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Comprendemos que los planes y programas están ya definidos, no se pueden improvisar en un mes. Pero sabemos que todos estamos preocupados por lo que en educación estamos haciendo. El curso pasado se terminó con muy significativas manifestaciones estudiantiles en el nivel medio y en la universidad, reclamando una educación mucho mejor.
A los reclamos estudiantiles se unieron las voces y gestos de la sociedad. Lo que unos y otros solicitaban era totalmente razonable: mejorar la calidad, mejorar sueldos a profesores, mejorar infraestructura, equipamiento, formación docente, recursos tecnológicos, financiamiento, legislación actualizada, etc. Todo ello necesario, pero radicalmente insuficiente. Hay problemas sustanciales, de visión y concepto de todo el sistema que urgen un cambio fundamental. Estamos inmersos en un sistema educativo reduccionista, que ha reducido a los que están en formación desde la educación inicial hasta el doctorado universitario, porque se mueven en una antropología amputada, es decir, en un proyecto y modelo de ser humano, hombre y mujer reducidos a su dimensión biológico-corporal, psicológica y social, sin hacer nada, sin incluir en sus diseños curriculares y programas el desarrollo de la dimensión espiritual, dimensión esencial constituyente de todo ser humano, que le diferencia radicalmente de los demás seres vivos.
Nadie puede decir actualmente, a no ser por ignorancia, que el ámbito de la dimensión espiritual escapa a la competencia de las ciencias.
Desde hace muchos siglos, sabios de Oriente y Occidente, nos han dejado el legado inteligente de comprensión de la naturaleza del ser humano en su integridad. Filósofos eminentes universalmente reconocidos como Dilthey han distinguido “las Ciencias del espíritu” de las “Ciencias de la naturaleza” o como Hegel que escribió una obra maestra sobre la “Fenomenología del espíritu”. Científicos de la Física, como Einstein o Fritjof Capra afirman enfáticamente la dimensión espiritual y tratan de la energía espiritual como factor determinante. Los historiadores de la antropología de todos los tiempos reconocen esta dimensión, en todas las épocas, excepto un grupito reducidísimo de materialistas que ignoran la existencia del espíritu.
El famoso científico Ken Wilber al Investigar la conciencia humana encuentra en ella un espectro de posibilidades de conocimientos que se clasifican en tres: el conocimiento de lo sensible, el conocimiento de lo racional y el conocimiento de lo espiritual; para explicarlo habla después en otro libro de “los tres ojos del conocimiento”: el ojo de los sentidos, el ojo de la razón y el ojo del espíritu, que ve mediante la contemplación.
Damasio profundiza la investigación y en su best seller científico sobre “La conciencia” nos demuestra como neurólogo la existencia de la misma dimensión.
A los tres ojos del conocimiento corresponden tres formas de inteligencia, la inteligencia racional, la inteligencia emocional y la inteligencia espiritual. Hoy el estudio y la divulgación sobre la inteligencia espiritual es de dominio público. Más aún, el neurólogo y psicólogo de la Universidad Wisconsin de Nueva York, Richard Davidson, demuestra, investigando neurológicamente la meditación, qué zonas y neuronas del cerebro se activan cuando hay actividad espiritual. Tan importante es lo que se está descubriendo que ya existe la rama científica de la neurociencia espiritual o la neuroespiritualidad.
Las ciencias positivas, que se apoyan con los datos que dan el ojo de los sentidos y el ojo de la razón, son capaces de descubrir y explicarnos realidades maravillosas de nosotros y todos nuestros entornos próximos y lejanos, hasta cósmicos; pueden decirnos cómo funciona la vida, pero no son capaces de decirnos cuál es el sentido último de la vida; pueden decirnos cómo somos engendrados y nacemos, pero no pueden decirnos por qué existo yo y no fue fecundado con otro espermatozoide otro óvulo de mi madre que no hubiera sido yo; me pueden decir cuáles son las manifestaciones del amor, pero no son capaces de decirnos por qué nos enamoramos y cuál es la esencia y el sentido del amor.
Trascendencia y misterio existen. Sin desarrollo de la dimensión espiritual jamás encontraremos sentido último a la belleza, la bondad y la verdad.
jmonterotirado@gmail.com