqueano maka, que se apresten para acompañarlo hacia donde sonaron los tiros de fusil. Antes de partir dispuso, que si en 24 horas no retornaban, debía iniciarse su búsqueda y la de los acompañantes.

A una distancia de más o menos dos horas a caballo, encontraron a un grupo de ocho tropas bolivianas refrescándose en las aguas del Confuso. Grande fue la sorpresa de los bolivianos al ver a los soldados paraguayos a caballo y armados, y ellos desnudos y sin armas.

Rojas Silva les preguntó si estaban cerca de algún fortín boliviano, a lo que contestaron “que sí”. La segunda pregunta fue quién lo comandaba y respondieron que estaban al mando de un capitán y un teniente.

Un asado y la traición

Transcurrieron las horas hasta que se presentó ante los soldados paraguayos una tropa boliviana que les invitó a ir al Fortín Sorpresa, comandado por el boliviano capitán Antonio González, quien ordenó a Rojas Silva y a su tropa a pasar a la Cuadra del Cuartel para aplacar el apetito con un rico venado asado. Después de comer, esperaron cierto tiempo para ir a buscar sus fusiles y cuán grande fue la sorpresa que ya no estaban en el lugar donde los dejaron. El oficial paraguayo se apersonó donde estaba el capitán González preguntando si él y su tropa se encontraban como prisioneros. El oficial boliviano dijo que no, pero que sí estaban en carácter de detenidos.

Rojas Silva dijo en guaraní a los soldados que si no les daban la libertad, se irían del fortín de cualquier manera al día siguiente. Aproximadamente a las dos de la tarde del 25 de febrero, Rojas Silva se apersonó nuevamente al Cap. González y le manifestó que ya esperaron mucho y en vista de que no llegaba una orden boliviana, decidió abandonar el fortín porque tenía tropa que le esperaba, con órdenes precisas de que si no retornaba, debería ir a su búsqueda. En eso llega la orden de la Comandancia boliviana.

El Cap. González lee la comunicación de que no se disponía su libertad. Rojas Silva ordenó a los otros miembros de su tropa abandonar el lugar y los bolivianos armados con fusil rodearon a los paraguayos. Luego de un forcejeo, Rojas Silva y el soldado Argüello lograron escapar, no así los otros dos acompañantes.

Al rato de la huida, una patrulla boliviana salió en persecución de ellos. Después de una hora, la patrulla llega al lugar donde los paraguayos estaban escondidos. Rojas Silva le preguntó qué iban a hacer con ellos. Los bolivianos gritaron para comunicar a los demás dónde estaban los paraguayos. Rojas Silva y su acompañante reaccionaron para callarlos. Alertada por los gritos, la patrulla boliviana abrió fuego sobre los paraguayos. Rojas Silva le contestó que no iban a rendirse. Los bolivianos volvieron a disparar sin dar en el blanco. Uno de los soldados se adelantó y desde muy cerca disparó contra el Tte. Rojas Silva, quien sin proferir palabra, cae abatido, un 25 de febrero de 1927, hace 89 años. Fue el asesinato de un gran patriota, hijo de un presidente, que entregó su vida por la patria en el Chaco. No como otros descendientes de mandatarios que solo se dedicaron al tráfico de influencias. Aquella brutal muerte inspiró al poeta Emiliano R. Fernández a escribir una canción que llamaba a vengar aquel cobarde derramamiento de sangre y a defender el Chaco.

Fuente: Monumento Histórico Salón de Bronce, Cap. Hugo Alba Melgarejo.

avelazquez@abc.com.py

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