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Rodeados del dolor, cariño y respeto de la ciudadanía paraguaya, fueron conducidos al Cementerio de la Recoleta, uno tras otro, los diez ataúdes que guardaban los restos mortales de los estudiantes caídos frente al Palacio de Gobierno. Pocos días después fue muerto Epifanio Vázquez, jefe de la automática instalada en la terraza del Palacio, llevando a la tumba informaciones vitales.
En momentos actuales, en que las circunstancias hacen que tornemos a revivir este pasado no muy lejano, debemos preguntarnos si no nos volverá a ocurrir lo mismo, en el sentido que mientras nuestros delegados estaban dialogando amigablemente con los representantes bolivianos, durante una Conferencia de Paz, convocada en Washington, y mientras los del altiplano nos daban las más enfáticas promesas de que sus intenciones eran pacíficas, nuestros enviados recibieron un telegrama, en el que se les informaba que Bolivia había comenzado la Guerra el 15 de junio de 1932 al atacar el Fortín Carlos A. López y pasar a cuchillo a su guarnición, por lo que debían suspender las negociaciones.
Nuestra delegación, sorprendida, debió levantarse y abandonar apresuradamente aquella farsa. La gran mayoría de los estudiantes se alistaron como voluntarios y marcharon, sin dilaciones, a pelear en las trincheras del frente de batalla. El Colegio Internacional, el San José y el Nacional de la Capital conservan los nombres de sus ex alumnos muertos en combate. La sencilla placa rememora los vibrantes sentimientos que empujaron a estos jóvenes a ofrendar sus vidas por defender a la patria.
Tras épicos sacrificios obtuvimos una resonante victoria al final de tres años de ardua contienda.
Se llevó a cabo posteriormente una Conferencia de Paz, en Buenos Aires.
Nuestro jefe de delegación era el doctor Jerónimo Zubizarreta, quien se retiró indignado ante la posición que se estaba asumiendo, y se quedo Efraín Cardozo como ejecutor principal de las tratativas y terminaba el Paraguay por ceder a Bolivia gran parte del territorio que nos correspondía.
La patria enlutada cobijó en el regazo de aquel Chaco en llamas a sus hijos caídos en la refriega. Se dio el contrasentido, de que, después de una guerra victoriosa, cedimos límites territoriales al enemigo. Es lógico que los bolivianos estén convencidos y enseñen en sus escuelas, que nos ganaron la Guerra.
¿Qué se inculca en nuestras escuelas? ¿Qué se inculca en las del altiplano?
¿Tiene nuestra juventud el patriotismo de aquella del 23 de octubre de 1931?
¿Qué valores manejan hoy nuestros estudiantes? Las palabras Honor, Patria, Libertad, ¿tienen algún sentido para ellos? ¿Diríamos que la nervadura de la sociedad paraguaya se basa en valores morales y éticos y los transmite a los jóvenes? De no ser así, ¿qué futuro nos aguarda? Si ahora las ambiciones bolivianas están puestas nuevamente sobre el territorio de nuestro Chaco, revisemos los libros de historia y saquemos enseñanzas útiles, para que no se vuelvan a repetir tan trágicos sucesos.
Los 30.000 ausentes, caídos en los ardientes arenales chaqueños, así lo demandan.