Aquel sangriento 23 de octubre de 1931

Se cumplieron 76 años de un deplorable acontecimiento que tiñó con sangre inocente la explanada del Palacio de López, cuando una pacífica manifestación estudiantil, reclamando medidas concretas para la defensa del Chaco, fue injustamente reprimida a balazos, desde la terraza de la sede gubernativa, en tiempos de la hegemonía liberal.

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Las ametralladoras emplazadas sobre la terraza del Palacio de López dejaron oír su tableteo siniestro, se hacía fuego sobre las espaldas de los que huían y sobre los que intentaban socorrer a los heridos. En tanto el presidente José P. Guggiari se hacía responsable del atentando, calificándolo de reacción natural, de legítima defensa, la indignación ponía un nudo de angustia en las gargantas. Así, aquel luctuoso 23 de octubre, al frente de millares de estudiantes, obreros, profesores, maestros, empleados y funcionarios, ancianos, mujeres, jóvenes y niños, pueblo en general, marchaban los miembros de la Comisión Directiva del Centro Estudiantil del Colegio Nacional de la Capital, Agustín Avila, César Garay, Riquelme, Fúster, Valle, Gómez, Espínola y otros más, enarbolando altiva la bandera del Centro, que quedó rota, sucia y manchada de sangre.

Rodeados del dolor, cariño y respeto de la ciudadanía paraguaya, fueron conducidos al Cementerio de la Recoleta, uno tras otro, los diez ataúdes que guardaban los restos mortales de los estudiantes caídos frente al Palacio de Gobierno. Pocos días después fue muerto Epifanio Vázquez, jefe de la automática instalada en la terraza del Palacio, llevando a la tumba informaciones vitales.

En momentos actuales, en que las circunstancias hacen que tornemos a revivir este pasado no muy lejano, debemos preguntarnos si no nos volverá a ocurrir lo mismo, en el sentido que mientras nuestros delegados estaban dialogando amigablemente con los representantes bolivianos, durante una Conferencia de Paz, convocada en Washington, y mientras los del altiplano nos daban las más enfáticas promesas de que sus intenciones eran pacíficas, nuestros enviados recibieron un telegrama, en el que se les informaba que Bolivia había comenzado la Guerra el 15 de junio de 1932 al atacar el Fortín Carlos A. López y pasar a cuchillo a su guarnición, por lo que debían suspender las negociaciones.
Nuestra delegación, sorprendida, debió levantarse y abandonar apresuradamente aquella farsa. La gran mayoría de los estudiantes se alistaron como voluntarios y marcharon, sin dilaciones, a pelear en las trincheras del frente de batalla. El Colegio Internacional, el San José y el Nacional de la Capital conservan los nombres de sus ex alumnos muertos en combate. La sencilla placa rememora los vibrantes sentimientos que empujaron a estos jóvenes a ofrendar sus vidas por defender a la patria.

Tras épicos sacrificios obtuvimos una resonante victoria al final de tres años de ardua contienda.

Se llevó a cabo posteriormente una Conferencia de Paz, en Buenos Aires.

Nuestro jefe de delegación era el doctor Jerónimo Zubizarreta, quien se retiró indignado ante la posición que se estaba asumiendo, y se quedo Efraín Cardozo como ejecutor principal de las tratativas y terminaba el Paraguay por ceder a Bolivia gran parte del territorio que nos correspondía.


Fue así como perdimos el Parapití, cuya conquista nos costara miles de muertos. Incontables hogares debieron sufrir el dolor y la ausencia definitiva del padre o del hermano.
La patria enlutada cobijó en el regazo de aquel Chaco en llamas a sus hijos caídos en la refriega. Se dio el contrasentido, de que, después de una guerra victoriosa, cedimos límites territoriales al enemigo. Es lógico que los bolivianos estén convencidos y enseñen en sus escuelas, que nos ganaron la Guerra.

¿Qué se inculca en nuestras escuelas? ¿Qué se inculca en las del altiplano?

¿Tiene nuestra juventud el patriotismo de aquella del 23 de octubre de 1931?

¿Qué valores manejan hoy nuestros estudiantes? Las palabras Honor, Patria, Libertad, ¿tienen algún sentido para ellos? ¿Diríamos que la nervadura de la sociedad paraguaya se basa en valores morales y éticos y los transmite a los jóvenes? De no ser así, ¿qué futuro nos aguarda? Si ahora las ambiciones bolivianas están puestas nuevamente sobre el territorio de nuestro Chaco, revisemos los libros de historia y saquemos enseñanzas útiles, para que no se vuelvan a repetir tan trágicos sucesos.


Los 30.000 ausentes, caídos en los ardientes arenales chaqueños, así lo demandan.

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