Acoso, captura y ocupación de Asunción

En los inicios de 1868, la Guerra de la Triple Alianza llegaba a su definición. Tras la caída de Humaitá, el río Paraguay estaba finalmente libre al tránsito de la flota aliada, en todo su curso. El 20 de febrero de 1868, dos acorazados y un monitor brasileños, tripulación y refuerzo “de 100 plazas de infantería” en cada una de las naves, enfilaron hacia Asunción.

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El jefe de la escuadra, capitán Delphin de Carvalho, llevaba la orden de bombardear la capital paraguaya si no se rendían las fuerzas que la custodiaban. Ya en conocimiento de la caída de la fortaleza, el coronel Venancio López, comandante general de armas, y el vicepresidente Domingo Francisco Sánchez convocaron una “reunión de notables” para el 21. La intención era considerar y eventualmente responder a la emergencia. Esta decisión provocaría no pocas confusiones y centenares de víctimas acusadas de conspiración contra el gobierno y connivencia con el enemigo. A la tarde del día 22, sin embargo, el Mariscal López abortaría cualquier evaluación hecha por los “notables” indicando a Sánchez que lanzara un bando declarando a Asunción “plaza militar” y que todos sus habitantes evacuaran la ciudad.

Esa misma noche y junto a “los miembros de la administración civil”, Sánchez se trasladó a Luque, nueva capital de la República. Toda la población debía seguirlo. Cerca de medianoche, las familias empezaron a abandonar sus casas. Para la tarde del 23 de febrero, la evacuación estuvo completa. La ciudad “...presentaba un aspecto lúgubre y triste”, acotaría un testigo.

Movilizado el aparato militar disponible, fue organizada la defensa. En la loma San Gerónimo se instaló, penosamente, el cañón “Criollo” junto a otras piezas de campaña completamente inofensivas. Fuerzas de infantería - pocos componentes - se ubicaron en el “atrio del antiguo templo de la Encarnación” (ex estadio Comuneros), mientras que un escuadrón de caballería se apostó en los bosques adyacentes al Mangrullo (actual parque Carlos A. López).

A las dos de la madrugada del 24 de febrero, los buques brasileños iniciaron el bombardeo. Efectuaron entre 30 y 40 disparos, que fueron contestados “con tres o cuatro tiros” por las piezas de San Gerónimo. Tras el intercambio de fuego, que no produjo mayores daños, la escuadra retornó hacia el sur.

Retornaría nueve meses después, el 29 de noviembre de 1868. En esta ocasión, con los acorazados “Bahía” y “Tamandaré” y los monitores “Alagoas” y “Río Grande”. Desde las 11 de la mañana de aquel día, cañonearon los principales edificios: el palacio del mariscal López, el Arsenal, la Aduana y el Astillero, los que sufrieron “importantes daños”. El bombardeo - que esta vez no tuvo respuesta de las casi inexistentes fuerzas asuncenas - terminó a las tres de la tarde. Después, los buques brasileños permanecieron en las cercanías. Ya no se irían.

Los que sí se marcharon fueron los miembros de la última guarnición que defendía Asunción. El 25 de diciembre partieron hacia Lomas Valentinas, donde el combate se encontraba en su más sangriento apogeo. Pero la capitulación de Angostura y la aniquilación del ejército paraguayo en Itá Ybaté, permitió asegurar la tranquila y segura ocupación aliada de Asunción. El desembarco se produjo el 1 de enero de 1869. Cuatro días después arribaría el grueso del ejército. Seleccionados los edificios e instalaciones que darían albergue a oficiales, soldados y caballos, las casas de los López fueron las preferidas. Además de las destinadas al comando y servicio aliados, “...los jefes, oficiales y clases se apropiaron, por su cuenta, del resto de las mejores casas, instalando en ellas aquella turba de mujeres brasileñas, argentinas y de diversas nacionalidades y condiciones que seguían a las fuerzas aliadas, ejerciendo todos aquellos actos que la moral se resiste a describir”. Después, como si faltara algo más representativo para concretar la humillación del enemigo vencido, se licenció la tropa. Y esta hizo uso de las prerrogativas, en el más completo y atroz significado del vocablo, iniciando “...una de las escenas mas horripilantes de la guerra entre el Paraguay y la Triple Alianza: el saqueo sistemático de la ciudad, que se prolongó durante cinco días con sus noches”. Esto en cuanto a lo sucedido en el estrecho perímetro de la antigua capital. Las precisas determinaciones del tratado secreto extenderían el expolio y saqueo en el resto del territorio, en los casi siete años que duró la ocupación.

Terminado el saqueo de caudales, muebles y cualquier cosa de valor que encontraran a su paso, los aliados iniciaron un generalizado cateo “en busca de los tesoros y joyas enterrados en las casas”. Para el efecto se excavaron grandes fosos y se derrumbaron paredes. Se arrancaron puertas, ventanas y cualquier otro elemento combustible de las construcciones domésticas para que, arrojadas al fuego, sirvieran para iluminar el “trabajo” nocturno de los depredadores. Después llegó al turno a las iglesias y cementerios. Los brasileños “...exhumaron los cadáveres, removieron y rasgaron los sudarios para despojarlos de las prendas de valor con que muchos deudos acostumbraban enterrar a sus difuntos”.

Mientras sucedía todo esto, no faltaron las preces al Señor. En la Catedral fue celebrado el Te Deum Laudamus, con el que los jefes aliados agradecieron al Altísimo “por el feliz resultado de la campaña”. Tras lo cual, “...se dirigieron al Cabildo a tomar una copa de champagne. Desde los altos, a la vista del espantoso cuadro de desolación y ruina que ofrecía la ciudad entregada al saqueo, incendio y profanación de sepulcros y santuarios, brindaron por el éxito de la campaña militar emprendida”. La ocupación de Asunción habría de prolongarse hasta el 22 de junio de 1876.

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