¿Qué universidad queremos?

Pasó un año más sin la reforma de las universidades. Ciertamente no queremos las universidades que tenemos. A pesar de los esfuerzos de algunas universidades por ofrecer mejores servicios, a pesar de que contamos con algunos profesores eminentes, parece que muchos estamos convencidos de que nuestras universidades (quizás hay alguna excepción) necesitan reforma sustancial para dar respuesta satisfactoria a la ciudadanía.

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Es difícil entender la pasividad de las universidades dejando pasar el tiempo sin encarar la reforma que nunca han hecho. Cuando hace casi dos años y medio se promulgó la Ley de Educación Superior (4995/13) afloraron expectativas y esperanzas para tener educación superior de calidad. A estas alturas es difícil encontrar ciudadanos con tales esperanzas. El Consejo Nacional de Educación Superior (Cones) no está demostrando capacidad de liderazgo para lograr lo deseado.

No es fácil conseguir lo que queremos, porque ni siquiera es fácil definirlo. Algunos grupos de profesionales interesados en este propósito se vienen reuniendo en busca del modelo ideal, que como proyecto y por etapas podamos alcanzar. Pero la realidad es que a nivel nacional nadie lidera el diálogo para concretar el mejor proyecto y programar realistamente su ejecución.

Llegar a un acuerdo supone la participación de muchos. Los Congresos Departamentales y el Nacional organizados por el Cones recogieron muchas ideas compartidas espontáneamente, con valor muy desigual, algunas valiosas y otras simples manifestaciones de demandas sectoriales, puntuales, útiles para conocer críticas y expectativas, pero insuficientes para construir el modelo de educación superior, de universidades e institutos superiores, que satisfaga nuestras necesidades y las exigencias de la sociedad del conocimiento.

Queremos que las universidades sean universidades y por tanto que estén comprometidas con todas las ciencias, con la investigación de todo cuanto existe, porque todo lo que existe es objeto de interés y estudio de la ciencia.

El pasado 8 de junio Hakubum Shimomura, ministro japonés de Educación, Cultura, Deportes, Ciencias y Tecnologías, escribió una carta a los rectores de las 86 universidades nacionales, pidiéndoles que cierren todas las carreras y facultades de humanidades, a cambio de una mayor financiación para las universidades que se concentren únicamente en carreras técnicas. Pueden imaginar los lectores la incontenible polémica que tal propuesta ha generado. Hakubum Shimomura pretende instrumentar al ser humano como herramienta para la economía. Parece ser que para él el desarrollo económico está por encima del desarrollo humano integral y los ciudadanos deben estar al servicio de la economía y no la economía al servicio de los ciudadanos.

Cualquier modelo de universidad debe tener al ser humano y su desarrollo integral como objetivo y trabajar en el desarrollo de las ciencias y las tecnologías con la investigación, precisamente para el desarrollo humano, poniendo todas las ciencias y técnicas a su servicio. Solo los humanos bien formados como humanos podrán lograr la economía, el bienestar y sobre todo el sentido de sus vidas y cuanto existe.

Por algo Dilthey a finales del siglo XIX corrigió a Descartes al clasificar las ciencias en Ciencias de la naturaleza y Ciencias del espíritu.

Antonio Damasio ha demostrado contundentemente “el error de Descartes” y por algo ha reivindicado a Spinoza frente al mismo Descartes. Por algo Hegel escribió su famosa “Fenomenología del espíritu” y Hannad Arent publicó su voluminoso libro “La vida del espíritu”.

No en vano Ken Wilber habla de “los tres ojos del conocimiento” y como filósofo, epistemólogo y psicólogo escribe su importante libro “El ojo del espíritu”. Y si se quiere recoger la visión integral del ser humano, será bueno tener en cuenta las investigaciones neurológicas de Richard Davidson sobre la parte del cerebro especializada en las actividades espirituales de nuestra conciencia.

Cualquier proyecto de universidad debe elaborarse entre especialistas de diversas disciplinas, debe ser interdisciplinar y siempre debe fundarse en un modo concreto de entender qué hombre y mujer nos proponemos ser, es decir, debe partir de una antropología integral, que además de ocuparse de la dimensión biológico-corporal, de la dimensión psicológica, de la dimensión social, se ocupe también de la investigación y el desarrollo de la dimensión espiritual, esencial en todo ser humano.

Queremos un modelo de universidad que con ciencias e investigación no instrumentalice al ser humano sino que lo desarrolle hacia su plenitud integral.

jmonterotirado@gmail.com

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