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Dentro de la biodiversidad la historia ha presenciado una cantidad enorme de extinciones (por mutaciones, trasformaciones) y nacimiento de nuevas especies. A esto se le llama evolución. Se estima que nuestro planeta, que tiene unos 4.000 millones de años, conserva solo un 1% de las especies que alguna vez habitaron la Tierra. La evolución a ritmo natural es perfecta, pero el desenfreno de la ambición del hombre, las nefastas políticas económicas, los grandes negocios que se escudan bajo una falsa protección ambiental, las mentiras sobre el deseo de bienestar de la humanidad y la ignorancia de las masas ponen en enorme peligro la vida misma, la vida de todos.
¿Qué clase de inteligencia tenemos que destruimos nuestro propio hogar? Es preocupante que hasta la inteligencia se la cedemos a cualquier aparato inanimado.
Hay verdades muy dolorosas y una de ellas es repasar la lista de las especies de animales y plantas que han desaparecido por la caza indiscriminada y la deforestación. Según los informes, 27 especies se han extinguido en los últimos 20 años, y el peligro de desaparición de la faz de la Tierra continúa a un ritmo alarmante: un mamífero cada cuatro, un ave de cada ocho, un tercio de los anfibios, y 70% de las plantas. Lo trágico es que no hay vuelta atrás, algunos animales y plantas solo pueden ser vistos en museos o enciclopedias, y a eso llamamos “conocimiento”, “saber”.
Recuerdo una niña de un cuento infantil de Roa Bastos, que al ver el panel de mariposas disecadas que su maestra trajo a la clase, decía: “¿Pero qué pueden enseñarnos las mariposas muertas?”. Los niños de la ciudad no están siendo criados en contacto con la naturaleza; los factores socioeconómicos los han llevado al encierro en sus casas o escuelas, cuando este país debería ser un campo abierto para el aprendizaje directo, ¡cuánto más sabios y respetuosos seríamos!
Es necesario pensar en modos, estrategias para la concienciación frente a la realidad de la Tierra. Toda la alteración brutal hecha por la mano humana trae consecuencias irreversibles en la cadena alimenticia. Es hora de entender que el modelo de vida vigente amerita una urgente revisión, ¿o creemos que los recursos no se acabarán?
Nuestro país es un pésimo ejemplo de falta de conservación verde, a la mayoría no le importa el asunto y confunde el buen pasar con la buena vida. El caso de los autos es terrible, solo falta pedir que se creen derechos humanos para los automóviles, mientras nadie piensa en la contaminación ambiental.
¿Qué esperan las autoridades correspondientes para reducir el tráfico? Ni hablar del reciclaje de la basura, cero en intención y planificación. Con esta indiferencia, mezquindad, egoísmo y cómoda ignorancia, estamos dando no solo el visto bueno para las enfermedades, sino firmando peores desgracias para nuestros hijos y nietos.
Las cumbres medioambientales, que se realizan desde 1972, no han servido de mucho, aunque algunos optimistas esperan que las próximas reuniones consigan desechar los intereses de grupos minoritarios (hidroeléctricas, transgénicos, minas, plantas nucleares) y realmente prevalezcan la salud y la vida de todas las especies.
Hermosa y completa recibimos la Tierra, ¿y qué estamos dejando?